El Fin De Su Mundo

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Disclaimer: Arthur Kirkland pertenece a Himaruya. Martín Hernandez y Victoria Alcorta pertenecen a sus respectivos autores en la comunidad de Latín Hetalia. Hago esto sin fines de lucro.

Pareja: UKArg

Palabras: 893

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Cuando el tema del fin del mundo se coló en la charla de los hermanos y primos latinoamericanos, algunos dijeron que les gustaría que fuera rápido. Algunos otros habían afirmado que el mundo acabaría con un asteroide impactando contra la tierra, otros mencionaron un evidente ataque zombie… los hermanos mexicanos aseveraron que todo comenzaría con la falla de San Andrés, que simplemente los haría desaparecer. Martín no participó, pese a que estaba implícito que querían su opinión.

Ninguno sabía que el mundo se había acabado para Martín, que hace 36 años, el Sol había dejado de brillar para sus ojos. Era imposible que alguno de ellos supiera que para Argentina ya no había nada por lo que luchar, que se sentía tan destruido que no cabía en sí mismo. Ninguno conocía que ese mismo chico que traspasaba las barreras conocidas del egocentrismo, lloraba todas las noches hasta quedarse dormido.

No importaba el día, el rubio teñido siempre tenía un motivo por el que dejarse inundar en lágrimas. Casi todas las veces, sus llantos silenciosos contra la almohada llevaban el nombre de Victoria, mendigando por un amor que nunca volvería.

El fin del mundo le duró setenta y cuatro días. Y comenzó el dos de abril de 1982. Como la calma que precede la tormenta, recuperar físicamente a su hermana fue sencillo. En el mismo día, había tomado posesión de las Malvinas territorialmente. Sin embargo, ella no correspondió el abrazo.

Ese fue el primer meteorito simbólico que impactó contra su suelo. ¿Acaso su hermana no estaba feliz de volver a verlo? ¿Qué le había sucedido a su cabello? ¿Por qué estaba de color negro en lugar del castaño claro semejante al del país?

Pero, definitivamente, el fin del mundo no hacía más que empezar. Cada uno de los desprecios que la joven tenía, eran una puñalada tras otra. Impactando sin cese contra su corazón, cuando ella escupió el mate y eligió el té; o cuando ella se negó a decirle una sola palabra en español. No importaba que tratase de hacer Martín, la niña seguía sin mostrar ápice de dar el brazo a torcer. Era… como si lo odiara. Más tarde, descubriría que efectivamente lo repudiaba como a nadie.

Las seis semanas que solo permanecieron los dos hermanos fueron lo de menos. Si tuviera que llevarlo a un fin del mundo medio apocalíptico, simbolizaría la lluvia de meteoritos.

Las seis semanas que solo permanecieron los dos hermanos fueron lo de menos. Si tuviera que llevarlo a un fin del mundo medio apocalíptico, simbolizaría la lluvia de meteoritos.

Luego llegaron las enfermedades, o más bien conocido como los ingleses a presentar batalla. Ver a Arthur tan bien físicamente, tan orgulloso de sí mismo y sin que se le mueva un pelo por él, lo enfermó. Fue peor que una intoxicación, porque el inglés sabía lo que hacía. Claro que el ex pirata conocía como manipular a Martín, había memorizado todos sus puntos débiles.

Entre medio de cada pelea, intentaba tocarlo lo máximo posible. Aquello desconcentraba al latino, porque cada roce lo catapultaba a su niñez, cuando Arthur se había aprovechado de los cuarenta y seis días que lo poseyó como territorio. Y así, sus reflejos se volvían nulos. Todas sus posibilidades de atacar de vuelta, temblaban de terror por miedo a una represalia que claramente no vendría.

Después llegó la alarma por los muertos en el hundimiento del General Belgrano. Pero aquello no vino solo, Arthur había ido a visitarlo a su campamento la noche previa, y en la profunda soledad de los dos, no le costó dominar cada centímetro de la mente del argentino. Apresó sus manos contra el suelo y se situó sobre él. Le causó gracia que el contrario estuviera temblando antes de que comenzase a tocarlo de verdad, y hasta le pareció adorable. De hecho, hubiera reído de no haber sido por el profundo silencio que coronaba las islas. Lo humilló con palabras, demostrándole lo débil que era por no haberse resistido, y volvió a restregarle en la cara que el Imperio Británico nunca sería vencido por una colonia como él.

Después llegó la alarma por los muertos en el hundimiento del General Belgrano. Pero aquello no vino solo, Arthur había ido a visitarlo a su campamento la noche previa, y en la profunda soledad de los dos, no le costó dominar cada centímetro de la mente del argentino. Apresó sus manos contra el suelo y se situó sobre él. Le causó gracia que el contrario estuviera temblando antes de que comenzase a tocarlo de verdad, y hasta le pareció adorable. De hecho, hubiera reído de no haber sido por el profundo silencio que coronaba las islas. Lo humilló con palabras, demostrándole lo débil que era por no haberse resistido, y volvió a restregarle en la cara que el Imperio Británico nunca sería vencido por una colonia como él.

Inglaterra profanó las tierras argentinas una vez más, y le sonsacó la información necesaria. Algo que perseguiría a Martín por el resto de su miserable vida era el hecho de que él soltó la información que los había condenado a todos los tripulantes del barco. La sombra de los trescientos veintitrés fallecidos no iba a irse nunca, al igual que la culpa por haberse vuelto a dejar caer en las manos inglesas.

Finalmente, el mundo de Martín se terminó de destruir el catorce de junio. El día que, tras una nueva profanación de su tío la noche previa, Martín vio la bandera británica en el mástil en el que anteriormente había flameado la suya, y su firma sellar un documento de rendición. No supo que le dolió más de todo aquello, si haber perdido, la felicidad de su hermana pequeña por continuar bajo la tutela de Arthur, o la debilidad y el terror que el inglés lograba continuar infundir en él. Pero si, aquella sucesión de acontecimientos fueron el final de su esfera privada y sus sonrisas genuinas.
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Por: GuillerminaUrs

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