Un arma y un amor. Parte 1

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Bajo del Ford Focus modelo 2005 con la pintura descascara que me depositó en el penal más famoso de Argentina. El aparente inofensivo bloque de concreto ubicado en centro de la provincia de Buenos Aires alberga en sus paredes historias llenas de violencia y resentimiento, aunque también algunas otras de las que tanto no se habla, repletas de esperanza y amor. No todo es dolor ahí adentro, incluso cuando lo primero que se te viene a la cabeza en cuanto escuchas el nombre de "Sierra Chica" sea uno de los motines más brutales en la memoria de nuestro país, ocurrido un 30 de marzo de 1996. Pero, no siempre lo que nos cuentan es la parte más interesante de los hechos. 

Lo primero que pienso mientras camino hacia la entrada del penal es en lo paradójico de mis sentimientos: es la primera vez en el día en que me siento libre. Llevo horas arriba de un auto que surcó media provincia, con el transito inviable y los bocinazos de los conductores exasperados reventándome la cabeza. Ahora respiro aire fresco, escucho el sonido de los pájaros cantando en la lejanía de los árboles... casi parece surrealista que a tan solo metros de distancia cientos de personas estén viviendo un encierro eterno.

Pero no permito que esos pensamientos me alejen del verdadero propósito por el que estoy acá. Anteriormente mencioné el primer motivo por el cual todos conocemos a este penal, el motivo de mi visita sea, tal vez, el segundo.

Llego a la puerta donde un oficial que no debe tener más de treinta años me hace el tanteo correspondiente. Suelta un silbido irónico en cuanto le digo a quién estoy viniendo a visitar, aunque luego se ríe y me desea suerte. Sigo mi camino por los pasillos del penal, las paredes están despintadas y hay un grave problema con la humedad. Me pregunto si los presos se acostumbrarán al olor nauseabundo, aunque no me cabe en la cabeza que alguien, ni siquiera viviendo una eternidad acá adentro, pueda hacerlo. Pero sigo caminando, no me detengo hasta que llego a mi destino: una habitación, que tal vez sea la única con ventanales, al costado de la iglesia del pabellón evangelista. Parece que es el lugar donde algunos presos traen a sus familias en ocasiones especiales, ya que hay una mesa larga de madera y bancos en cada costado. Otro oficial me recibe antes de que pueda cruzar el portón de rejas, éste es menos amable que el anterior, aunque no pierde la oportunidad de ironizar sobre mi visita al preso más célebre de nuestro país. Me pregunta si soy un "fan". Le digo que no, que soy un escritor. Se ríe, me abre la puerta y se me queda mirando fijamente como si estuviese desafiándome a entrar. Entro. El oficial cierra el portón detrás de mí. 

El lugar está vacío, en parte me relajo, aunque no sé por qué. Me tomo un momento para recorrerlo. No hay mucho para ver, solo una ventana enrejada, una puerta de madera y un póster del equipo de Boca de 1989. Decido sentarme en uno de los bancos y esperar a mi entrevistado. Posiciono sobre la mesa la bandeja con facturas que traje, preguntándome si cometí un gravísimo error ya que no tengo idea si le gustarán o no. Pero no termino el pensamiento, porque el portón se abre y por él entra el preso más famoso del penal. Trago saliva, no por que me haya intimidado, al contrario, no es para nada lo que me imaginaba que iba a ser. Me levanto del asiento con rapidez para extenderle la mano, pero al instante me doy cuenta que fue una mala idea ya que él reacciona como si lo hubiese asustado. Retrocedo, vacilo con volver a sentarme, pero me quedo de pie.

—Señor Robledo Puch, soy...

—Ya sé quién sos. —me interrumpe. Su voz es fina y algo ronca, como la de un anciano de mucha más edad que la que sé que él tiene.

Camina hacia el banco opuesto a mí, al otro lado de la mesa, y se sienta. Le dice al oficial de la puerta que está bien, que se queda, que puede irse, luego mira las facturas de la mesa.

—L-las compré para usted. —tartamudeo.

Silencio. Pero no uno de esos incómodos, sino uno de los que te cortan la respiración y te hacen querer salir corriendo.

Me mira.

—¿Te vas a quedar parado ahí todo el día?

Trago saliva. Me ubico en el banco trastabillando en el camino. Más silencio. Tengo la grabadora en la mano y me tiemblan los dedos. Meses pidiendo una visita, siete horas de viaje, y ahora no sé qué decir.

—Me llamo Pabl-...

—Te dije que ya sé quién sos. —vuelve a decir, aunque esta vez levanta más el tono de su voz. —Venís a hacerme preguntas, ¿no?

—Bueno... sí, técnicamente.

—Bien, entonces empezá que no tengo todo el día.

Abro la boca para responder, pero no me salen las palabras. Termino asintiendo con la cabeza. Aprieto el botón de la grabadora y los segundos comienzan a correr en ella. Tenía pensado hacer una introducción, algo como en esas películas policiales donde el investigador se presenta y dice su nombre y el del acusado, seguido de la fecha y hora y lugar, pero ahora que lo pienso suena absurdo. Yo ya sé quien es él y, aparentemente, él ya sabe quién soy yo.

—Me imagino que te deben querer visitar muchas personas. —comienzo a decir.

—Imaginas mal.

—Bueno, no creo. Sos muy famoso ahí afuera.

Digo "ahí afuera" y se siente como si estuviese refiriéndome al espacio exterior, incluso cuando "ahí afuera" significa, literalmente, a veinte metros.

—No me interesa. —balbucea, finalmente se rinde y agarra una medialuna de la fuente. Le da una mordida.

—No estoy acá por lo que te imaginas que estoy acá. —no sé si lo que digo está bien, o si va a ayudar a ablandarlo, sólo quiero destensar las cosas. —no te voy a preguntar sobre... eso.

Eso.

Parece irreal que en solo una palabra puedan caber tantísimas cosas, pero lo hace. "Eso" significa mucho. "Eso" es la razón por la cual un hombre pasó más de cuarenta años de su vida privado de su libertad.

—Sé que te va a sorprender esto que te voy a pedir, pero... —hago una pausa. Él me mira, deja de masticar y solo me mira con sus ojos azules como el mar turbulento. Esos ojos que vieron todo y al mismo tiempo no vieron nada. —...quiero que me hables sobre Ramón.



EL ÁNGEL (oneshots)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora