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No había una sola persona en toda Viena que no le conociera, que no hubiera caído bajo sus encantos, bajo la preciosa luz de sus ojos, bajo la suavidad de su voz y él sublime sonido de sus cuerdas, Víctor Nikiforov era un joven prodigio del violín, a la corta edad de once años había logrado encantar al pueblo entero, al mismísimo estado, todos habían escuchado el cantar de las cuerdas de su violín, lo habían visto aunque fuera por un momento fugaz, o sabían acerca de el por algún rumor, pero no había una sola persona en toda Austria que no supiera de él.

Pero así como libró todo obstáculo para poder llegar a ver el esplendor de la cima y saborear el exquisito y embriagante sabor de la fama, fue sencillo que le cortarán las alas y cayera de golpe a la cruda realidad; en su vida solo había logrado interpretar a los más grandes con una precisión increíble, con una exactitud casi abismal, pero solo había llegado a crear una pieza musical que había despertado poco interés en la audiencia, aunado a los escándalos que le perseguían, el gran Nikiforov había llegado al fondo. Pero no podía permitirse estar en ese fondo de nuevo, ahora a sus dieciséis años estaba realmente apegado a los finos lujos que había obtenido en su vida de riquezas, de ser perseguido por la fama y las muejeres que se lanzaban a sus píes y seguidamente a su cama. Así que no podría darse el lujo de ser olvidado, de ser remplazado por el primer pelmazo que se acercará y se creyera el próximo Vivaldi, un gran prodigio, y ahora haría todo lo que estuviera en su poder para volver a ver él excelso fulgor de la cima.

—¿Escuchaste los rumores? Dicen que tras el corto tiempo de fama el joven Nikiforov ya pasó a ser otro de esos talentos olvidados.

—Yo escuche que tenía una reputación bastante dudosa con las jóvenes doncellas que acuden a escucharlo tocar— Aquella historia era total y completamente cierta, pero ¿cómo podía negarse a la carne que llegaba tan voluntariamente a él? Víctor era un joven sumamente apuesto, su tez blanca tenía un suave tacto como la mismísima seda, sus largas y finas ebras plateadas caían sobre sus hombros cuando no estaban bellamente sujetadas con un firme lazo, la finura de sus facciones, sus cristalinos ojos que parecían las más puras lagunas y el hipnotizante timbre de su voz lo volvían un imán para todas aquellas que quisieran aventurarse a pasar un fugaz momento por su cama.

Ahora el joven platinado observaba desde su ventana el andar de las personas, sus chillonas y escandalosas voces que escupían su bilis y su veneno frente a su puerta buscando hacerle enloquecer y lo que más le irritaba es que lo lograban, le hacían enfadar con facilidad, quería salir y golpear en sus horribles y empolvados rostros hasta derribarlos para hacer que callarán, quería escupir sobre ellos y patear su dignidad así como buscaban hacerlo con la suya, pero la poca cordura que había en él le pedía que actuará con cautela e inteligencia y la única manera de relajar su cuerpo para llegar a eso era beber, beber hasta que el sueño se apoderará de él y le hiciera caer rendido para así liberar su mente.

Abrió sus ojos encontrándose en su cama, recostado entre las finas sabanas de algodón egipcio y las suaves almohadas de plumas que sostenían su cabeza, al sentarse para ver a su alrededor quedo completamente pasmado, una suave melodía envolvía el ambiente, sofocando su corazón, pero algo más lo acompañaba en aquel lugar, había una silueta sentada al final de su cama, susurrando tenuemente —"Víctor... Víctor... "— su cuerpo era una temblorosa masa de nervios que no lograba mover un solo músculo —¿Qu-quién eres?— preguntó con una voz trémula —" Za... l—"

La Sonata Del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora