Capítulo 5.

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"El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad" - Victor Hugo.

Capítulo 5: La práctica hace al maestro.

Por primera vez en mucho tiempo me sentía parte de algo. La mafia a la que pertenecía se convirtió gradualmente en mi familia. Al principio podía notar la frialdad con que me trataban, no sólo a mí sino entre ellos. Jamás antes había conocido a criminales y pocas veces me había acercado a gente que no poseyera algún título nobiliario, me lo prohibían pues podía ser "peligroso" y mi vida correría peligro. Abundantes revoluciones se producían como consecuencia de las subidas de impuestos o las hambrunas periódicas que sufría la población. Pertenecer a la nobleza era como vivir en una burbuja y no conocer el mundo que te rodea, nada que ver con la adrenalina que experimentaba cada día de trabajo en la mafia, que no hubiera cambiado por ningún otro oficio ni aunque me ofrecieran todo el oro del mundo.

Soledad, muerte, destrucción. Un vacío que parece arrastrarte hasta lo más profundo de la tierra. Los ojos de los ladrones expresaban tantas cosas que jamás pudiera haberlas descrito todas. Sin embargo, aunque a la mayoría de gente le resultaba desagradable acercarse a nosotros a mí me gustaba el olor que desprendíamos, la mirada perdida y nuestros arapos que generaban desconfianza en aquellos que se interponían en nuestro camino. Poco a poco me fui acostumbrando a los pequeños chanchullos, robos discretos y rápidos, emboscadas y asesinatos a enemigos y amigos.

La mafia se dividía en cinco sectores según los cuales realizabas una tarea u otra. Te clasificaban al llegar, de acuerdo con tus habilidades y condiciones físicas. Los sectores estaban formados por asesinos a sueldo, ladrones, estafadores, alcahuetas y "lagartijas" (denominación que se le daba al grupo compuesto por los niños rápidos y manipuladores que conseguían información acerca de los mejores sitios para robar y se encargaban de reclutar a más niños o adultos generalmente pobres y huérfanos para el oficio) respectivamente. Yo realmente no estaba en ningún sector, me limitaba a ser el aprendiz de Nicole Schneider que aunque solía ser violenta y bastante desagradable, muy en el fondo me tenía cariño y no descartó la posibilidad de que llegara a seer su sucesor en la organización de criminales.

Recuerdo una vez que me usó como cebo para estafar en un bar a un grupo de mensajeros del rey. Ella los sedujo y yo les robé las joyas, ambos les emborrachamos y con un puñal los fue decapitando uno a uno hasta que no quedó ni el dueño del bar al cual atravesamos el pecho con una flecha y robamos sus caballos. Para no dejar pista alguna, quemamos el establecimiento y nos repartimos el botín a medias. Ella me enseñó a manejar la espada, los puñales y flechas y posteriormente la pistola. Mi puntería mejoró con el tiempo y aunque Nicole puso en peligro mi vida muchas veces fue la única a la que pude llamar "madre".

Entre estafa y estafa, una botella de alcohol. 

El 47 de la calle WalbrookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora