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Un día para la semana...

Tenía la esperanza de que mi plan funcionara, y quien no, teniendo armas de fuego y un chaleco antibalas, pero la banda tenía ese nombre por algo.

Observaba a mi madre llorar viendo la foto de mi papá, en dos días haría un año de su muerte y es normal que no pudiera superarlo. Yo trataba de ocultar mis lágrimas y sentimientos pensando en aquel plan, en que podría vengarme de esos siete chicos sin corazón, llevaba todo el año preparándome y comiéndome la cabeza para tener el mejor plan.

Por la noche me encargué de que mamá dormía para poder salir y esconderme hasta que la alarma que advierte el comienzo de la semana sonara. Salí algo nerviosa, pero quien estaría tranquila sabiendo que iba a tratar de enfrentarse a siete locos sin sentimientos, sin empatía. Una persona de tan solo diecisiete años, sin tan si quiera terminar sus estudios arriesgándose la vida.
Pensé en que si todo salía bien, habría salvado la ciudad, porque ya no había que tener el mismo miedo, pero si salía mal, quizá me encontraría con mi padre en algún lugar.

Estuve entre unos árboles, al lado de la casa que usaba la pandilla para llevar a sus víctimas, la había estudiado en su ausencia y no había presencia de cámaras ni nada por el estilo, supongo que ellos estaban seguros de que nadie tendría el valor de entrar, salvo yo.

Esperé, con una mochila a mis hombros, un arma en la mano y un chaleco puesto, asimilando la situación a la que iba a enfrentar me y lo que podría pasar, lo único que podía aterrarme era ser humillada y torturada, pero me tranquilizaba pensar en que habría muerto como una heroína, aunque nadie lo supiera me quedaba con ese pensamiento.

Un minuto, el minuto más largo de mi vida, cuando este pasase, la alarma sonaría y mi plan se pondría en marcha.
Lo tenía todo a mi favor, ellos salieron del garaje en la camioneta, como siempre, pero no sin antes cerrar las puertas.

Recuerdo que un amigo me enseñó como abrir cerraduras sin hacer el más mínimo ruido, sin que supieran que alguien había entrado sin llave.
Giré la manilla y entré lentamente, dispuesta a esconderme en el sótano, sabía que ahí bajarían la víctima y uno de la pandilla, lo observé el anterior año por la pequeña ventana que se situaba en aquel horroroso lugar.

No paraba de temblar cuando me acerqué a la puerta definitiva, sudaba como si hubiera corrido una maratón y mi corazón se aceleraba a niveles inimaginables.

Giré el pomo y el tiempo se congeló, en ese momento supe que mi vida había acabado y millones de cosas pasaron por mi mente sin pararse, como estrellas fugaces. Había alguien, armado al igual que yo, era J.H, el chico que prácticamente no bajaba de la camioneta o directamente ni se veía. Alzó el arma apuntándome a los sesos.

—¿Qué coño haces aquí?—preguntó decidido a disparar en cualquier momento, pero no me quedé quieta, solo había uno y estábamos igual, con solo un objeto para protegernos. Saqué mi pistola y también le apunté—atrévete, yo moriré, pero tú serás humillada y torturada de la peor forma por matar a uno de la banda.
—Al menos seréis menos y acabaréis muertos uno tras otro ¿O qué te crees? ¿Que soy la única que va a intentar mataros?—no quería rendirme, había llegado tan lejos y pensaba terminar.
—Señorita, baja el arma—estaba perdida, se fue todo a la mierda en un milisegundo, demostrando que una puta niña no podía matar a siete descerebrados, había entrado el líder, le apunté con el arma aunque estaba temblando del miedo.
Le miré encontrándome con la mirada más penetrante acompañada de una sonrisa malévola, indicando que nada bueno se ocultaba tras ella—baja el arma, no quieras morir de la peor forma posible, tengo nuevos métodos de tortura que quiero probar.
Bajé el arma lentamente, no muy contenta con mi decisión.
—¿Qué hago con ella?—preguntó el chico que se encontraba abajo, aún con el arma en alto.
—Átala, pero aún no haremos nada con ella, quiero hacerle unas cuantas preguntas—se acariciaba la barbilla con la mano, no podía imaginarme que estaba cruzándose por su mente y tenía miedo solo de pensarlo.

Cerró la puerta dejándome con J.H, el cual se acercó a mí y después de retirarme el arma me agarró bruscamente de las muñecas hasta llevarme a una vieja silla de madera, me preguntaba cuantas personas habían muerto ahí torturadas.
Me ató con esposas y cuerdas, él se sentó en un sillón mirándome fijamente y yo como estúpida no quería callarme.
—¿Qué?—lancé sin tan si quiera pensar en las consecuencias que podía tener una palabra tan simple.
—¿Cómo has logrado entrar?—empezó el interrogatorio y yo lo iba a responder sin problemas.
—Hay muchas maneras de abrir una puta puerta.
—Cuida esos modales—dijo tranquilo, sin embargo en esos momentos, yo estaba de los nervios, pensando en que iban a hacer conmigo—¿Porqué has entrado?
—Matásteis a mi padre, no iba a quedarme de brazos cruzados.
—Los demás lo hacen—sus respuestas eran simples y reaccionaba a las mías sin ninguna expresión que no sería divertida o calmada, demostrando que lejos de poder enfadarse, le causaba gracia el que una adolescente tratase de matarle.
—Yo no soy ellos.
—Pero acabarás igual—elevó su comisura mostrando una sonrisa de medio lado.
—¿Porqué lo hacéis? ¿Acaso no sientes nada al ver como una persona inocente muere lentamente? ¿No te has preguntado que ha hecho antes de estar en esta silla? Quizá sería la mejor persona del mundo y murió de la peor forma posible.
Por una vez mostró otro semblante, cruzó sus brazos y miró hacia un lado.
—Aquí las preguntas las hago yo.
—Lo sé, pero no voy a quedarme callada mientras vosotros matáis a gente inocente ¿Te has preguntado alguna vez si aquella persona era el amor de tu vida? ¿O aquel señor tu propia familia?
—Ya vale. No voy a responder a nada más—estaba poniendo nervioso a un asesino y eso me producía satisfacción—¿Cómo te llamas?
—Jiwoo.
—¿Cuántos años tienes?—ahora su voz era más firme.
—Diecisiete...
—Joder ¿Y ya intentando matar?
—¿Y vosotros asesinando sin remordimiento? No eres Tutankamón, seguro que tienes veinte o veintidós como mucho.
—¡Te he dicho que vale!—en ese momento pensé que me iba a pegar un tiro, pero solo se acercó a mí con una mirada llena de ira—eres una puta ratita jugándose la vida, deja de hacerte la heroína, no eres nadie ¿Lo entiendes?—razón no le faltaba, pero cuando algo se me metía en la cabeza, no iba a parar hasta conseguirlo.
—Tú y yo no somos tan diferentes, J.H.

Anti-Balas|BTSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora