Amigos.

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Nos miramos.

Afuera, la ciudad parece sumergida en un sueño profundo. Ajena a todo. Ajena a nosotros. Parece muerta. Las calles vacías y los locales cerrados. Salvo uno. Una pequeña joyería, violada y violentada por dos inadaptados. Pedazos de ladrillo producto del agujero en la pared ensucian el pulcro piso de madera. La escena es casi surrealista.

Nosotros nos miramos.

¿Por qué nos miramos?

Ramón es mi amigo. A veces pienso que nacimos para ser amigos. Eso me lastima, de cierta manera, pero de otra me gusta. Si nacimos para ser amigos quiere decir que nacimos para estar juntos. Ramón y yo somos muy diferentes, también. A él le gusta todo esto de robar por la plata. Y a mí la plata no me podría importar menos. No sé qué es lo que me gusta. Tal vez sea ese que-se-yo que siento cuando hago algo que no se supone que deba estar haciendo. Como cuando lo miro a Ramón y él, normalmente, me aparta la cara. Hace de cuenta de que no me agarró mirándolo de manera casi indecente. Pero ahora no lo hace, en realidad, me sostiene la mirada.

Nunca me sostiene la mirada.

Estamos solos. Alrededor nuestro no hay nada más que marquesinas desnudas y aparadores despojados de sus tesoros más preciados. Ahora llevamos los tesoros con nosotros: adentro de nuestros bolsos, de nuestros bolsillos, hasta adornando nuestras orejas. “Parecés Marilyn Monroe” Ramón balbucea, casi sorprendido de verme vistiendo las perlas que serán parte de nuestro botín. Yo creo que me parezco más a mi mamá, pero de todas formas acepto su cumplido. Me río. No sé qué decir.

Ramón se mira en el espejo. Posa, se estudia, se gusta. Yo lo miro de reojo. Lo miro e intento imaginar como sería todo si no hubiésemos nacido para ser amigos. Él levanta el arma y lo pone sobre su pecho, vuelve a posar, sonríe. “Fidel y El Che” dice a modo de broma. Hago lo mismo, lo imito. “Perón y Evita” respondo, tratando de presionar un poco más allá de los límites entre la trivial fraternidad de dos cómplices de fechorías. Creo que no va a captarlo. Creo que va a dejarlo pasar como tantas otras veces, pero no lo hace. En su defecto, se me queda mirando.

Nos miramos.

Me pregunto que se le debe estar pasando por la cabeza. Me pregunto si debe estar pensando lo mismo que yo, incluso cuando sé que eso es absurdo e infantil. Porque Ramón no me ve de esa manera. Ramón es mi amigo.

Pero nos miramos, y él se acerca más. Como si quisiese probarme o, tal vez, jugar conmigo. Sí, debe ser eso. Quiere saber hasta donde soy capaz de llegar. Decido seguirle el juego. Me inclino hacía su rostro, desafiante y provocador. Sé que va a apartarse, que no va a dejarme llegar más lejos que eso. Entonces nos vamos a reír. Una broma graciosísima. Los amigos hacen eso todo el tiempo.

Pero no se aparta.

Me deja seguir.

Me deja ir hasta donde yo quiera llegar.

No tiene idea hasta donde quiero llegar.

Puedo sentir el calor que sale de su boca mezclado con el perfume a tabaco que desprende su campera. Ramón me mira y por un momento pienso que quiero que me detenga. No por él, ni siquiera por mí. Sino por nosotros. Porque para él quizás esto sea sólo un juego, una provocación más como las tantas otras a las que ya tan acostumbrado está. Pero para mí es más que eso. Mucho más. Pero Ramón no me detiene. Ni siquiera cuando me acerco lo suficiente como para chocar mi piel contra la suya. No lo hace. No me empuja. No me insulta por haber intentado cruzar ese límite del que sabemos que no hay retorno. No. No me detiene y yo sigo. Sigo hasta que lo rozo con la boca abierta, casi invitandolo a que haga lo que quiera conmigo. No me detiene. No me detiene cuando mis labios se pegan a los suyos, encajando entre sí como si fueran piezas de rompecabezas diseñadas exclusivamente para encajar a la perfección. No me detiene y yo tampoco me detengo. No me dentego y el fuego me crece en el estómago y me quema la piel. Tal vez no haya un mañana para nosotros. Tal vez ni siquiera haya un luego. Tal vez salgamos de esta joyería a la oscuridad de la lúgubre noche y el mundo entero se haya terminado. Tal vez. Quizás. No me importa porque Ramón no me detiene y nos besamos por lo que parece ser una eternidad.

Nos miramos.

El silencio me come los sesos y Ramón se ríe. Sabía que iba a reírse. Me río yo también.

“Sos lindo, eh" suelta, despreocupado, como si nada hubiese pasado, como si el mundo no hubiese colapsado, como si fuésemos los mejores amigos.

Amigos. A veces me olvido que nacimos para ser amigos.

EL ÁNGEL (oneshots)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora