Epílogo

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Deslizándome en cuclillas hacia la cocina, mis pies descalzos no emitían sonido alguno. Entré en la habitación apenas iluminada con la luz del sol que entraba por la ventana, recorriéndola con la mirada. Revisé el refrigerador, tomando lo que utilizaría para preparar el desayuno. Coloqué los ingredientes sobre la mesada y me dispuse a revisar las alacenas por un sartén y otros útiles. Todo listo, puse a prueba mis dotes culinarias.

— ¡Buenos días! —Escuché una voz saludar detrás de mí—. Podría acostumbrarme a tenerte todas las mañanas cocinando para mí.

—Buenos días, Seev. Agradezco el halago, pero ya sabes cómo se pondría Tom si te escucha. Es un buen cocinero, tienes que admitirlo.

—Debo admitir que hemos sobrevivido sin tener que haber recurrido a la comida rápida—estuvo de acuerdo, inclinándose sobre mi hombro para echar un vistazo—. Eso huele grandioso.

Después de ofrecer algunos de sus consejos profesionales, Siva abandonó la habitación para tomar una ducha, según había anunciado. Yo proseguí con mi tarea. Algunos momentos después, mis huevos revueltos con panceta estaban listos. Transcurrido algunos meses, había aprendido a realizar un desayuno típico británico a la perfección, sin pasar la cocción de los frijoles. Con la bandeja en mano y aquel maravilloso desayuno, del cual estaba muy orgullosa, caminé a la habitación. Con astucia me las arreglé para abrir la puerta con un codo, sin derramar mi obra de arte. Imitando la danza de una bailarina de ballet, floté de la puerta al escritorio en completo silencio. Las cortinas aún estaban cerradas, pero era apenas las nueve de la mañana. Corrí una de las telas dejando que la luz entrara hasta iluminar el piso y los pies de la cama. Eso era suficiente para que pudiera apreciar al ser humano sobre ella. Envuelto en un revuelo de sábanas, su espalda subía y bajaba con cada respiración profunda que tomaba. Aún dormía como un bebé, imperturbable. Sus hombros y brazos estaban a la vista, y su rostro miraba hacia donde minutos antes había estado mi cara. Despertar cada mañana y ver ese hermoso rostro era más de lo que podía pedir. Llevaba unas semanas abriendo los ojos ante tremenda vista.

Con suma delicadeza, me trepé en la cama e intenté moverme sobre ella como una pluma. Me acomodé a su lado sobre mi costado izquierdo, y en silencio lo observé. Analicé cada detalle en su rostro. Pestañas, cejas, nariz, mejillas, la comisura de sus labios. Sus labios. Recordando las noches pasadas no pude resistir morder mi labio inferior. Mi cuerpo se estremeció de placer. Luego de la acalorada discusión que habíamos tenido en mi apartamento, las cosas se habían vuelto un poco... fogosas.

Estado todo dicho, aquella noche decidimos terminar lo que habíamos empezado cuando nos conocimos. Todavía entre los brazos de Nathan, hicimos un recorrido a tientas hasta mi habitación. Mis labios devoraban los suyos. Sus manos se hacían de cada milímetro de mi cuerpo que estaba a su alcance. Eramos una fogata en pleno auge. Intentaba mantenerlo pegado a mi cuerpo, pero caminar hasta mi cama lo hacía casi imposible. Algunas cosas cayeron al piso en el trayecto, y algún que otro tropezón nos hizo perder el equilibrio. Esa fracción de segundo que nos daba para separarnos obligatoriamente, lo único que podía hacer era sostener su rostro entre mis manos y disfrutarlo con la mirada. Cayendo de espaladas en el acolchado, logramos que nuestros labios no cambiaran de ritmo. Me sentía al borde de explotar. Una bomba de tiempo que lentamente avanzaba hasta el cero final. Mi compañero parecía lucir de la misma forma. Sus manos estaban deseosas de piel, colándose por entre mis ropas. Mi remera le molestaba sobre manera, arrugada un poco más arriba de mis pechos. Apoyándome en su pecho, lo alcé lentamente y, con un rápido movimiento, me la quité. Sus ojos sonrieron, mientras sus labios estaban ocupados siendo atrapados entre sus dientes. En vez de retomar el beso que tanto me hacía agua la boca, se quedó dónde lo había dejado y me admiró desde mi cintura hasta mi rostro. Una y otra vez. Encorvando su columna, comenzó con una cantidad de besos suaves pero aniquiladores. Comenzó por mi ombligo, subiendo por mi estómago, costillas, tomando el camino bajo entre mis pechos, la clavícula, mi cuello. Se detuvo allí, para darle tiempo a su mano de hacer el mismo camino lentamente. Cerrando los ojos, no podía soportar no hacer suspirar algún que otro pequeño gemido. Había comenzado a creer que estaba en desventaja. Ansiosa, como él había estado por mi piel, lo hice girar de espaldas a la cama, apresándolo entre mis piernas. Metí mis manos por debajo de su remera y la empujé lentamente hacia arriba, disfrutando de su suave y ardiente piel. A medida que me aproximaba a sus hombros, mi rostro estaba cada vez más cerca de sus labios. Colocando mi nariz a centímetros de la suya, le exigí que levantara los brazos. Deslicé la remera fuera. Me separé con malicia, y sentada sobre su cadera me deleité con su físico. Sus abdominales eran casi inexistentes a la vista, pero un vistazo más "táctil" te hacía notar lo firme que estaba cada músculo en su cuerpo. Pectorales marcados, brazos duros y fornidos, de manera sutil. Un pequeño tono bronceado hacía que su piel luciera aún más deliciosa de lo que su suavidad ya la hacía. Alzándose de golpe, puso sus manos en mis muslos y volvió a juntar nuestras narices.

Wrapped On YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora