Capítulo II

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Por un rato el solitario permaneció despierto, pensando en esta extraña joven que había salido de la nada, y que parecía compartir con él su misma pena; las ideas se agolpaban en su mente sobre cargándola al punto de dejarlo exhausto, dejándose vencer entonces por el sueño que ahora lo cubría con sus suaves alas.

Por la mañana el humo de la fogata avivada lo despertó, frente a él se encontraba una figura cubierta por una pesada capa, que en cuclillas frente a la fogata atendía lo que quedaba del fuego. El joven supuso de inmediato que se trataba de la joven que había conocido, "Mi Señorita Jennie" expresó, "ella no está" le respondió una voz femenina, preguntó por el paradero de la dama, pero no recibió respuesta alguna. Entonces la joven mujer se incorporó de su posición y empezó a levantar las cosas, empacándolas en las alforjas de la montura, después montando con la intención de partir. "¡Espere, no sé vaya!", gritó el solitario al verse nuevamente abandonado; al escucharlo la mujer detuvo su marcha para mirarlo con aquellos ojos de aspecto fiero, aquellos que le recordaban los chispeantes ojos del animal que lo había atacado la noche anterior, "¿Por qué no habría de irme?", expresó sin apartar su inquisitiva mirada del hombre. "Es que, mi señorita Jennie..", "Ella vendrá" dijo interrumpiéndolo para continuar con su camino, entonces el muchacho se agarró de la punta del estribo y en total angustia dijo "por favor, no puede dejarnos aquí", "no estoy dejando a nadie, y en cuanto a ti, nadie te pide que vengas", "no me deje, permítame viajar con usted" rogaba el joven mirando suplicante a la jinete, " no quiero estar solo". La chica dirigió la mirada hacia el horizonte, por un momento parecía estar consultándole al cielo la situación, entonces con un golpe de talones a los costados del caballo, reinicio su marcha diciendo "si puedes seguir el paso, ven" sin voltear a verlo, mientras ésta emitía un silbido penetrante, que viajaba cruzando el aire como una llamada, que fue respondida por un azor que surcaba el cielo, dejándose el ave caer en picada, sobrevolando casi al ras sus cabezas en silencioso vuelo.

Viajaron sin rumbo y en silencio durante muchas horas. La curiosidad del solitario por la enigmática jinete crecía a cada paso que daban. En el silencio del recorrido pudo observar que aquella chica no era mayor que la señorita del cabello castaño; también notó que detrás de la aspereza de su trato, se escondía un dejo de tristeza. Ésta señorita era muy diferente a la dama que había conocido en la víspera, ésta era un poco más alta que la otra, sumamente hermosa, de cabello rubio y esos ojos que hacían sentir al solitario como si dos aceros lo atravesaran. Su presencia lo intimidaba, pero a la vez se sentía intrigado. De tanto en tanto él miraba hacia atrás, en busca de Jennie pero en vano, luego preguntaba como haría ésta para alcanzarlos, recibiendo por respuesta un lacónico "ella lo hará", que lo dejaba callado.

Mientras avanzaban, la tarde iba cayendo sobre ellos. La jinete se detuvo en un lago del bosque que cruzaban; se bajó del caballo mirando en todas las direcciones, como buscando algo; mientras se perdía en la espesura ordeno al muchacho "busca leña... has una fogata y no te separes de ella", "¿A dónde va?... La noche esta por caer" gritó el joven pero aquella no le contesto nada.

Obedeció la orden, encendió una hoguera, descargó al caballo y espero a que la jinete regresara; pero el tiempo transcurría sin que ésta diera señales de volver; el calor del fuego le brindaba un suave sopor; mientras miraba las llamas crepitantes escucho el sonido de algo acercándose, sus sentidos se alertaron, no quería sufrir otro ataque por algún animal salvaje.

-Aún estas aquí- escucho la voz de la señorita Jennie, relajándose al instante el solitario.
- Mi señorita...
- Entonces Lisa te permitió viajar con ella
- Así es- "entonces se llama Lisa" pensó
- ¿Cómo está?... - preguntó la dama con ansiedad - Anda dime... por favor
- ¿Por qué me lo pregunta?, mejor véala usted cuando regrese, no ha de tardar
- No... no entiendes- replicó la joven sin dar señal de ofrecer ninguna explicación - Anda dime.
- Bueno... ella está bien, un poco delgada además de no hablar mucho que digamos.
- Ja, ja, ja, así es ella, pero ¿delgada?...- musitó Jennie - será que no está comiendo bien, pero que más, platícame.
- Pues eso es todo, mi señorita... pero me sorprendió mucho no verla a usted por la mañana, tenía temor de que la jinete la estuviera abandonando, pero ella dijo que usted sabría cómo llegar... y así fue - expresó el joven sorprendido de que la dama hubiera tenido la capacidad de alcanzarlos, cuando ellos no se detuvieron por el camino, en su mente sólo había una explicación, esto era cosa de un encantamiento. Entonces su pensamiento fue interrumpido por la dulce voz de la dama de cabellos castaños.

- Necesito pedirte algo...
- Ordene, mi señorita
- Necesito que escuches con atención, quiero que le digas a Lisa que estoy bien, que la amo más que a mi vida y que no pasa un sólo momento en que no piense en ella. Dile que no se rinda, que siga buscando, que siempre la amaré.

¿Aquéllas dos mujeres se amaban?, ¿Qué búsqueda?, y lo más intrigante de todo ¿Cómo era posible que expresara su amor así?, éstas preguntas eran sólo unas cuantas del torrente de dudas que se estaba formando en su cabeza, quizá también ellas habían sido condenadas a ser errantes por amor. "Mí señorita porque no se lo dice usted", "...porque no puedo" expresando Jennie con esta frase una infinita tristeza, que el solitario comprendió como razón para no seguir preguntando, así le prometió a la dama transmitir su mensaje.

Por la mañana se repetía la situación del día anterior, Lisa frente a los restos de la fogata, calentaba su cuerpo con las débiles brazas, mientras preparaba algo de alimento en silencio. El solitario la observaba, dudando si debía entregar o no el mensaje a su dueña. Se armó de valor e inicio diciendo: "Mi señorita Lisa...".

La sobresaltó el sonido de su nombre pronunciado por primera vez después de tanto tiempo, pues sólo había un modo de que éste joven conociera su nombre. Tenía que haber hablado con Jennie. Un rayo de esperanza iluminó el rostro sombrío de Lisa. - ¡Hablaste con ella! ¿Qué te dijo?, ¿Cómo está?, ¿Qué hablaron?- preguntaba la joven mujer con una ansiedad inusitada, que contrastaba totalmente con su mutismo del día anterior. Su voz al momento era una mezcla de angustia y emoción, que atacaba con preguntas al solitario sobre la mujer que amaba.

El solitario cumplió con su promesa transmitiendo íntegro el mensaje de la dama, a una desesperada Lisa que moría por noticias de su amada. Cumplida la misión, el hombre guardo silencio para observar, como de momento el entusiasmo inicial se iba diluyendo en la más pura melancolía. Ahora Lisa sentía que el pecho le dolía, la falta de Jennie se hacía cada vez más palpable.

Se permitió derramar una sola lágrima antes de decir contundentemente: "Prepárate, nos vamos", con esta terminante orden el solitario se atrevió a decir "irnos, ¿pero a dónde? ¿y mi señorita Jennie?", la duda ofendía los oídos de Lisa, que mirándolo con furia respondió "¡¡Debo seguir buscando!! ...trae al ave", ordenó mientras montaba. La acción de la jinete dejó aún más confundido al muchacho, que se limitó a seguirla en su marcha.

El día fue un poco más animado, principalmente porque la joven preguntaba una y otra vez, aquello que había escuchado tantas veces, era como si quisiera memorizar cada sílaba de las palabras de su amada, mientras en su rostro se reflejaba una sonrisa que la hacía ver bellísima. La euforia de la joven paulatinamente cedió el paso a la habitual seriedad de su carácter, pero ahora los rasgos de Lisa se tornaban más serenos, e incluso la fiera mirada se había suavizado. El solitario paso mucho rato contemplándola y llego a admirar la forma en que se movía entre la llanura, pues era innata la habilidad de esta mujer al desplazarse por los campos, pareciendo como si lo hubiera hecho siempre.

La marcha los llevo a lugares que eran desconocidos para el solitario, no así para la jinete que expresó en tono melancólico, "Estamos cerca del que fue mi hogar, pero no podemos detenernos aquí", el tono de añoranza impreso a las palabras de la joven, hicieron que el solitario se sintiera identificado con ella, pues él tampoco podía volver a su hogar. El silencio volvió a reinar entre ambos, solitario y jinete que avanzaban silenciosos por el camino, mientras el sol presentaba su diaria batalla con la tarde. Fue durante el atardecer, que cuando cruzaban por un lindero de un bosque, se desarrolló un suceso de carácter funesto.

De entre los árboles que bordean a la planicie, una flecha cruzó silbando por el aire, deteniendo su vuelo en el pecho del azor que volaba el cielo sobre las cabezas de los errantes. El impacto directo derribó pesadamente al ave frente a los azorados ojos de Lisa, que al momento apuró a su caballo, obligándolo a salir al galope. El solitario corrió detrás de ella, sólo para llegar a ver cuando la joven levantaba en brazos al animal herido, mientras miraba con desesperación en el horizonte, al sol en agonía.

-¡Toma!- le entregó al chico, cuidadosamente envuelto en un lienzo el motivo de su preocupación -Sigue el sendero hasta encontrar una aldea, ahí hay una cabaña, hay gente que puede salvarla, llévate el caballo, ¡¡Corre!!
- Pero no puedo, usted monta mejor, llegaría antes- respondió el muchacho
- ¡¡No ves que no tengo suficiente tiempo para llegar!!, ¡¡Corre, di que te envío yo!!- le decía al solitario mientras éste montaba. Antes de dejarlo ir, lo detuvo por el pie para decirle - Si le pasa algo, juro que te perseguiré por siempre- dándole un golpe al anca del caballo, que arrancó en loca carrera por el camino, con el solitario a cuestas aferrando a la preciosa ave que transportaba.

La cabaña estaba justo donde Lisa dijo que se encontraría. El joven desmonto de un salto, para casi derribar la puerta a golpes, mientras que desde el interior una voz de mujer gritaba que dejaran de golpear así, al momento en que abría una mirilla en la puerta. Afuera vio la imagen de un joven sin aliento que cargaba algo entre sus manos. Reconoció el objeto e inmediatamente abrió la puerta, dejando pasar al solitario, que irrumpió con el semblante desencajado.

- Me envía la jinete... Lisa - atinó a decir para el asombro de la mujer - ...el ave está herida, mi señorita dice que usted puede salvarla
-¡Dame acá! - contestó la mujer casi arrebatándole al animal- ¡¿Qué pasó?!
- Una flecha perdida.... Salió de la nada, junto al bosque no muy lejos de aquí - respondió el muchacho
- Quédate aquí - ordenó la mujer mientras llevaba al ave a otra habitación. Poco podía hacer ahora, sólo esperar que terminara de anochecer.

El solitario se sentó en un rincón de la cabaña, desde ahí podía ver el frenético movimiento de la mujer entrando y saliendo del recinto al que se había llevado el animal. Con cada entrada, la mujer llevaba consigo instrumentos, peroles con agua, hiervas y otros tantos implementos, por su actuar el joven supuso, que aquella era curandera. Dejó de suponer cuando con más detenimiento, observo el sitio en el que estaba, era un lugar pequeño mustiamente iluminado por una lámpara de cebo, del techo de ramas colgaban sin número de cosas que solo podían insinuar que se dedicaba al estudio de la naturaleza y su magia. Ella era Rosé, la sanadora, pero eso lo sabría después el solitario, con otras cosas igual de inquietantes. Súbitamente la inspección ocular del joven, se vio interrumpida por gritos que se escuchaban en el interior del otro recinto.
Reconocía esa voz, pero incrédulo no daba crédito a sus oídos; no podía ser lo que estaba escuchando, quizás la rara atmósfera de la cabaña le estaba jugando una broma cruel a su tensionado espíritu, haciéndolo alucinar que la voz que escuchaba era la de su señorita Jennie. Ahora el espacio en la cabaña se veía inundado por aquellos gritos, haciendo que el solitario se incorporase de un salto, dirigiéndose instintivamente al recinto de donde provenían.

Errantes (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora