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Tiene tarea, piensa.

Tiene millones de trabajos y exposiciones que terminar para su semana. Es domingo, domingo en la mañana, y le queda solo un día para volver a clases. Tiene un día para despedirse de su madre y su hermana, de su padrastro. Le quedan solo horas antes de volver a su pequeña, reducida y claustrofóbica habitación en la universidad, en donde seguramente se quedará más de lo necesario, entre noches de estudio y una que otra fiesta. No, nada de fiestas. Ahora tiene que centrarse en pasar, en lograr superar el año.

Escasos momentos antes de volver a trabajar los sábados y pasar interminables horarios vestido de príncipe, o repartiendo pizzas, o recogiendo pedidos de gente rica en lujosos restaurantes y luego sirviendo el té en la cafetería que queda en la esquina de su universidad. Horas antes de volver a la monotonía de vivir algo diferente cada día, de ser independiente y experimentar comidas exóticas que nadie disfruta, nadie excepto él.

Y lo está gastando así, acostado, con su reloj marcando las 7.08, escuchando el mismo sonido que se repite cada vez que pasa un segundo, viendo el techo y contando las inexistentes grietas o posibles manchas que nunca encuentra. Tal como el verano anterior, y el anterior, y el anterior a ese.

Su lobo está inquieto dentro de él, ansiando volver a esa vida estudiantil, a las duchas rápidas después de entrenar y la naturalidad con la que todos caminan a su alrededor. Quiere volver, codiciando el recuerdo de esa normalidad que no experimenta desde hace un mes. Se siente extremadamente relajado y aun así quiere de vuelta el frenesí de entregar un trabajo justo a tiempo, lo que es correr por los pasillos buscando la sala indicada, la asfixia de los pasillos cuando toca el timbre y los cuerpos apretujados de todos caminando hacia la cafetería.

Extraña los olores de miles de personas arremolinándose bajo sus fosas nasales y la familiaridad con la que reconoce cada uno, sin necesidad de voltear a ver quién está ahí. Incluso anhela los suaves toques que recibe cada día, el suave olor a vainilla acariciando su cabello o menta moviendo su camisa, extraña todo eso.

Y más, lo extraña a él.

Extraña sus noches de estudio y su siempre ruidosa presencia silenciada en sus trabajos aleatorios, las caras que hace cuando decide probar sus habilidades culinarias y los empujones calientes de cuando salen de las duchas, a él corriendo para alcanzar al profesor y poder darle su proyecto, porque sabe que no podrá gritarle que pare, sus ojos llenos de diversión cuando le cuente que se perdió y confundió su sala, el calor de sus cuerpos apretujados y ansiosos por algo de comida, siempre sentándose en el mismo lugar.

Y solo le queda un día para volver a la normalidad, para volver a casa.

Para volver a Louis.






NOTA DE AUTORA: hice pequeños cambios aquí y allá, estoy de vuelta y llena de ideas, ¡los amo y gracias por esperarme!

Ambiguo (larry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora