Capítulo 2

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Estoy en una habitación oscura, mis manos están llenas de sangre y mis tobillos rodeados por cadenas. Traté de organizar las ideas en mi cabeza y averiguar cómo salir de este infierno, había una puerta, pero, por lo que había visto, ésta sólo se podía abrir por fuera, no había ninguna ventana, no había ni una rendija o conducto el cual abrir e intentar escapar, no recuerdo qué había pasado en las últimas… ¿horas? ¿O tal vez días? El tiempo parecía haberse detenido estando allí dentro.

Los recuerdos en mi memoria son ahora como manchas borrosas, aparecen por unos segundos, desaparecen por un largo periodo de tiempo y vuelven como relámpagos que brillaran intensamente y su brillo desapareciera conforme una neblina cegadora se llevara todo de mí…

Al otro extremo de donde me encuentro hay un destello brillante, probé con pararme e intentar ir a investigar qué era eso que llamaba mi atención grandemente, sin embargo mis extremidades inferiores no responden. Cada vez me siento más débil, la cabeza me punza y pensar en que todo esto tal vez lo provocó mi mejor amigo, me deja un agrio sabor de boca y un fuerte dolor en el pecho.

Los recuerdos llegan a mi cabeza tan rápido que son difíciles de percibir con detalle. Yo entrando a la amplia casa. Millones de puertas y pasillos estrechos. Los ojos de mi mejor amigo que trataban de pedir perdón por algo que yo no sabía. El grandulón con su imponente porte y sus rudos y peculiares tatuajes. Brandon portándose desafiante y diciéndole a qué veníamos…

El sonido de la puerta abriéndose me hizo salir de mi ensoñación. Delante de ella se encontraba un señor, se me dificultó percibir sus facciones ya que dirigía una potente linterna hacia mí que me cegó casi por completo, en su otra mano cargaba una bolsa de plástico con un líquido escurriendo. Se dirigió lentamente hacia mí, con la suela de los zapatos resonando en el piso con cada paso que daba y entonces pude ver su rostro…

Los recuerdos está vez llegaron más lento. Un cuarto con cuchillos, navajas, armas de fuego, esposas, y muchas cosas para la tortura. Yo en él, esposado. Dos hombres delante de mí. Estos reían sin cesar y me di cuenta que el objeto de burla era yo. Uno de ellos se acercó a mi brazo derecho y me inyectó con una jeringa un líquido desconocido. Ya no sentía nada. Todo se volvió oscuro y lo último que vi fue su cara de diversión y sus ojos llenos de prepotencia. Era él.

-Veo que me has reconocido, niñito.-Sonrió de medio lado, se acercó más a mí, dejó la bolsa en el suelo y con la mano libre me agarró del sangriento cuello de la camisa de algodón.

-Bran… Brandon, ¿dónde…está él?-De nuevo fue difícil que las palabras salieran de mi boca, sentía secos los labios y la lengua, no había bebido nada en mucho tiempo. Me estaba deshidratando.

-Él es un traidor.-Una sonrisa triunfal se dibujó en su rostro y se apartó de mí.-Tu amiguito te traicionó, ¿lo sabías? Te trajo aquí haciéndote creer que iban a divertirse, pero no era así, él sólo quería lo que le prometió mi Señor…

-¿Quién es el tipo al que todos llaman “Señor”?

Me aventó la bolsa que había dejado en el suelo y, gracias a Dios, era agua. Cuando la bebí me volví a sentir vivo. Levanté la mirada y el joven con el que había conversado hace unos minutos ya estaba caminando hacia la puerta.

-No contestó mi pregunta…

-No mereces que la conteste. Vuelvo en unos minutos-me recorrió con la mirada de arriba hacia  abajo e hizo una mueca de disgusto-tendrás que limpiarte la sangre y cambiarte, tenemos un trabajito para ti.-Sin más qué decir salió por la puerta y la volvió a cerrar con candado.

Me encontraba solo de nuevo, el mareo que había sentido hace unos momentos se había ido, y ahora me sentía mejor. El destello que se encontraba al otro extremo de la habitación cada vez brillaba con más intensidad, ¿qué podía perder con intentar levantarme?

Apoyé mis manos en el suelo y con toda la fuerza que aún me quedaba en los brazos, me impulsé… y ese cosquilleo en las piernas que había sentido antes se había esfumado por completo, volvía a sentirlas. Sin embargo, eso fue lo más que logré, ya que las ataduras de metal que rodeaban mis tobillos no me dejaban dar más que dos pasos, la puerta se abrió y, como él había dicho antes, entró con ropa limpia, una cubeta con agua y un trapo.

-¿Cómo es que puedo estar de pie si antes no podía ni sentir las piernas?-El joven levantó la mirada y volvió a sonreírme de lado.

-¿Qué, pequeño? ¿Creíste que lo que te di era agua?

-¿Acaso no lo era?

-Bueno, lo era, pero no era sólo agua, era agua con una potente medicina que ayudó a contrarrestar la anestesia local que te apliqué. Igual no te tengo que dar explicaciones. Aquí está lo que te tienes que poner y con lo que te limpiarás la suciedad.-Dejó las cosas en el suelo y caminó hacia mí, sacó una llave de su bolsillo y con ella abrió los candados de las cadenas que tenía amarradas a los pies. Después, sin decir más, se marchó de nuevo.

Era hora de cruzar la habitación.

Con cada paso que daba, sentía mi cuerpo más firme. Mis piernas retomaron la fuerza que se había ido de mi cuerpo, y los remolinos de ideas en mi cabeza iban desistiendo de su batalla contra mi mente cada vez más rápido.

Estaba dispuesto a dar todo de mí para salir de aquí e investigar qué fue lo que ocasionó todo esto y, si había sido mi propio mejor amigo, necesitaba saber el por qué de sus acciones. Pero lo más importante: necesitaba saber para qué me quería “el Señor”.

Caminé hasta donde estaba el objeto brillante y descubrí que era un viejo anillo de plata con una inscripción que era difícil de leer en la oscuridad, lo guardé en mi bolsillo y recorrí el cuarto hasta llegar de nuevo al lugar donde estaba situada la ropa y las cosas que me ayudarían a lavarme. Agarré el trapo y lo remojé en la cubeta con agua, al momento de pasarlo por mi cara, me di cuenta de que ésta ya no era suave como había sido antes, ahora era áspera. Toqué mi cabeza queriendo alisar mi cabello pero no había nada, ¡ahora era calvo! Bajé la vista de modo en que me pude ver el cuerpo completo, ahora era delgado y robusto de los hombros, ¿qué me habían hecho? ¿Acaso eran sólo mis tontos pensamientos? ¿O algún efecto de aquella medicina? Cualquiera que sea la respuesta, me da miedo.

Me cambié de ropa, fui directamente hacia la puerta y, esta vez, sí pude abrirla.

El antes mencionado joven que hizo algunas visitas a mi fría celda, estaba ahí afuera esperándome pacientemente, sin embargo yo en vez de paciente estaba lleno de ira. Salí con los puños cerrados a mis costados, listos para golpearlo...

La traiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora