Por favor... No me dejes

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Disclaimer: Arthur Kirkland pertenece a Himaruya y Martín Hernandez pertenece a su respectivo autor en la comunidad de Latín Hetalia. Hago esto sin fines de lucro, sino solamente el de entretener a quien le guste.

Pareja: UKArg

Palabras: 691

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Arthur clavó sus ojos en el niño. Debía admitir que el mocoso tenía una mirada rebosante de vida, e incluso llevaba instantáneamente a pensar en los campos que poseía. ¿Cómo podía un crío tener tanto para dar y haber caído en manos del bribón español? ¿Por qué no en las suyas? Aquello no era justo. ¡No! Inglaterra quería que todo el nuevo mundo fuera suyo, y en especial aquel niño.

Pero era demasiado temprano aún. Si iba a llevarse a ese niño consigo, tenía que asegurarse de no fallar. —So, Martin. —Comenzó el inglés, dedicándole al menor su mejor sonrisa—Tu sabes que amo pasar tiempo contigo y que valoro cada segundo que tengo con mi sobrino favorito, ¿no es así?

La cabellera castaña clara se sacudió, acompañando a los asentimientos del inocente joven. —Yo también amo pasar tiempo con vos, tío Arthie. Sos mi familia, y cada vez que veo tus barcos acercarse a la costa, mi corazón late con mayor rapidez. —Aseguró la criatura, antes de apegarse al torso del pirata en un abrazo, ostentando una sonrisa en el rostro— Vos me haces feliz con venir a verme.

Arthur posó una mano sobre los cabellos del infante, y comenzó un proceso en el que lo acariciaba como se acaricia a una mascota. Sería espectacular cuando finalmente lo tuviera completamente a su merced. Por algún motivo, anhelaba destruirlo. Aquello le pasaba por confiar con tanta rapidez, ganarse su confianza había sido increíblemente simple con el cuento de la familia. Claro que ese mocoso no era su familia, Martín iba a ser suyo y nada más; para familia, tenía a Alfred.

—You know, my Little boy… Antonio no quiere que venga a verte. —Soltó la información de manera rápida y concisa, no le gustaba andarse con vueltas— Él está celoso, porque nosotros dos nos llevamos muy bien. ¿No nos llevamos bien, mi pequeño niño? —Su voz suave, como de miel. Todo para que el infante cayera en sus brazos de manera ciega. Simplemente, que no supiera de donde esperarse el golpe final— Por eso ha puesto más seguridad en tus costas y en el Puerto de Buenos Aires… ese fue el motivo de que haya tardado tanto en volver a verte, mi pequeño.

Martín curvó sus labios en un puchero, y se aferró al inglés con fuerza. —No quiero dejar de verte, tío. Haré lo que sea, pero por favor, no dejes de visitarme. Sin ti estoy solo, vos sos mi mejor amigo, y como mi otro papá. Por favor, por favor no me abandones.

La manera en que el corazón del infante se contrajo ante la posibilidad de perder la compañía del mayor, fue hasta dolorosa físicamente. E incluso a Arthur le causó un atisbo de culpa. —Oh, please my child. No llores, mi pequeño niño. Tengo una solución, ¿si? Pero no llores, no me gusta ver que tus ojos se inunden de lágrimas, y mucho menos que de tu boca escapen sollozos. Estás en la edad de oro, solo debes reír y dejar que me ocupe de todo. —Afirmó, sonriéndole con ternura fingida. El único momento de compasión ya había pasado y quedado en el olvido— No dejaré que nos separen, pero necesito tu ayuda. ¿Crees que podrás ayudarme a seguir viniendo a visitarte?

Con efusión, el más joven asintió, desesperado por el miedo a perder a su tío. Estaba seguro de que haría cualquier cosa, sin importar el costo, para mantenerlo consigo; para no quedarse solo. Le daba miedo quedarse solo por tanto tiempo, ¿y si en algún momento lo dejaban de visitar y se olvidaban de él?

Lo que Martín no sabía fue que aquel día firmó una sentencia de muerte; un pacto irrompible en el que se entregaba en manos piratas. Y en ese momento comenzó el contrabando bonaerense con Inglaterra. ¿Quién hubiera dicho que todo empezaría por el temor de un niño a ser olvidado?

La mayor parte de las familias se llevan bien. Y esta no era distinta. Solo… solo que una de las partes quería destruir a la otra, mientras esta confiaba ciegamente en la primera. Si… eran una familia como cualquier otra.



Por: GuillerminaUrs

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