Números

300 43 25
                                    

Nací con un don. O, al menos, fue así como mis padres siempre se refirieron a ello. Personalmente, no lo llamaría un don, sino un saber. Una habilidad observacional, por así decirlo. Aún recuerdo cómo, por tanto tiempo, solía ver estas cosas, estos números, sin tener idea de qué significaban. Pero ahora lo sé. Creo que tenía once años cuando llegué a comprender lo que significaban. Veía televisión con mis padres cuando apareció un boletín en las noticias sobre una mujer en Oxford que había sido sentencia por el asesinato de diecisiete personas. Conforme veía la grabación de ella siendo escoltada al juzgado, ahí estaba. El número 17 flotando justo por encima de su cabeza como un halo de malicia. En ese momento, me di cuenta de que estos números no eran aleatorios. Representaban personas. Cada número que veía significaba el número de personas que ese individuo mataría durante su vida.


Vi al mundo de manera muy diferente luego de ese día. En un día normal, al caminar por la escuela y hacia mi casa, veía un mar de ceros y quizá algunos unos. A veces, podría caminar al lado de un sujeto por la calle y el número 3 flotando por encima de su cabeza me haría sentir intranquilo. En lo particular, nunca he conocido a nadie con un número más alto que 1, y siempre me convencía a mí mismo con que esos unos se debían a algún accidente o algo por el estilo. Nada tan siniestro como un homicidio.


A medida que crecía, los números permanecieron consistentes. Cuando al fin les conté a mis padres sobre mi clarividencia, acordamos que lo mejor sería mantenerlo entre nosotros.


La primera persona que conocí con un número más grande que 1 fue a Kayle. Conocí a Kayle en una fiesta que organizó uno de nuestros amigos mutuos. Congeniamos rápidamente por tener muchos de los mismos intereses, pero siempre me sentía abatido cuando me concentraba en el 5 que se cernía sobre su cabeza. ¿Cinco personas? ¿Kayle? No me parecía posible y decidí con prontitud que no lo iba a cuestionar.


Después de tres meses de amistad, me desperté una mañana ante cantidad de mensajes en Facebook. Todos mis contactos estaban en frenesí por lo que le había pasado a Kayle, pero nunca pude encontrar una respuesta clara de lo que sucedió hasta que bajé un poco por mi muro de Inicio. Kayle había ido a una fiesta con su novia, Amy. Se habían emborrachado bastante, pero Kayle decidió que aún se sentía apto para conducir a casa. Tras kilómetro y medio de viaje, chocó con un auto que venía en dirección contraria luego de que Kayle girara en el lado incorrecto de la carretera. Las publicaciones decían que el accidente fue bastante grave, y que su novia murió al instante.


Por más sorprendente que era esta noticia, una parte de mí no podía evitar sentirse culpable. Había sabido que Kayle iba a matar a alguien, pero no pude haber sabido a quién o cuándo... ¿verdad? En tanto me seguía adentrando en las publicaciones, descubrí más acerca del auto contra el que Kayle se había estrellado. El auto se volteó por el impacto y rodó hasta una cuneta al costado de la carretera. El conductor, un compañero nuestro en el colegio, había muerto al instante. Sus tres amigos, que eran sus pasajeros, murieron en el hospital por sus heridas críticas. Cinco personas. Kayle asesinó a cinco personas esa noche. Y yo supe que iba a pasar.


Cargué con la culpa de ese accidente por un largo tiempo. Traté de hablar con mis padres al respecto y ellos trataron de empatizar conmigo, pero sabía que no lo entendían. De hecho, fue muy difícil para cualquiera el entender por qué me estaba sintiendo de esa forma, hasta que conocí a Melanie. La mujer más hermosa que había visto. Empecé a salir con ella alrededor de ocho meses después del accidente de Kayle, y sentí una conexión con ella que nunca había sentido con nadie más. Fue la primera persona después de mis padres a la que le conté de mi don, y me sentí muy aliviado cuando no se asustó ni me dejó. Fue muy tierna y comprensiva conmigo. Tenía una gran curiosidad al respecto, acompañada de una reserva interminable de preguntas.


Me sacó de onda cuando se me quedó viendo, ampliando la mirada, y me preguntó qué número se encontraba arriba de su cabeza. Ella era un cero. Le dije esto, y casi fue como si pudiera haber visto una pequeña onda de alivio traspasándola. Yo amaba todas las preguntas que me hacía, se sentía bien que finalmente fuera capaz de hablar con alguien al respecto y que estuviera genuinamente interesada en lo que tenía que decir.


Habíamos sido novios por más de un año cuando me preguntó algo que mis padres nunca me habían preguntado.


-Jaime, ¿podemos hablar? -Se me acercó con timidez.


-Sí, por supuesto.


-Pues, siempre he querido preguntarte esto, pero nunca pude encontrar el momento indicado porque siempre me pareció un tanto... personal.


-Anda, estoy seguro de que para este punto no hay nada que puedas preguntarme que vaya a ser demasiado «personal». -Me reí.


-Bueno, está bien. Lo que me preguntaba es... Cuando te ves en el espejo, ¿hay algún número encima de tu cabeza? -Alzó la mirada con curiosidad; sus grandes ojos verdes estaban fijados en mí.


-De hecho, sí. Cuando me veo en el espejo, puedo ver el número 13 -le dije, agachando la cabeza.


-Oh por Dios -murmuró mientras daba un paso hacia atrás-. ¿Hablas en serio?


-No, obvio que no -contesté, incapaz de contener la sonrisa que crecía en mi rostro-. Soy un cero, al igual que tú.


Melanie y yo nos casamos hace poco más de dos años, y, hace un par de días, recibimos nuestro primer bebé a este mundo. Una bebé hermosa y saludable, Elizabeth. Nunca he experimentado un amor similar al que siento cuando contemplo su rostro encantador. El sentimiento que se abulta en mi pecho cuando su manita se enrosca en mi dedo es como ningún otro.


Noto más y más cómo mi esposa se enamora de nuestra hija cada vez que la carga. No sé cómo decírselo. No sé cómo decirle que, cuando veo a nuestra bebé dulce y perfecta, siento que mis entrañas se tensan por la culpa. Porque cuando veo por encima de su rostro encantador, veo el número 59.


Tampoco sé cómo decirle que, el día que nuestra hija nació, el número de Melanie cambió de un cero a un uno.

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