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Ahí estaba, hincado de rodillas frente a su ya atrofiado violín, con las cuerdas rotas de tanto tocarlas, el arco era también un desastre, ya casi estaba roto de los azotes que el platinado dio al violín, estaba desesperado, corroído por el miedo y ahogado en la pena que lo absorbía cada vez más, como la penumbra cayendo sobre la tierra llevandola a la profunda obscuridad, sentía su respiración agitada al igual que su pulso, sintiéndose como si cayera por un abismo de desesperanza y soledad, su fama estaba llegando a su fin, ya ni siquiera estaba en boca de los más bajos de la sociedad. Había sido remplazado, por el siguiente en la fila un nuevo novato, un "prodigio" al que ahora el pueblo de Viena alababa, pero ¿por qué? No era ni la mitad de lo famoso que había sido el, ni siquiera era apuesto como lo era él, era carente de encanto y de la sensibilidad para ser llamado prodigioso, pero ahí estaba él, Georgi Popovich, por encima del ya olvidado Víctor Nikiforov, su nombre sería de ahora en adelante tan irrelevante como el del sujeto que gentilmente barría las calles de la ciudad por las mañanas, si, así de irrelevante, así de insignificante se sentía ahora.

-Esto debe ser un error, todos deben ser unos idiotas, incultos e insignificantes, ¿cómo pueden preferir su asquerosa música? Es tan pueril, carente de matices, ni siquiera en una escuela compondrían algo tan estúpido- todas aquellas rabietas, todas sus quejas eran simples pantallas que evitaban que ahogara su pena en llanto, ni siquiera cuando su madre murió había llorado; se levantó caminando hacía su mesa principal tomando una botella de vodka y bebiendo del pico de la misma dio un trago largo, lo suficiente para poder dormir al menos dos días.

Había pasado las últimas dos semanas en vela, intentando componer algo, lo que fuera, pero su cabeza simplemente no daba vida a nada, la impaciencia le carcomía, necesitaba resaltar una vez más, cada día que pasaba el dinero se agotaba, hasta que llegaría al punto de desaparecer y no podía permitirse eso, jamás volvería a mendigar, jamás volvería a pasar hambre, jamás volvería a ser ignorado, deseaba con toda su alma escuchar nuevamente a su público aclamarlo, adorarlo como si fuese un Dios, porque para eso había nacido él, para ser el único, el mejor.

Abrió sus ojos encontrándose con su habitación completamente iluminada, limpia, como si estuviera en un lugar completamente distinto, incluso el aire se sentía limpio, fresco y ligero, acompañado de aquella melodía -¡Oh por todos los cielo! Pero que sonido tan más espectacular, que notas tan más suaves, tan más apasionadas - pensaba él, sentía en su pecho una creciente sensación de felicidad al escuchar aquellas notas que de la nada fueron convirtiéndose en una pieza completamente distinta, sentía que aquella música quería arrancarle sus sentidos, su corazón y nuevamente esa frívola voz musitaba su nombre -Víctor... Víctor...- era más audible, estaba seguro que esta vez podría escuchar aquel nombre -¿quién eres?- preguntó esta vez con firmeza e inflándose el pecho para lucir audaz y atrevido, pero todo rastro de valentía desapareció en el preciso instante en que aquel helado murmullo golpeó su nuca y erizó su dermis. Pegó un saltó al sentir su vellos erguirse ante la frívola sensación. Aquella silueta ahora tenía forma, era una elegante figura, una andrógina persona, pero la más hermosa persona que pudiese recordar, vestía un elegante y umbrío traje que dejaba resaltar su esbelta y exquisita figura, sus cabellos negros ébano sutilmente caían hasta sus hombros donde permanecía quietos.

La Sonata Del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora