Un arma y un amor. Parte 2

803 77 1
                                    




Robledo Puch no parece ser la misma persona que era en su juventud. No sé si esto es algo malo o algo bueno, así como tampoco sé si esto es realmente así. No genera miedo intimidante, al menos no el mismo que generó en la década del setenta cuando, aún siendo un niño, con una moto y unos rulos dorados puso al mundo de cabezas. Me pregunto si habrá valido la pena todo eso para hoy tener que soportar todo esto, aunque no se lo digo, me imagino la respuesta. De todas formas, su presencia continua resultando inquietante, aunque en otro sentido. No temo que vaya a sacar un arma y volarme la sien, es algo más tácito, como si pudiese estar leyéndome los pensamientos. Esto resulta perturbador de imaginar, así que lo aparto de mi cabeza.

No volvió a hablar desde la última vez que yo dije algo, hace minutos atrás que podrían haber sido siglos, cuando le propuse que hable sobre quien, tal vez creyó, iba a ser la ultima persona la cual le pedirían que hable. El tiempo acá adentro parece irse con mucha más lentitud, cosa que suena terrible pensando en todas las personas que tienen condena perpetua. Miro el reloj. Llevo menos de media hora y aun así se siente como si me hubiesen robado la mitad de la vida.

—No sé qué querés saber sobre esa persona. —finalmente rompe el silencio, pensé que nunca lo iba a hacer y que tendría que volver a mi departamento derrotado. —¿Por qué él?

—Porque me imagino que nadie te debe preguntar sobre él. Todos quieren saber sobre... bueno, lo obvio. Pero a mí no me gusta lo obvio.

Parece pensar mi respuesta. Mueve la pierna de arriba hacia abajo en un gesto de nerviosismo. Nunca, en mi vida, imaginé que podría ser capaz de poner nervioso a Robledo Puch.

—Ramón... —murmura, puedo ver en sus ojos como vuelve hacia atrás. Es casi palpable. —Qué puedo decirte... Me gustaría decir que no me acuerdo, pero te estaría mintiendo. Me acuerdo de todo. ¿Tenés tiempo?

Sonrío ligeramente, luego asiento con la cabeza.

—Tengo todo el tiempo.



Carlos Eduardo Robledo Puch. O Carlitos, como me dice mi familia. Nunca fui muy bueno para hacerme amigos. Esto queda en evidencia cuando al primer día de clases en el Colegio Industrial de Olivos ya me estoy agarrando a las piñas con un compañero en medio de una clase en taller. Es que a mí no me va eso de hacer las cosas a la manera simple. El "Hola, como estás, ¿querés ser mi amigo?" me parece una reverenda pérdida de tiempo. Hasta suena infantil e innecesario.

Prefiero probar a las personas y, si estas pasan la prueba, entonces van al siguiente nivel.

Ramón pasó la prueba con creces. Me rompió el labio y me dejó un ojo morado. Me gusta la gente con carácter.

"Vos tenés que conocer a mi viejo" me dijo mientras charlábamos en el baño del colegio.

Le dije que sí, en parte porque sí quería conocer a su papá, en parte solo por el hecho de que Ramón me lo había propuesto.

Hubiese aceptado saltar a las vías del tren si eso me hubiese pedido.



—Entonces, ¿Te gustó desde la primera vez que lo viste? —interrumpo su relato por la inercia. No quería hacerlo, pero la pregunta me nació.

Robledo parece meditar su respuesta.

—Sí. Desde el primer segundo.

No digo nada. Lo dejo seguir.


EL ÁNGEL (oneshots)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora