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A lo largo de las siguientes semanas y a medida que el calor del verano se disipaba, una extraña rutina empezó a acomodarse en mi vida. De lunes a viernes, me levantaba e iba a clase. Cada día que pasaba, me apetecía más y más ir a clase de astronomía. Una de las razones era que nunca sabía qué iba a decir el profesor Drage o cómo se iba a vestir. Unos días antes, se había puesto unos vaqueros desteñidos y una camiseta estilo hippie. Creo que me había fijado más en eso que en cualquier otra cosa. Pero aparte del profesor estrambótico, era un cierto compañero de clase el que hacía que esos cincuenta minutos fueran puñeteramente divertidos.

Entre los comentarios sarcásticos de Jack, intercalados en la lección de Drage, y su sorprendente conocimiento del sistema solar, saltarme astronomía el primer día había sido una apuesta ganadora a largo plazo. Con Jack de compañero, no había manera de que fuera a suspender.

Comía tres días a la semana con BamBam y con YoungJae, e incluso fui a un partido de fútbol con ellos. Todavía no me atrevía a ir a ninguna fiesta, algo que ellos no entendían, pero no me dieron de lado. Dos veces por semana, se venían a pasar la tarde a mi casa. No es que estudiáramos mucho, pero no me quejaba. Me gustaba cuando estaban ahí. Bueno, gustarme no es una palabra suficientemente contundente. Eran geniales y había pasado demasiado tiempo sin tener amigos como ellos, a los que no parecía que les importara cuando yo me comportaba como una perturbada, y eso pasaba unas cuantas veces.

Por lo menos dos veces por semana, rechazaba a Jack. Dos. Veces. Por. Semana. Llegaba hasta el punto de estar atento para ver cómo lo introducía en la conversación. Ese chico era incansable, pero ya era más una broma recurrente entre nosotros que otra cosa. Por lo menos en mi opinión.

También empecé a esperar con ansia los domingos. Desde el primero, Jack se presentaba en mi puerta a horas intempestivas de la mañana con un cartón de huevos y algo que hubiera horneado previamente. El segundo domingo fueron bollos de arándanos. El tercero, bizcocho de calabaza -este admitió haberlo comprado precocinado-. El cuarto y el quinto, pastel de fresas y brownies.

Los brownies por la mañana eran la hostia. Las cosas iban realmente... bien, a excepción de los correos y el teléfono. Por lo menos una vez por semana, recibía una llamada de un NÚMERO DESCONOCIDO. Borraba los mensajes y los mails sin abrirlos antes. Por lo menos tenía quince de mi primo sin leer. Algún día tendría que mirarlos, pero no tenía las fuerzas suficientes, ni siquiera para llamar a mis padres.

Ellos tampoco me habían llamado, así que no le veía el sentido. Al empezar octubre, era más feliz de lo que lo había sido en mucho tiempo. El aroma del otoño, algo que había echado de menos viviendo en Texas, flotaba en el aire; me podía poner camisetas de manga larga sin que pareciera raro, y estudiar para los exámenes durante la hora de la comida siempre implicaba chocolatinas y caramelos.

¿Me puede decir alguien dónde está Croacia en este mapa? —gimió BamBam. ¿Me puedo inventar una cancioncilla que me haga recordarlo?

Hungría, Eslovenia, Bosnia —le señalé en el mapa en blanco de Europa—. Y aquí está Serbia.

BamBam me lanzó una mirada de odio. —Puñetero sabelotodo.

Me metí un caramelo en la boca. —Perdona.

—¿Te puedes imaginar una canción que contuviera esos nombres? —Jae mojó las patatas en la mayonesa.

Eso es una asquerosidadmasculló BamBam.

Jae se encogió de hombros. —Está rico.

Lo cierto es que voy a hacerme el listillo contigo, así que prepárate. —Cogí una chocolatina y la sostuve frente a BamBam. Abrió mucho los ojos, como un cachorrillo a punto de recibir una recompensa.

•||Te esperaré||•♡•«M a r k s o n»•♡•[ADAPTACIÓN]•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora