Poison

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Cuando sus miradas se cruzaron entre las luces del bar ambos supieron que aquello no iba a quedar ahí. El rubio vestido elegantemente de negro platicaba con el mesero al cual seguramente buscaba conquistar mediante un peculiar acento inglés y buenos modales, mientras lo observaba de reojo cada tanto.
Allá en la mesa junto a la entrada, el chico de cabello rubio más oscuro, vestido de forma casual y despreocupada que bebía ron mirándolo con una sensualidad y seriedad que parecía querer desnudarlo y luego desollarlo por estar coqueteándole al chico que él había fichado primero.
Porque él fue quien entró al escondido bar en busca de una cita con ese castaño de mirada adusta y cabello perfectamente peinado con gel que atendía allí.
Y ese bastardo de ojos verdes, que quería hacérselas de galán le estaba robando su atención.
Las orbes esmeraldas volvieron a chocar cuando el chico se alejaba de la mesa junto a los arreglos florales tomando apuntes del pedido recién hecho, ajeno a cualquier confrontación entre esos rubios.
La primera vez que se vieron en ese bar, ninguno de los dos sabía que habían elegido a la misma presa. Y ninguno de los dos imaginó que iban a dejar de lado su interés latente por el chico en cuestión.
-Perdoná, querido- habló para sí en voz altta mientras observaba al mesero que le servía más ron- Manu...- sonrió al leer el nombre en su delantal sonriendo con coquetería- Pero no podrás disfrutarme-
-¿Qué chucha te pasa?- el chico frunció el ceño y se largó
casi al instante tachándolo de enfermo- Ahuenao-
El rubio sonrió cínico.
Si sólo supiera...
Giró la vista sin ninguna vergüenza por el reciente rechazo, para dirigirle una mirada helada al rubio al otro lado del bar.
Ya no era el juego del cazador y la presa. Sino que uno entre iguales depredadores.
Y eso al argentino le excitaba aún más.
El castaño jamás se enteraría de la suerte que tuvo de librarse del asecho de esos dos. Realmente ni siquiera se imaginaría de lo que se salvó.
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Arthur.
Sí, así parecía que se llamaba ese idiota que parece tener costumbres raras en la cama.
No está muy seguro, todo se distorsiona a simple vista, parece que algo le puso en su bebida mientras conversaban hace unas horas atrás.
Fuera cual fuera el motivo de querer drogarlo, el mismo inglés parece que no es muy conciente de lo que hace por culpa del alcohol.
Como sea... puede vivir con eso.
No es como si nunca haya tenido sexo drogado.
Las cosas son mejor, se sienten mejor.
-Martín-
Escucha el jadeo en su oreja, la que luego parece ser perforada por los dientes del inglés hasta hacer brotar sangre.
El argentino no se alarma, ciertamente ya tiene hecho un desastre en la espalda del mayor.
Le gusta enterrar las uñas en la carne viva, le da más realismo a todo cuando Arthur se mueve frenético sobre él.
La primera vez siempre le gusta sentirlo vivo.
Porque las cosas pueden cambiar de un día para el otro.
Y entre mordidas, rasguños y brutales embestidas Martín llega a un clímax inesperado.
Él ni siquiera pensaba en terminar así con el boludo que le estaba robando su presa. Arthur tampoco. Fue un mero cambio de planes.
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A la mañana siguiente, el silencio reina en la habitación, Martín no recuerda como es que dejó que Arthur lo llevara a su casa, eso dificulta demasiado la tarea. Aún está recostado de lado mirando a la pared, simulando estar dormido pensando cómo poder transportar al inglés a su departamento sin que nadie se de cuenta.
-"¿Quizás por partes?"- piensa con frialdad mientras enfuruña la nariz- "¿Y cómo? ¿En una maleta?- entreabre los ojos, molesto, viendo la blanca pared del ordenado e impecable lugar. No le gustan los tipos demasiado correctos e intelectuales, pero hay algo en ese tal Kirkland que lo atrae y a la vez le dan ganas de reventarle la cabeza.
Sonríe, es justo lo que está buscando.
La cama está helada, al parecer el inglés ya se levantó. Seguramente en la cocina. Mientras se remueve un poco tapándose más con las sábanas idea un plan para tomar un cuchillo y terminar todo por la espalda.
Una manchita en un rincón de la pared lo distrae de sus geniales pensamientos.
Una manchita roja que parece haber sido olvidada luego de una limpieza demasiado exhaustiva.
Seguramente Arthur es uno de esos maniáticos por la limpieza.
Maníatico ...
Retumba en su mente y gruñe frunciendo el ceño, totalmente cabreado.
-"La puta madre ¿por qué mierda no te lo llevaste a tu casa, boludo? Sos un pelotudo de..."- y sus pensamientos quedan en el aire al contemplar un destello en el vidrio junto a la cama. Queda helado un segundo y luego sólo atina a rodar hasta el piso con agilidad.
-¡Ahhg, la puta que te parió!-
-Fuck you!-
Ambos fueron tomados por sorpresa.
Y Martín puede sentir como su brazo quema, la hoja del machete alcanzó a cortar bastante hondo antes de ir a parar hundido en el colchón.
-¡Hijo de puta!-
La sangre fluye rápido por su brazo hasta caer por la punta de sus dedos y Arthur lo mira arrodillado en la cama, con mirada perdida en la mancha de sangre que se forma en el piso y luego en la figura desnuda de Martín, sin ninguna expresión en lo absoluto.
La primera vez que tratan de matarse, imaginaban dentro de su retorcida mente poder saciar sus más enfermos deseos asesinando a la conquista con la cual acababan de revolcarse. Y sin embargo, jamás pensaron que se estaban metiendo con alguien que tenía las mismas intenciones.
Nació un sentimiento de odio y placer esa mañana donde Martín logró tirar el machete bajo la cama, fuera del alcance del inglés y así poder enfrentarlo a puño limpio, así como a él le gustaba, disfrutando al moler huesos con sus propios nudillos.
Sólo entonces, cuando Arthur logró por fin aventarle la cabeza contra la ventana haciendo ceder el vidrio en mil pedazos luego de estar bajo los puños incesantes del argentino, se dio el placer de quebrarle una costilla de una patada y Martín se desquitó dándole una mordida en el pie que casi le arranca un pedazo.
La ordenada e impecable habitación de un estudiante universitario estrella, intelectual, de buena situación económica y apuesto como la de Arthur Kirkland quedaba otra vez hecha un desastre. Y estaba vez no por la sangre salpicada ni cuerpos descuartizados, ni nada de eso a lo que el británico estaba acostumbrado.
Si no más bien, por una presa fuera de control, porque él jamás planeó que Martín Hernández, el argentino que conoció en un bar, el engreído que intentaba robarse a su próxima víctima y que paradójicamente luego se transformó en ella, terminaría por ser también un maldito psicópata.
-Fucking bastard, son of bitsh, fuck, fuck you!!!-
Gritó mientras tosía intentando no ahogarse con sangre.
-¡Pelotudo hijo de la re mil puta!-
Le respondió sin cansarse de golpearlo, mientras sentía que se estaba desangrando por el brazo y la frente, podía sentir que aún tenía pedazos de vidrio incrustados en a cabeza y el líquido rojizo le nublaba de a poco la visión.
Y aunque Arthur no fuese muy diestro para dar golpes, sabía cuando dar ataques certeros, como darle con la rodilla y hacer que Martín se estrellase contra la mesita de noche, quedando casi inconciente y así, el anglosajón aprovechó de buscar el arma punzante bajo la cama para así poder acabar de una vez por todas su maldito y desastroso problema. Lo que no esperaba era que cuando se sentó con el machete en la mano, fuera que Martín le diera con la mesita en su pierna haciendo que hasta él sintiera el crujir de los huesos.
Luego de un poco más de lucha y darse cuenta que iban a terminar los dos muertos, porque prácticamente ya casi lo estaban, agotados, cada a uno se tiró en un rincón a respirar como bestias fatigadas.
Ventanas rotas, sábanas rajadas, escritorio en el piso y con las patas quebradas, sangre en todas partes y pequeños objetos reducidos a escombros.
Martín tragó saliva, llevándose la mano al cuello. Aún tenía las marcas rojizas de cuando Arthur quiso estrangularlo con las cobijas de la cama. Apretó con su otra mano la pata del escritorio, por si la pelea volvía, ya tenía con que darle.
Reventarle la cabeza...
¡Oh, por Maradona, por qué carajo no lo hizo antes! Se hubiese ahorrado todo esto.
Por su lado, el inglés cierra los ojos, aparentando dormitar con una tranquilad que no tiene, intenta no apoyarse en la pared. A la multitud de rasguños de la noche se le suman las astillas de una silla desarmada con la que Martín intentó quebrarle la espalda.
Se dedican una mirada sin emoción, tratando de regular su respiración. Aunque luego Hernández saca una sonrisita cínica.
-Jadeás como perra, Kirkland. Te ves como si acabaran de cogerte.
-¿No recuerdas quien se la metió a quien anoche?- se desquitó con a penas una leve curva en los labios.
Y Martín lo volvió a mirar con esa frialdad asesina, queriendo matarlo aún si su cuerpo ya no respondía bien.
La peor paliza de sus vidas sin duda.
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.
.
-Me gustás-
-What the fuck?-
Un mes pasó desde que el psicópata inglés dejó ir por primera vez a una presa -eso no significó que durante ese tiempo sin verlo, no hubiera capturado a otras más- Pero definitivamente esta debía ser una presa realmente, pero en serio, muy estúpida como para volver a la telaraña de su depredador.
Martín se veía radiante, tenía una rápida recuperación aún si se podían distinguir cicatrices y costras en su rostro, entre uno que otro yeso en los dedos.
Y estaba ahí, frente a su puerta. Arthur no sabía como responder a eso. Era uno de esos medios días donde se dedicaba a actuar como cualquier persona normal, limpiando y aseando su hogar, la diferencia es que no era sólo aspirar polvo y tierra. El rubio tenía que abastecerse de varias bolsas de basuras, baldes y ácido.
-"Para quitar más fácilmente las manchas"- solía decirse.
-Y por eso te traje esto-
Arthur observó la caja de moño rosa, perplejo. Y Martín seguía sonriente. Realmente parecía un chico normal tratando de conquistar con presentes. La diferencia estaba en que a Arthur no le interesaban los chocolates ni las flores y a Martín no le interesaba en lo absoluto conseguir el amor del inglés.
¿Querer el amor de alguien que odias?
-¿Cómo siguen tus heridas?- atinó a preguntar en un enredado español.
-¿Eh? Mmm... bien- respondió
-Ojala se te infectaran- comentó mordaz afilando la vista.
-Eu...-
Y las miradas de odio volvían.
-Al menos yo se donde vivís- gruño amenazante- Yo que vos me cuido, mirá que puedo venir un día y...-
-¿Y violarme? Sobre mi cadáver, moron.
-Ese no es el problema...-soltó una risita maligna.
-Fucking bastard-
-Bueh... yo ya dije a lo que venía. Ahí ves para qué te sirven. Aunque tienen bastantes usos jeje-
-¿Qué cosa?-
No alcanzó a levantar la vista de la caja cuando sintió un beso en los labios, más mordida que beso, y que dejó una marquita rojiza antes de que el argentino se marchara.
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-Are you fucking kidd....?-
Dentro de su habitación, Arthur abrió el paquete, encontrándose con un regalo bastante excéntrico, dos manos cortadas. No tenían más de dos días, podía asegurarlo.
De dedos finos y piel blanca, pulcramente limpias y corte perfecto en las muñecas.
Tenía que admitir que ese bastardo tenía buena práctica.
A un lado una nota escrita por el mismo Hernández, le hizo sacar una sonrisita.
Definitivamente iba a gozar probando y saboreando esa tersa piel que en vida nunca pudo disfrutar.

One-shots UkArgDonde viven las historias. Descúbrelo ahora