De regreso tomó el camino a la aldea, contra su voluntad enfiló hacia la tienda de doña Yeon Soo. Pidió un refresco y aprovechó en preguntar si la gente tenía agua en sus casas.
Tal como pensó, en la aldea no había agua caliente en las casas. Debían sacarla del pozo de la finca. Preguntó donde quedaba el pozo, le dieron vagas indicaciones que no entendió del todo.
Estaba de regreso, y empezaba a anochecer pero, en lugar de tomar el camino hacia la mansión, se dirigió a la montaña. Doña Yeon Soo en sus escuetas palabras había esbozado el posible lugar donde se encontraba el pozo, y en un punto bajo de la montaña, logró escuchar, dentro de una casetilla de láminas pintadas de rojo, el ruido de un motor, no muy grande, y seguramente era el que impulsaba la bomba. Entró, era un cuartito grasiento con olor a humo de gasolina y aceite quemado.
Regresó a casa, y ya era de noche. Al día siguiente pensó ir al nacimiento que usaban los mozos para lavar ropa y bañarse. La idea de ver desnuda a una de las mozas hacía volar su cabeza y alteraba sus emociones. Si es que tenía buena suerte y no hallaba sorpresa alguna.
Los sueños vagos vaporosos y ligeros durante la noche y una densa oscuridad interna por la madrugada, hicieron imposible levantarse temprano para ir al nacimiento a espiar desnuda a las mozas, como se lo había propuesto la noche anterior. Se levantó tarde de la cama e hizo nuevos planes para ese día.
Salió a caminar por los largos extravíos de la finca con la mente errante y desatenta por el desvelo de la noche anterior. Quería encontrar un lugar donde sentarse a meditar. Pero meditar, desde aquel primer sueño, era volver a esa sensación de ansiedad, en algún punto placentera y permanecer en ella durante horas.
No se dio cuenta en qué momento se cruzó en su camino. Decidió regresar, más allá de la hora de la comida, casi al atardecer, cruzando por una pequeña ladera de rocas antes de llegar al puente del río, cuando de repente, al dar la vuelta, casi pega un brinco del susto. Y Él también.
El otro soltó las flores que estaba cortando y quedó completamente estático. Su expresión debió haberle sido similar. Se levantó e intentó correr. Con voz alta y algo imponente Jongdae lo detuvo, a pesar del sobresalto que enturbiaba su interior.
Era casi de su estatura. Tendría unos dieciséis años y llevaba puesto una camisa de rayas celeste y blanco y pantancillos gris, Su piel, efectivamente, era casi blanca. En ese momento no supo si era por el susto. Sus ojos eran razgados y grandes como una almendra, color café claro y verde en medio. Sus labios rojos eran de una carnosidad salvaje, regordetas mejillas, enmarcando una belleza rara que culminaba en su pelo castaño, casi rojizo, algunos mechones le caían en el rostro. Viéndolo bien, tenía la expresión de un ángel asustado pero lleno de una distante alegría.
Era el chico de la iglesia, el que le arrebató el impulso. Y también era el niño de doña Yeon Soo, su hijo. No tenía apariencia de tener alguna deficiencia mental y, por lo que podía verse, su salud física era buena. Antes que intentara irse de nuevo le habló .
—¿Eres el hijo de Yeon Soo, de la tienda Lucky, verdad?—asintió con la cabeza y no dijo más. Como si súbitamente hubiera enmudecido o él hubiera quedado sordo. Pero se oía la ligera brisa.
—¿Cómo te llamas?— Insistió.
—Minseok — su voz era tímida, de una profunda dulzura.
— ¿Qué haces aquí
—Cortando flores
—¿Para qué?
—Para ponerlo en el altar de la iglesia
—Vamos, recógelas y yo te acompaño de regreso a la aldea
—No Joven Jongdae. Yo voy solo. - Recogió las flores y salió corriendo como un ratón perseguido por un gato.
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Botones de azúcar /Adaptación.
FanfictionKim Jongdae es un chico sin complejos, es carismático e hijo de una pareja de finqueros con quienes apenas cruzan un par de veces al día en la enorme mansión. En cierto punto de su vida, la inociencia se ve trastocada por el irrumpimiento de un amor...