Una maldición

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Después del primer cambio de cuerpo vinieron muchos otros más, antes creía que eran sueños, mas su frecuencia y su calidad me demostraron lo contrario. Observé que mi dispersión mental aumentaba después de cada experiencia de este tipo, creí que era una enfermedad la que causaba este tipo de "sueños" pero un día desperté en el cuerpo de un vecino y al recuperar mi cuerpo este decía no haber recordado nada de lo que había hecho, o más bien, de lo que yo había hecho usando su cuerpo. Decidí acudir a mis padres, ellos me dijeron que eran ilusiones o historias que mi mente inventaba, ellos tampoco podrían ayudarme. Hasta entonces, debería soportar la duda de cómo había llegado a estar en el cuerpo de un supuesto antifaz blanco. Entonces recordé a una persona.

Era viernes por la tarde cuando me encaminé a la casa de mi maestra, el cielo estaba nublado y los árboles se sacudían con el viento. Cuando me disponía a salir mis hermanos Harim y Ethan me llamaron para jugar cartas, yo me negué amablemente, tomé la gabardina de mi madre y salí a la calle, no podía evitar mirar cualquier cosa curiosa que hubiera en el camino, me repetía constantemente que no olvidara mi objetivo, que no me desviara. El viento soplaba cada vez más fuerte y mi gabardina se ondeaba con él, me empujaba hacia los lados haciéndome caer y perder la concentración. En una de esas caídas una persona me escuchó y caminó hacia mí con prisa. Mi madre me levantó y me sacudió, me dijo que debía ir a casa, que pronto vendría una tormenta... 

Volví al espacio de las nubes y me aproximé a la que me haría controlar mi cuerpo de nuevo, comencé a acercarme a ella pero algo llamó mi atención, y como siempre, no me pude resistir.

Aparecí en una casa pequeña y humilde, un viento fuerte soplaba y golpeaba las ventanas que crujían por su antigüedad, quise asomarme por ellas y cuando lo intenté se me cayeron unos libros que al parecer tenía agarrados. Me agaché y leí los títulos, busqué desesperadamente un espejo y me reflejé en él. Sus cabellos anaranjados y sus ojos de un inconfundible verde la delataron, en ese momento supe que debía permanecer ahí un momento más antes de que mi cuerpo regresara mi mente involuntariamente a él para poder respirar de nuevo. Caminé con prisa para encontrar algún estante con libros, mi concentración ya había comenzado a fallar, abrí el libro más antigüo que pude encontrar y fije mi vista en él, pero antes de que mi vista pudiera pasar por alguna letra, sentí un cuchillo atravesar mi espalda.

Desperté con el corazón bombeando como loco. Mi madre me dirigía una mirada asustada con ciertas lágrimas, seguro que no sería reconfortante no encontrarle pulso a tu hija. De todas formas, no tuve tiempo de tranquilizarla, la aparté rápidamente y corrí hacia la casa que me indicaba la dirección que antes había memorizado, esta vez no hubo distracciones, no escuché la voz de mi madre gritando que volviera, tampoco le presté atención a la gente corriendo a mi alrededor como si sus vidas estuvieran en peligro. Me enfoqué en el edificio incendiado que alguna vez había sido la casa de una maestra capaz de revelar la verdad. 



El secreto de los antifaces blancosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora