Salgo de clases exhausta y espero a Izan en la concurrida puerta del instituto. El apenas nombrado aparece ante mi vista en cuestión de minutos y me abraza por la espalda dejando un suave beso en mi cuello, mi punto sensible.
-Cariño, tengo que ir a entrenar al polideportivo, me temo que no podré llevarte a casa hoy. Lo siento.- niego con la cabeza y sonrío de manera un poco forzada.
- No te preocupes, llamaré a Abel
Izan gira quedando frente a mi a centímetros de mi rostro. - ¿Estarás bien?- cuestiona recolocando un mechón de cabello tras mi oreja derecha. Asiento convincente y le doy un pequeño empujón en el pecho queriendo demostrarle que apoyo completamente su decisión. Es decir, Izan lleva soñando con ser aceptado en el equipo de fútbol al menos unos dos años. Mi novio asiente también y deposita un casto beso sobre mis labios color chocolate. – Te quiero, Dulce, no sabes cuanto- sonríe y retirando los restos de pintalabios de sus labios desaparece de mi vista como si nada, sin darme tiempo a decirle que yo también lo quiero, aunque siendo sincera no me molesta, ese gesto es bastante típico en él.
Me dispongo a llamar a mi hermano y tras dos llamadas finalmente coge el teléfono. No estaba ocupado, solo le gusta su nuevo tono de llamada y lo escucha hasta que se acaba, no es muy inteligente pero yo lo quiero. Abel me comenta que se encuentra entrenando para el partido que se celebrará la próxima semana y tampoco puede llevarme de vuelta a casa pero argumenta que tiene un amigo que me puede dejar en la puerta de mi casa gracias a su maravillosa moto, me pide que lo encuentre en el gimnasio y bufo cansada, no es verano y caminar por la calle es un deporte de riesgo. Nunca sabes cuando puede caer una lluvia torrencial o de repente empezar una tormenta monumental, de modo que camino a un ritmo constante por las calles que no conozco guiándome correctamente gracias a Google Maps. Y tras unos veinte minutos logro llegar sana, salva y sin rastro de lluvia o tormenta al gimnasio al que mi hermano recurre al menos una vez a la semana. Entro por la gran puerta de madera encontrándome con Abel hablando con una chica bastante guapa, que pareciera ir al gimnasio en ropa interior. Y con una sonrisa orgullosa me decido a interrumpir la conversación que mantiene con la rubia en cuestión, aunque me tomo la libertad de ocultar el hecho de que soy su hermana menor.
-Abel, mañana tienes que venir a por mi y más te vale no estar con otras chicas en el gimnasio. Ahora, ¿quién me va a llevar a casa? Donde tenemos que hablar sobre esta rubia. Bonito sujetador por cierto.
La rubia abre su boca de par en par mientras sacudo mi cabello rubio teñido sobre mi hombro y camino hacia donde me indica Abel, encontrándome a un chico pendiente de su teléfono móvil con unas llaves en la mano, parecía impaciente puesto que sus pies dibujaban un compás constante en el suelo. Lleva una camiseta de manga corta blanca, que se ciñe perfectamente a cada uno de sus bien pronunciados músculos y también se transparenta un poco lo que es su torso. Su cabello es moreno, casi azabache y está desordenado en un común tupe de hoy en día, cuando levanta la vista observo sus ojos, azules como el agua del mar e hipnotizantes de cojones. Me mira y sonríe de lado dejando a la luz su perfecta dentadura blanca y seguido, guarda el teléfono en el bolsillo trasero de sus bermudas negras.
-Supongo que tu eres Dulce, soy Evan.
- ¿Tú me vas a llevar a mi casa?
Evan ríe y asiente peinándose el cabello con ayuda de sus dedos. - ¿prefieres que me ponga una bolsa en la cabeza o algo? ¿ O es que acaso no te fías de mis habilidades para conducir una moto?
-Todo eso me da igual, solo quiero llegar a casa cuanto antes y acabar con este día de mierda.
- Parece que alguien tiene problemas.
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Tuviste Que Ser Tú
RomansaLa monotonía en la que vivía parecía perfecta para Dulce, tenía un novio perfecto, un hermano perfecto y una familia perfecta. Pero todo cambia en algún momento, y para ella, todo cambió cuando se vio obligada a conocer al testarudo y orgulloso mejo...