Trece

15 1 0
                                    

Han pasado dos días desde el comienzo de mi trabajo. La verdad es que todo va mucho mejor de lo que me esperaba. Rober y yo nos vamos llevando cada vez mejor, voy aprendiendo mucho con él y ahora sé que no ha sido tan mala idea lo de trabajar juntos.
Con respecto a los niños, la cosa va estupendamente. No quería tener preferencias con ninguno, pero debo reconocer que algunos se han ganado mi corazón. Es el caso de Iris. Esa chica tan inocente me da buenas vibraciones, es como si escondiera magia detrás de esa apariencia de niña buena.
Esta noche hay una gymcana de juegos, así que los monitores estamos preparándolo todo mientras los niños se duchan y cenan.
Cuando empiezan los juegos, Rober y yo nos preparamos para el primero: "La carta de corazones".
-Bien chicos, os vamos a explicar como es el primer juego. -empieza Rober.- Tenéis que coger una carta con los labios y pasarla a la boca de vuestro compañero. Así. -me mira y entiendo que tenemos que hacer la demostración los dos. Coloco la carta entre mis labios y, temblando, me dispongo a pasársela él. Pero, cuando estoy a punto de dársela se me cae, dejándome a pocos centímetros de la boca de Rober. Nos miramos y yo me agacho corriendo para coger la carta.
-¿Veis? No se os puede caer, sino puede pasar algo que no queráis que ocurra. -digo yo, intentando ocultar los nervios que me han provocado esta situación.
La gymcana transcurre sin más que objetar. Los niños se divierten, aunque no es la mejor de las noches. Sé que aún quedan muchos más juegos, y también recuerdo que las gymcanas no eran precisamente de mis favoritos.
La noche está bastante estrellada. Cuando me quedo más tranquila, decido ir a dar un paseo para despejarme, sola. Y de paso para vigilar que están todos en sus cabañas y no hay ningún niño por ahí dando vueltas, al menos todavía.
Llego hasta las pistas deportivas, y los recuerdos me van viniendo sacándome una sonrisa. Cuando me alejo un poco de ellas, recuerdo un lugar en concreto y decido acercarme hasta allí. Está igual que aquella noche, donde Marc y yo tuvimos aquella charla que cambió mi vida de algún modo, sin esperarlo. Me siento y me quedo un rato allí, pensando, mirando las estrellas. Hasta que el sonido de pasos me hacen levantar la vista.
-¿Quién hay ahí? -pregunto, pero no hay respuesta.- ¿Hay alguien?
-Sí, soy yo... -una voz suave responde a mi pregunta.-
-¿Iris? -respiro aliviada.- Me habías asustado. ¿No deberías de estar en tu cabaña?
-Sí, lo siento... Es que necesitaba salir de allí para despejarme. Además, en mi cabaña hace calor. -me río levemente.-
-Ven, siéntate. -me obedece y se sienta a mi lado.- ¿Ves esas estrellas de allí? Pues es una constelación. La osa mayor.
-Sí, ya lo sé. Y aquella de allí es la osa menor.
-Vaya, que lista eres. -sonrío y la miro.-
-Me lo enseñó mi tío. Sabe mucho de estas cosas. Me habla sobre las estrellas. Es como mi hermano mayor. Le he hablado de ti, ¿sabes?
-¿Ah sí? ¿Y qué le has dicho?
-Nada, que eres una gran monitora y que siempre te voy a recordar, incluso después de irme de aquí. -la escucho y no puedo evitar emocionarme.-
-¿Sabes? Eres una chica increíble. Estoy segura de que vas a llegar a ser una gran persona. Yo también me voy a acordar de ti siempre, Iris.
Pasamos un rato observando las estrellas juntas, percatándome de esa conexión que sentí con Iris desde el momento en que la escuché hablar por primera vez.
Luego la acompaño hasta su cabaña y, tras despedirme de ella decido irme yo también a dormir. Pero algo, o más bien alguien, capta mi atención antes de que pueda dirigirme hacia mi habitación. Sí, él.
-¿Qué haces aquí? -le digo.-
-Estaba esperándote. ¿Dónde estabas?
-Comprobando que no había niños fuera de sus cabañas. Y dando un paseo, necesitaba despejarme. -se levanta y se coloca justo delante mía. Muy cerca. Tanto que casi puedo sentir su respiración.- ¿Qué? ¿No te has cansado de tanta gymcana? -le pregunto yo.-
-Bueno, me he ido entreteniendo con tus salidas de tono inesperadas mientras explicabas los juegos.
-Oye, si te refieres a lo de las cartas... -se ríe negando y yo también lo hago, un poco avergonzada.- Bah, yo odiaba las gymacanas, prefería cualquier juego antes que eso.
-¿Ah, sí? ¿Hasta el de la botella? -pregunta con intención.-
-Pues mira, no lo descarto del todo.
-Vaya, quién lo diría. Tú jugando, haciendo retos, besándote con cualquiera al azar, cuando casi te mueres de vergüenza cuando se te cayó antes la carta y te quedaste a centímetros de mí. -me dice y yo noto los colores subirse hasta mi cara, pero en seguida se ríe, aliviando un poco la tensión del momento.- Que es broma, buen rollo, ¿no? -le sonrío levemente me dispongo a entrar en mi habitación.-
-Buenas noches Rober, que descanses. -me despido, con un tono del que él sospecha. Es por ello que me agarra del brazo, parándome.
-Amber, ¿estás bien? -empieza a hablarme despacio. Yo no lo miro directamente, intentando evitar el contacto visual.-
-Sí, ¿por qué no iba a estarlo? -respondo y él suspira.-
-Quiero que sepas que puedes contarme cualquier cosa. Si tienes un problema, no dudes en decírmelo. -Entonces alzo la vista encontrándome directamente con sus ojos.- Haré todo lo que esté en mi mano de ser así. Quiero que estés bien. -dice con seriedad. Nos quedamos callados pero ninguno aparta la mirada del otro. Entonces me acerco poco a poco, acortando aún mas la distancia entre los dos. Cierro los ojos y dejo que todo pase. Como tenía que pasar. Primero un solo beso, corto, despacio. Me aparto un poco de él para volver a mirarlo, buscando algún tipo de rechazo por su parte. Pero no lo obtengo. Me mira, se vuelve a acercar a mí mientras acaricia mi cara y me besa, esta vez más rápido, con más ganas. Apenas nos separamos durante los siguientes segundos. Hasta que doy con la llave y consigo abrir la puerta de mi habitación, para cerrarla un instante más tarde tras nosotros.
Nos desnudamos, esto sí, poco a poco, para volver a tomar el ritmo rápido en cuanto lo hacemos. Me agarra con precisión mientras nos besamos. Baja al cuello y siento que no puedo resistirlo más. Lo lanzo contra mi cama. Me coloco sobre él, bajando mis manos ligeramente por su espalda. Los gemidos no tardan en aparecer. Lo disfruto. Mucho. Como nunca, como no me imaginaba y como sé que no debería hacerlo. Pero no me importa mucho.
Cuando acabamos, me quedo dormida sintiendo sus brazos alrededor mía, escuchando su respiración acelerada al principio y cómo se va relajando poco a poco, hasta que él también se duerme.

Greysi. El sueño de un campamento de verano.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora