Quince

10 1 0
                                    

Al llegar a mi apartamento me invade una sensación bastante extraña. Hogar, sí, pero también un pellizco en el pecho por todo lo que he vivido estos días. Me doy una ducha que dura bastante y dejo las maletas sin deshacer, que ya tendré tiempo. Cuando acabo, ceno con Sofía, que al verme un poco tristona, ha decidido preparar la cena. He estado contándole un poco cómo me ha ido todo pero sin profundizar demasiado, porque sí, porque un poco duele.

Cuando acabamos de cenar, le digo a Sofía que si tiene planes y me dice que pensaba ver una película, que si quería unirme. Pero deniego su propuesta, no tengo ahora cuerpo para una de sus pelis. Le digo que no se preocupe, que estoy muy cansada y que me voy a dormir en seguida. Ella parece comprenderlo perfectamente y no insiste, por lo que me dirijo a mi habitación.

Al meterme en la cama, un olor a los productos que uso para lavar mi ropa, del cual están impregnadas mis sábanas, me invade. Cojo mi móvil y reviso un poco las redes sociales. Primero, Facebook. Nada del otro mundo. En Instagram tengo unas cuantas solicitudes de seguimiento, entre las que están las de Mel, Sergi y Rober. Las acepto y devuelvo todas y paso a WhatsApp. Un mensaje de mi madre diciéndole que la llame cuando encuentre un hueco estos días, sin prisa. Unos cuantos de César de hace algunos días sin abrir, en los que me cuenta qué tal le está yendo todo. Hablamos de vez en cuando, y nos llamamos un par de veces antes de irme a las prácticas. Me disculpo por no haberle contestado antes y le cuento que acabo de llegar del campamento, le digo por encima qué tal me ha ido, pero no profundizo demasiado, sobre todo en el tema referido a Rober, ya que, aunque César y yo quedamos como amigos, sería un poco extraño por lo que pasó entre nosotros, aunque tenga la sensación de que eso queda muy atrás ya, cuando no hace ni un mes que se fue a Estados Unidos.

Cuando salgo de la conversación de César, ignoro los mensajes de los grupos y me centro en un chat en concreto, el de Rober. Lo abro y descubro que hay varias fotos de nosotros con los niños, haciendo los juegos divertidos y organizándolos algo más serios, pero en todas con algo en común: complicidad. Sin embargo, me paro en la última, que es de nosotros solos, sonriendo a la cámara, un selfie que puede parecer eso, sin más, pero que para mí significa mucho más. ¿Qué hace este lugar para que todo sea tan mágico?

A la mañana siguiente, me despierto todavía con un sabor amargo recordándolo todo, pero no dudo mucho así cuando pienso que, terminadas las prácticas, no tengo nada más que hacer por ahora. He terminado la carrera, he tenido un trabajo temporal el cual no sé si retomaré en septiembre o no con el inicio del curso escolar. Pero, entonces, ¿estoy de vacaciones? Recuerdo que mi madre me dijo que la llamara y eso me dispongo a hacer. Busco su número y llamo, a los tres tonos me coge el teléfono.
-Hola mamá.
-¡Cariño! ¿Cómo estás? -responde animada. Le cuento que me ha ido todo genial, que pronto tendré el título del curso y que ahora no sé qué hacer con mi vida. Ella se ríe y me comprende perfectamente, pero me dice que aproveche el tiempo hasta que termine el verano para tomármelo de vacaciones, que según ella, me las merezco. No me propone nada, aunque sé que le encantaría que les hiciera una visita, pero no quiere influir en mi decisión. Cuando cuelgo tras despedirme de ella, pienso en qué puedo hacer durante estos dos meses para que se me hagan menos largos. ¿Un retiro espiritual yo sola a algún lugar perdido del mundo? ¿Me paso los dos meses en Cáceres con mi familia? ¿Organizo una escapada loca con mis amigos? ¿Viajo a EEUU y le hago una visita a César? Retiro esa última idea rápidamente de mi cabeza por varios motivos. El primero es, que a pesar de lo que tuve con él, del tiempo que trabajamos juntos y de lo bien que compaginamos, no me parece adecuada la idea de irme con él allí. Somos amigos, pero quién sabe qué pasará si voy, y ahora mismo solo tengo en mi cabeza a Rober y no me apetece nada más. Además, el otro motivo, es que no tengo tanto dinero ahorrado. Me ha sobrado bastante de la beca que me dieron el último año de carrera y tengo unos ahorros mínimos del trabajo en el teatro; no puedo gastármelo todo en unas vacaciones sin saber mis planes de trabajo futuros. Pienso en Iris, en Barcelona, ¿sería una buena idea visitar esta fantástica ciudad? Sin embargo, acabamos de llegar del campamento y me parecería un poco raro también. Finalmente, decido que me voy a tomar unos días en Madrid para pensarlo, y luego ya veremos.

Greysi. El sueño de un campamento de verano.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora