IV

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Por un momento se me cortó la respiración, aquel chico de mirada angelical había cambiado de un segundo a otro, mostrándose como el mayor psicópata que había en este planeta. Me callé tragando saliva nerviosa.

—¿Y qué ha hecho esta ratita para qué la tengáis aquí?—preguntó acariciándome la mandíbula, aparté mi rostro y él me agarró para hacer que le mirase.
—Colarse y además de eso intentar matarnos.
—¿Ah, sí? Vaya, ahora no pareces tan valiente, atada como un animal de circo y muriendo lentamente...—aquellas palabras realmente dolían, pero más la que soltó después—quieres ser la heroína, pero acabarás siendo una víctima más de la que se olvidarán al rato.
Intentaba no pensarlo, no quería imaginar lo que pasaría después de mi muerte o mejor dicho, lo que no... Nadie sabría que hice, solo que me torturaron como a los demás, la única que me recordaría sería mamá, pero lastimándose a ella misma... K.T tenía el poder de envenenar lentamente con las palabras, torturar con la mirada y engañar a alguien con su tierno rostro.
—Ya vale, ve a dormir—ordenó J.H, al parecer harto como yo de su molesta y aterradora presencia.
—Tranquilo, no me ates a mi también—y se fue.

J.H cogió su libreta decidido a irse, dejándome ahí, pero yo le interrumpí.

—¿Voy a dormir aquí? ¿Atada y sentada en un incómodo sofá?—pregunté.
—Si, es lo que me ordena el líder—dijo firme J.H.
—Él no se tiene que enterar de nada...—susurré con una sonrisa.
—Vale, te dejaré dormir en la cama, pero me temo que con las manos encadenadas y la puerta cerrada—suspiró, algo nervioso.
—Gracias.

Me desató y esperó hasta que me tumbase, después se fue, obviamente cerrando con llave.

Miré a mi alrededor, no encontraba ninguna forma de escapar. Quizá aquella puerta de madera se podría romper con una patada, pero era obvio, al mínimo ruido iban a estar enfrente mío apuntándome con pistolas.
No encontraba ninguna solución más que esperar a ganarme la confianza de J.H, ser su consuelo, él necesitaba desahogarse y yo era la persona con lo que lo iba a hacer.

Y de nuevo me encontraba sola, con mi mente, millones de cosas pasaban por mi cabeza, la mayoría eran recuerdos con mis padres, realmente es verdad que antes de dormir imaginas tu vida perfecta, aunque lo mío era diferente, nada de el amor de mi vida, yo siendo millonaria ni nada de eso, pensaba en mi casa, específicamente mi salón, con mis padres, viendo la televisión y hablando como una familia normal sin muchas preocupaciones. Tenía en mente que eso jamás pasaría, todo acabaría de la peor forma; yo muerta, torturándome psicológicamente y mi madre sin poder vivir en paz consigo misma, acabando en seguramente depresión e incluso podría llegar al suicidio. Total, solo me tenía a mí y ya ni eso.

Y lloré, lloré tanto que mis ojos estaban hinchados y rojos al igual que mi cara, me dolía el corazón de soltar tantos llantos y mis pensamientos no me ayudaban.

Entonces apareció lo que en ese momento era para mí un ángel de la guarda, un pelinegro obligado a asesinar; J.H.

—¿Qué haces aquí?—pregunté confusa, aún con los ojos húmedos.
—Te he oído llorar...
—¿Tanto se escucha?
—Si...—él susurraba con miedo, con miedo a morir al igual que los demás, a que sus "amigos" le traicionaran—bueno, te he traído pañuelos y... La verdad, no puedo darte mucho más...
—¿Mi libertad?—bromeé provocando una sonrisa en él—estoy de coña. Gracias.
—Me voy, no quiero que me pillen aquí.

~

¿Puedes sentir pena de tu secuestrador sin tener síndrome de Estocolmo? Es lo que me preguntaba. J.H simplemente estaba obligado a hacer esto ¿Y si en el fondo era buena persona? Son cosas que pasaban por mi mente hasta quedarme dormida.

Desperté completamente desorientada, ¿Quién iba a levantarse bien estando encerrada en una casa de locos?
No sabía que hacer, así que simplemente miré al techo con esperanza de poder mirar a través de él y ver el cielo por última vez. Hasta que el ruido de la puerta me despistó.

—Buenos días—era J.H con un cola cao en la mano—primero tengo que volver a atarte.
Y no puse resistencia, dejé que hiciera su trabajo mientras pensaba que mi plan estaba funcionando.
—¿Vas a quedarte conmigo?—le miré con una sonrisa, esperando un "sí" de respuesta.
—Bueno, es mi deber, pero...—le interrumpí.
—Pero no puedes hablar conmigo, lo sé—terminé la frase por él—J.H, no voy a dejar que mueras por mi culpa.
—Wow, me sorprende oír eso en alguien que está secuestrada—vaciló y yo me reí.
—Bueno... ¿Me das el vaso?
—Ah, claro.

Me fijé en que también traía aquel cuaderno con un bolígrafo, lo examiné, en ese momento deseaba tener rayos X o algo así.

—¿Algún día podré ver el contenido de esa libreta? Total, me voy a morir—decía esas palabras como si nada me importase, pero sí, me importaba mi madre, mis amigas, pero más ella ¿En quién se apoyaría si yo no estaba? También me preocupaba como iba a ser mi muerte, sé que K.N iba a hacer que pidiese que me asesinaran a gritos ¿Y después? Tenía miedo a esos días, tan cerca y tan lejos a la vez... Lo único que me quedaba era tener esperanza en mi plan.
—Sí y seguramente antes de que acabe la semana.
—¿Y después? ¿Qué pasará conmigo? ¿Me dejaréis aquí muriendo de hambre?—interrogué como si fuera la policía.
—No, te dejaremos suficiente comida y bebida... Según lo que ha dicho el líder, encontrarás la forma de suicidarte—debo de admitir que esa frase me dejó descolocada, así que evité ese tema completamente.
—¿No puedes enseñarme la puta libretita ya?—a pesar de la pregunta, lo dije en un tono divertido.
—Aún no está completa.
Y la curiosidad aumentó.

~

Habían pasado tres días, los cuales eran una tortura, pero J.H ayudaba a que no fuese tan malo.

Me encontraba mirando al techo, como siempre, hasta que el pelinegro decidió romper el silencio.

—Es hora de enseñarte mi libreta.

Anti-Balas|BTSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora