Parte 15

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Hola.
Probablemente ya no recuerdan esta historia. No había actualizado en bastante tiempo.

Aquí traigo otro capítulo. Espero lo disfruten.

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Luhan se recostó a su lado, Jongdae le acarició el pelo y lo tomó de las manos. Que situación mas extraña.

Frente a ellos ardía el fuego más despacio. El fuego es ciego, se decía por dentro, en él nos miramos. Le acarició nuevamente el cabello, cuello y orejas, durante horas.

No hicieron nada más que eso.

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—Entra Jongdae. —dijo Luhan cerrando la puerta de la habitación que le habían designado. Rendido y complacido se tiró a la cama. Se había levantado temprano, y antes del desayuno, se había robado uno de los caballos. Seguramente había aprendido a montar desde niño, con su padre. Lo vieron corretear por toda la finca, sin haber comido siquiera. El desayuno se enfrió en la mesa, bajo la mirada molesta de su madre, a quién Jongdae tuvo que entretener mientras regresaba. Regresó exhausto a medio día.

—Siempre me ha gustado cabalgar — dijo —  Eso es lo que extraño del campo.

Se quitó la playera, le pidió a Jongdae que le frotara la espalda. Y cómo podía decir que no. Se le acercó, estaba temblando por dentro. Estuvo a punto de dar la vuelta al verle la piel blanca. Pero no lo hizo.

Luhan estaba boca abajo. Jongdae comenzó a untarle la crema en toda la espalda. Tenía los músculos erectores de la columna vertebral bastante inflamados, por eso soltaba algún quejido de dolor cada vez que pasaba la mano por esa zona.

Él veía la parte baja de la espalda del chico a través de la ropa ligera que aún tenía puesto. No pudo evitar verle la parte trasera.

Se empeñó en calmarle el dolor. Comentaba cada lunar que encontraba en su espalda, con cariño, con ternura. Luhan reía.

Al final del masaje, Luhan se levantó y se puso otra playera, le ordenó a Jongdae que se diera la vuelta, y como premio quizá. Comenzó a acariciarle todos los músculos de la espalda. “no creas que te voy a dejar partir invicto” le dijo en tono de broma, pero ya había sido vencido. Cuando lo abrazó por detrás, Jongdae giró un poco el rostro y Luhan lo complació con un escaso roce de medio labio. Una catarata, un salto de agua, un chorro volcánico se descargó sobre las cenizas en sus profundidades. Luhan también dudaba, ahora lo sabía, dudaba al igual que él. Por eso guardaron silencios largos. Silencio entre las paredes que se cubrían de vapor invisible y penetrante de la duda humana. Nadie puede ser mayor que la duda, porque de eso se alimentan la esperanza y el vacío. Y al final, aquel silencio fue seguido por la mano de Luhan, como un hilo delgado e inquebrantable, le acarició el pelo y dijo, con la voz más ligera que cualquier chicho haya tenido.

—¿Te puedo contar un secreto?

—Sí —respondió temblando, con los ojos llenos de escarcha.

—Siempre he soñado con alguien como tú.

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Una mancha de tiempo cruzó detrás de él. Era una sombra. Él estaba en una iglesia de rodillas, frente a un altar que asemejaba el altar de la iglesia de la aldea. Giró el rostro lentamente para ver de quién era aquella sombra, pero no había nadie, nada. Regresó la vista al frente, hacía el crucifijo tras el altar y cerró los ojos. Sintió cómo alguien le tomó, no el cuerpo, sino el alma, y fue alzado. Él se sentía suspendido en el aire. Frente a él estaba un ser luminoso, parecido al del bosque. <<Lo haces bien, Jongdae>> dijo. Un dedo o forma de dedo se extendió hacia él, hacia su alma, y lo tocó. En su mente, en su espíritu, se proyectaron imágenes de guerra, de paz. De vida, de muerte, de alegría, de tristeza, pasadas y futuras.

Botones de azúcar /Adaptación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora