Yo también.

2.8K 172 50
                                    

—Tenés que decirme donde está Ramón.

Recuerdo como si hubiese sido ayer cuando el oficial adelante mío agitaba la lapicera rítmicamente entre sus dedos. Golpeaba la mesa. Me miraba con los ojos firmes y serios. El olor a humedad—agudo y sordo—quedará guardado en mis recuerdos por la eternidad. Así como la gotera que manchaba la pared frontal con una aureola verde musgo; parecía un mounstruo amenzando con tragarnos a los dos.

Me dolía la espalda ya que llevaba sentado ahí desde toda la tarde.

Sé que sonará absurdo, pero luego de ocho horas de interrogatorio, no podía pensar en otra cosa que no fuese en lo mucho que odiaba el bigote del hombre frente a mí.

Era grueso como un hilo de cobre y negro como el alquitrán.

—¿Nunca consideró afeitarse el bigote?

Mi pregunta pareció tomarlo con tanta sorpresa como el hecho de que haya abierto la boca.

—¿Vos sos tarado, pibe?

Era obvio que al oficial no le importaban mis preguntas absurdas y fuera de contexto. Él quería saber donde estaba Ramón. Me lo había hecho saber desde el primer momento que entramos en la habitación.

Lo que él no sabía era que yo tampoco sabía dónde estaba Ramón. Me hubiese gustado saberlo. Hubiera hecho las cosas más fáciles, ahora que lo pienso. Pero no lo sabía. Nunca lo supe.

Pero en ese momento hice de cuenta que todo estaba bien, bajo mi control y solucionado.

Incluso cuando debía fingir que no conocía a Ramón, cuando Ramón era lo único en lo que podía pensar en ese momento.

Ramón...

Está fresco en mí su recuerdo, así como su perfume dulzón manchado con tabaco. Las tardes juntos andando en moto con el viento pegándonos en la cara, cuando aún éramos dos jóvenes llenos de esperanza y delirios de grandeza.

Íbamos a adueñarnos del mundo.

Juntos.




"Agarrate fuerte."

Ramón me llevaba en la parte trasera de su DUCATI.

"Dale, no tengas miedo." Insistió mientras me apretaba contra su cuerpo con más fuerza.

Mi moto se había apagado y no había vuelto a prender. Estábamos en el medio de la ruta y tuvimos que dejarla ahí.

Era robada, no había forma de llamar a un mecánico o a una grúa. Había que volver veinte kilómetros en la moto de Ramón.

Mis manos se aferraron al cuero de su campera. No sé si hacía falta ejercer tanta presión para que la energía cinética no me volara por los aires, pero yo me aferraba de todas maneras. Pude ver por uno de los espejos retrovisores que estaba sonriendo.

Yo también lo hice.




—Necesito que hables, pibe.—el oficial parecía estar perdiendo la paciencia. —No te vas a mover de acá hasta que nos digas algo. Lo hacés por las buenas o lo hacés por las malas.

Ese oficial pensaba que yo era ingenuo. No existen "por las buenas".

Debería haber dicho "elegí: o te cagamos a palos ahora o te cagamos a palos después."

EL ÁNGEL (oneshots)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora