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Veinticinco correos de mi primo, desde finales de agosto hasta el 14 de octubre. Esto ya era ridículo. Había esperado hasta después de los exámenes antes de someterme al drama innecesario que, estaba seguro, iba a suceder después de abrir cualquiera de ellos. Había una parte de mí que quería borrarlos directamente. ¿Qué sentido tenía leer los mensajes? Iba a ser la misma mierda, solo que en días diferentes.

Pero me incliné hacia atrás en la silla de mi escritorio, resollando de una manera detestable.

Me dije a mí mismo que los leería el lunes. No lo hice. Que los leería el martes. No, tampoco sucedió. Y ya era miércoles, a las putas seis de la mañana, y me había quedado mirando mi bandeja de entrada durante treinta minutos.

David tenía la misma edad que Blaine cuando todo eso había pasado. Diecisiete, tres años más que yo. Era amigo de Blaine, pero no había estado en esa fiesta. Después de todo lo que había sucedido -la verdad, el pacto entre padres, las consiguientes mentiras y la tormenta imparable en la que se había convertido mi vida-, David se había enterado del acuerdo, pero creía lo mismo que todos los demás.

Que me había arrepentido de lo que había comprado, y quería devolverlo sin tener el comprobante.

Pero David había dejado de ser amigo de Blaine, porque, para mi primo, el que yo hubiera dicho la verdad al principio o no ya no importaba. Todo esto había sido profundamente desagradable para David. En los últimos cinco años, no le había hecho tenerme ni una pizca de compasión.

Echándole un vistazo, comprobé que el primer correo sin leer llevaba ahí desde finales de agosto. Exasperado, lo abrí. Era lo mismo que el último que había leído. Que debía llamarle, a él o a mis padres. Inmediatamente. Puse los ojos en blanco. No podía ser tan importante, porque lo lógico era pensar que cualquiera de ellos habría cogido el teléfono y me habría llamado si de verdad hubiera sido urgente.

Bueno, así era mi familia. Cada uno de ellos pensaba que no debía ser el primero en llamar. Estaban demasiado ocupados, eran demasiado importantes. Incluyendo a mi primo, quien debía de tener un montón de tiempo libre para mandarme todos esos e-mails.

Lo borré. Pasé al siguiente. Lo mismo, pero con un par de frases más. Algo que tenía que ver con una chico del instituto. Seung Simmons. Un año más joven que yo, y con la que por supuesto no había tratado. Ni siquiera recordaba cómo era físicamente. David necesitaba hablarme acerca de él. ¿Por qué? ¿Acaso salía con él y estaban planeando su boda? Si era eso, me sorprendía que me lo estuviese contando siquiera.

Sería una boda a la que no iba a ir. Borré ese mensaje e iba a pasar al siguiente cuando mi teléfono sonó. Me puse en pie y lo cogí. Un mensaje de YoungJae, que quería saber si íbamos a quedar para tomar un café antes de mi clase de astronomía. Le mandé un mensaje rápido, diciéndole que sí.

Cerré mi portátil y me puse en marcha, pensando que quedar a tomar un café con YoungJae era cien mil veces mejor que seguir examinando el montón de correos sin leer.

A la hora de comer, BamBam se estaba comportando como un conejillo alterado porque no teníamos clases ni el jueves ni el viernes, debido a las vacaciones de otoño. Tanto él como Jae estaban emocionados por volver a casa. Me sentía feliz por ellos, pero también un poco decepcionado. Esos días libres eran la alegría de vivir para los universitarios, pero para mí significaban cuatro días de no hacer nada excepto mirar a las paredes y adelantar el temario de las clases.

Pero su alegría era contagiosa y me empecé a reír mientras BamBam intentaba convencer a un chico sentado en otra mesa de que si un zombi mordía a un vampiro, entonces se convertiría en un vampiro zombi, mientras que el otro chico estaba seguro de que si pasaba eso, se convertiría en un zombi vampiro.

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