Si tu voz deja de hacer eco, cancela tu viaje por carretera.

23 5 0
                                    

No me entristece el fallecimiento reciente de mi abuelo. En su lugar, estoy motivado a compartir lo que mejor recuerdo de él. Esto sucedió a mis ocho años, y hubiera sido imposible que yo sobreviviera si mi abuelo no hubiera estado detrás del volante.

Estábamos en un viaje de pesca ese día. Mi papá tuvo la intención de unírsenos, pero le surgió algo, así que solo éramos nosotros dos por primera vez. Me sentía un poco incómodo cerca de mi abuelo porque nunca había estado a solas con él. Siempre había observado a los demás interactuar con él, pero un niño de ocho años tenía poco que decirle. También estaba maravillado por cómo él actuaba con mi papá de la misma forma en la que mi papá actuaba conmigo; concretamente, una voz de autoridad. Cuando mi abuelo me contó sobre los diferentes tipos de peces y qué carnadas usar, lo escuché como si hacerlo fuera la cosa más importante del mundo. Resultó ser algo bueno que tomara sus palabras tan en serio.

Comenzó muy inofensivamente. A medida que caminábamos por el pequeño desfiladero para regresar al auto, pude escuchar la voz de mi abuelo haciendo eco por las paredes de roca altas. Tuve mucho tiempo para merodear en tanto él empacaba nuestras cosas en el auto, y lo utilicé para regresar a aquella área y gritar. Extrañamente, mi grito solo hizo eco una vez y con debilidad. Por más que gritaba, no escuchaba ningún reflejo del ruido.

Era demasiado joven en ese entonces como para entender lo imposible que era eso. Solo asumí que estaba gritando mal, o que mi abuelo tenía un timbre especial de adulto que le permitía a su voz hacer eco, mientras que la mía solo se extinguía. Aun así, me molestaba, y al final se lo mencioné durante nuestro viaje de regreso por la carretera.

Todo sobre ese momento se talló en mi memoria. Eran las tres de la tarde con veintidós minutos según el tablero electrónico del auto. El cielo se había aclarado en su mayoría con algunos rastros de blanco, y los ojos de mi abuelo eran orbes amplios y alarmados que se posaban en mí, mientras que sus nudillos blancos se endurecían alrededor del volante.

—¿Qué dijiste, chico?

—Te pregunté cómo puedo hacer eco al igual que tú —le dije, sintiendo el temor súbito de que había hecho algo malo—. Grité, pero no pude hacer eco.

Normalmente, su rostro estaba entrecruzado por líneas que se extendían a lo largo de su piel caída y relajada. En ese momento, su frente y mejillas abandonaron su suavidad, y precipitó su mirada de izquierda a derecha rápidamente. No pareció haber encontrado lo que estaba buscando por las ventanas, pero no se vio más tranquilo.

—Toma. —Se reclinó y abrió la guantera frente a mí para sacar una bolsa de gomas de caramelo. Sonreí por un momento, pero no me las estaba dando como un regalo de la manera en la que había pretendido—. Cómetelas todas.

Sostuve la bolsa en mis manos. Se veía como un festín masivo. Si se me hubiera dado la libertad, de seguro me las habría comido todas, pero no de una sola vez.

—¿Por qué?

—¡Cómetelas todas, chico! —dijo con brusquedad; su tono no admitía protesta alguna.

Empecé a meter las gomas de caramelo en mi boca. Él vio hacia abajo y alrededor, luego por el asiento trasero, y por último a sus termos de viaje en el posavasos entre nosotros. Lo empujó hacia mi mano y lo unió a la bolsa efervescente de gomas de caramelos.

—Bébete esto. ¡Todo!

—¡No tengo permiso de beber café! —le respondí—. Mamá...

Me interrumpió:

—Tu madre lo entenderá. Bébetelo. Sé que tiene un mal sabor, pero termínatelo todo.

Su mirada se reenfocó en algo más allá de mí, y giré mi cabeza hacia mi ventana para ver las colinas arboladas rodando a distintas velocidades según su distancia. Las colinas más lejanas, en el horizonte, apenas parecían estarse moviendo, aunque podía discernir una mancha pequeña encima de una de ellas.

||CREEPYPASTAS||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora