No temáis a la grandeza; algunos nacen grandes, algunos logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta y a otros la grandeza les queda grande - William Shakespeare.
Capítulo 3: Una nueva vida.
Nunca volví a ver a mi madre. Después de esperar un buen rato en la puerta, decidí entrar a ver que había sucedido. Silencio, era todo lo que se escuchaba. Ningún grito, ninguna risa, nada. Decidí entrar de puntillas, con miedo por lo que pudiera ocurrir si rompía ese silencio, sólido e interminable que parecía invadir la casa. Cuando llegué a la cocina apenas podía creer lo que veía. Mi padre, inerte, pálido, en el suelo. Una espada le atravesaba el pecho y la sangre brotaba de la herida que causó su muerte. Me encogí, me quedé en el suelo, apenas podía respirar. No sentía pena, no había lágrimas en mi cara, no sentía nada excepto rabia. Puede que fuera demasiado pequeño para sobrellevar esa situación, pero, en cualquier caso, me hizo ser fuerte y frío. Frío.
Busqué a mi madre, gritaba su nombre, esta vez de verdad, no era una estrategia para robar. Esto era real. Trataba de convencerme a mi mismo de que la encontraría pero, muy a mi pesar, sabía que no iba a volver a verla, jamás. Ahora no me quedaba nadie, sólo mis hermanos y vivían demasiado lejos, en otros países. Traté de concentrarme, la cabeza me daba vueltas. Cogí un saco, metí algunas pertenencias y salí corriendo.
Realmente no llevaba nada de valor. Empecé a correr, pero antes de abandonar mi hogar pensé en alguien más. Jen. Por ahora era lo único que me mantenía sujeto a esas tierras por lo que cogí un caballo y me apresuré a buscarla. Cuando llegué al castillo donde vivía no había ni rastro de su familia. Entonces tuve una brillante idea, huiría con Jen tan pronto como la encontrara, era demasiado pequeño para saber que el amor era caprichoso. No la encontré.
Una lagrima rodó por mi mejilla, no encontraba explicación a ese gesto "llorar es de niñas", pensé. Entonces solo tenía 7. Me limpié la cara y pensé en que haría. Me dedicaría a robar, simplemente por diversión, por supuesto, también necesitaría algo que comer así que la necesidad influyó en mi posterior comportamiento. Robar... sonaba bien. Tal vez no fuera el oficio adecuado para mí, pero desde ese momento en adelante sería ladrón.
No me avergonzaba de ello. Ahora sería frío y estaría ausente la gran parte del tiempo, apenas prestaría atención al resto del mundo. No quería tener sentimientos, no quería trabajar con nadie, sólo quería estar solo, yo y los demás. Desde ahora sólo me preocuparía por mí y nadie más. Aunque años después tendría que reconocer que una vez quise a alguien como nadie más lo hizo, su nombre era... Jen.
Me adentré en el bosque.
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