Adara [01]

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Capítulo 1 "El encuentro"

Nunca me había sentido normal. No era el tipo de chica a la cual le agradaba llevar a alguien a la cama y no volver a verlo en su vida. Sin embargo, tampoco era aquella chica insegura que no era capaz de entablar una conversación. Según mis amigos, era extraña. Tenía esa pizca de diversión e interés por conocer a las personas, lo que me hacia ser fácil de apreciar, según ellos.

El hecho de que el boxeo fuese mi deporte facilitaba el interés de los hombres hacia mí, debido al cuerpo que me proporcionaba el ejercerlo, pero ninguno se tomaba el tiempo de conocerme realmente, solo se interesaban en pasar por mi cama y no volver a saber de mí. Lo cual dificultaba mi vida amorosa y sexual. A mis 19 años, nadie parecía ser lo suficiente, ninguno terminaba de interesarme, o simplemente no se dejaban conocer.

—Deja de distraerte, Adara. ¡No volveré a entrenarte!—. La voz del viejo Jack hace eco generando que su voz retumbe en cada esquina del gimnasio.

—Lo siento, no volverá a pasar—. Bufo ruidosamente y vuelvo a concentrarme en el saco de boxeo.

Por encima de la música oigo el ruido de la campanilla que indica que la puerta es abierta y luego, dos voces que aparentan ser masculinas comienzan con su charla. Mis brazos se mueven hacia el saco con precisión y tengo el presentimiento de que mi pelo se adhiere a mi frente por el sudor.

—Ya se terminó tu tiempo, Adara. Vuelve mañana—. Jack habla con dureza y yo solo asiento sin interés, ya sabía como se enfadaba cuando no prestaba atención.

Comienzo a desenrollar la venda de mis nudillos mientras intento regular mi respiración. Tomo mi bolso y me dirijo hacia las duchas con pasos lentos. Saludo a los rostros conocidos e ingreso en una de ellas después de confirmar que el agua está caliente.

Cuando finalizo con el corto baño, me coloco la ropa rápidamente y salgo de allí con el cabello aún empapado. Mi mirada se fija en un cuerpo tatuado, finjo observar cualquier objeto en la habitación cuando sus ojos me analizan con superioridad.

—Adiós Jack, mañana vendré—. Mi entrenador hace un gesto y sonríe rendido.

—¿Quién era ella?—.  A tan solo un paso de la puerta alcanzo a escuchar una ronca voz. Miro sobre mi hombro para confirmar que es el tatuado el que habla y cuando lo hago, sonrío y le grito para que pueda escucharme.

—¡Soy Adara, grandote!—. Salgo de allí y me maldigo al ver la hora, usualmente termino de entrenar dos horas antes. Pero hoy me había retrasado y temo no poder llegar a tiempo para visitar a Amy.

El chillido de las ruedas llena mis oídos y presiono aún más el acelerador generando que el automóvil ruja suavemente. La música se deja de escuchar cuando estaciono el vehículo desordenadamente y hago largos pasos hasta llegar a la recepción.

—Hola, busco a Amy Thompson—. La mujer me da una mirada de desaprobación y masca su chicle para contestarme con un tono seco.

—Ya terminó el horario de visitas, niña. ¿Acaso no has visto la hora?—. Aprieto mi mandíbula y me esfuerzo por no pegarle. Rose aparece y me dedica una sonrisa comprensiva.

—Déjala, Mia. Ella viene siempre, además es la tutora a cargo, no una visita—. Sonrío aliviada y suspiro.

—Gracias, Rose. Iré con la pequeña antes de que me asesine—. Ella asiente con la cabeza.

El ascensor se encuentra repleto de personas así que me apresuro a subir las escaleras hasta la quinta planta. Mi respiración no tarda en volverse irregular y agradezco cuando la habitación de mi hermana aparece frente a mis narices.

El familiar rostro de Amy llega a mis ojos y sonrío al verla dormida. Unas enormes ojeras decoran sus mejillas y la tristeza me golpea. Hace meses que luchaba contra su enfermedad.

Aún recuerdo cuando tuvieron que cortar su cabello, sus lágrimas no paraban de salir y mi corazón terminó de romperse al escucharla decir que ya no seria bonita.

La Leucemia era algo muy difícil, por no decir imposible, de superar. Aún así, mis esperanzas nunca iban a acabarse, no iba a dejar de luchar hasta que Amy quiera lo contrario.

—Hola, cariño—. Sonrío cuando sus fanales azules se abren y su mano se estira hasta entrelazarse con la mía.

—Hola, Ara—. Ella siempre había tenido una obsesión con los apodos, cada vez que conocía a una persona, Amy ya tenía uno para ellos.

—¿Cómo te encuentras?—. Sus pequeños hombros se levantan y mi corazón se encoge cada vez más cuando la escucho hablar.

—La quimioterapia hoy fue más intensa, el doctor me dijo que soy fuerte para mi edad—. Cierro mis ojos por un breve momento y parpadeo una cierta cantidad de veces para detener mis lágrimas.

—Lo eres, eres la niña más fuerte que conozco—. Ella ríe en un volumen bajo y juega con mis anillos.

—¿Entonces por qué estás triste?—. El aliento me abandona y un nudo de angustia se instala en mi garganta.

—Porque no quiero perderte, mi vida—. Su ceño se frunce y me observa por unos segundos.

—Pero así seré un angelito como mamá, ¿Verdad?—. Las lágrimas están por ser expulsadas pero la puerta se abre haciendo que me sobresalte.

—Es hora de dormir, Amy. ¿Está bien?—. Mi hermanita asiente y el doctor inyecta alguna sustancia en la correa de su suero. Luego de unos minutos, Amy cae dormida.

—Por favor, dígame la verdad, ¿Ella está mejorando?—. Él me mira con lástima y niega.

—Es muy complicado, lo más probable es que su cuerpo no lo resista. Es muy pequeña para lidiar con esto, tiene solo 7 años—. Asiento y salgo de la habitación con lágrimas cayendo por mis mofletes.

Choco con una persona en el pasillo pero no le tomo importancia y hago mi camino hasta la puerta. Cuando ingreso en el auto intento calmarme antes de comenzar a conducir.

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