Cuando era niño... Aún más niño, creía que de grande sería astronauta. Soñaba con llegar al cielo y tocar las estrellas, literalmente. Quería descubrir qué tan calientes estaban, aunque eso era, claro, antes de saber que las estrellas que vemos están muertas. Fue entones, gracias a mi maestra de segundo grado, que decidí dejar ese sueño de lado y centrarme en algo más alcanzable: la gimnasia.
Creo que comencé a tomar clases de gimnasia artística a los ocho años, y fue únicamente porque acompañé a mi hermana Irene a su primer clase. Todo se lo tengo que agradecer a ella, que convenció a mi padre, quien creía que aquel deporte era para niñas, para que fuese y descubriese mi pasión.
Durante años viví pensando totalmente en rutinas y visitas al médico por dolores corporales, hasta que se me ocurrió concurrir a una clase de acrobacia en la misma academia, para probar, a la edad de once años. Ese fue el momento... Ese fue el punto en el que mi vida cambió. Fue entonces que entendí cuál era mi vocación: la acrobacia.
Claro que siempre pensé en ello como un pasatiempo, ya que nadie cree que pueda ser un empleo remunerado... Hasta que mi madre me llevó a ver un show que se presentaba en el pueblo en el que vivíamos, bastante alejado de toda la sociedad. Mi mamá me llevó a un circo.
Desde el momento en el que ví la enorme carpa carmesí sentí algo en mi estómago... Como si toda la comida que consumí en la vida me hubiese caído mal... Pero no era un sentimiento malo. Recuerdo que quería sentir eso para siempre. Era un sufrimiento placentero.
Al entrar, sentí cómo el olor a tierra, sudor y animales me llenaba los pulmones... Un olor similar al del establo de nuestra granja. Me sentí automáticamente en casa.
Se escuchaba música; risas de niños y adultos; rugidos y bocinas, todo al mismo tiempo. Era abrumador, pero tranquilizante. Era como una fiesta. Todo el mundo estaba feliz. Era hermoso.
Al llegar la hora del espectáculo, nosotros ya habíamos tomado asiento en las gradas, observando al círculo de tierra en el centro, expectantes. ¿Qué pasaría en aquel mágico lugar? Quería descubrirlo cuanto antes.
La primera persona que apareció al frente fue un hombre robusto y de una estatura descomunalmente baja, de vestimentas coloridas, galera azul brillante y un bigote extravagante que coronaba sus finos labios. Él, quien se hacía llamar -irónicamente- "Goliat", se encargó de presentar todos los actos y a sus respectivos protagonistas.
Payasos, hombres súper-fuertes, mujeres siamesas, enanos, bailarinas, domadores... Pero lo mejor de todo: acróbatas.
Esos seres humanos... Puedo jurarlo aquí y ahora: volaban. Era increíble la soltura y delicadeza con la que hacían aquellos complejos trucos en las alturas. De un aro a otro, como si tuviesen alas. ¿A esas personas les pagaban por hacer lo que hacían? ¿Vivían de lo que amaban? Yo también quería vivir de la acrobacia... Yo también quería ser parte de un espectáculo... Yo también quería... Vivir en el circo.
Pero, ¿Cómo? ¿Cómo podría un niño de 14 años unirse al circo y dejar a su familia? ¿Acaso lo aceptarían los del circo? ¿No era eso ilegal? Entonces, mis sueños, nuevamente, se desmoronaron. Parecía que nada de lo que quería era alcanzable... Y entonces la ví. Allá a lo lejos, detrás de una cortina roja se veía asomada una niña de aproximadamente la edad de Irene, casi tres años menor que yo. El cabello negro corto enmarcaba a la perfección su oscura tez, destacando sus blancos dientes en una sonrisa envidiable.
- ¡Y ahora, damas y caballeros, niños y niñas, les presento a "Grease, la niña sin huesos"! - gritó Goliat, y ella entró al círculo.
Vestía unas mallas de cuerpo completo rosas con brillos, muy llamativas y evidentemente cómodas.
¿Qué haría Grease?¡No lo podía creer! ¡¿Cómo era posible que una persona pudiese contorsionarse de tal manera?! Me resultaba doloroso de solo verlo, por lo que tuve que tapar mis ojos durante el resto del acto. Me apenó no poder seguir observando su majestuosidad, pero aquél talento inhumano iba más allá de mi límite.
Una niña trabajando en el circo... Ella me dió esperanza. Si Grease pudo, yo también.
Una noche, ese mismo año, huí de casa para unirme a Goliat y Grease en su espectáculo. Sabía que si se lo decía a mi familia mi padre me golpearía, pero mi madre y hermana me apoyarían. Pero si ellas me apoyaban no iba a querer irme. Entonces me fui sin decirle a nadie. Claro que me dolió dejarlos, ¡Son mi familia! Pero si quería hacer esto, si realmente quería hacerlo, tenía que hacerlo solo.
Y así fue como terminé aquí, como acróbata principal de un circo ambulante sin nombre, donde fui rebautizado con el nombre de "Comet, el muchacho volador".
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Falling
Teen Fiction"Si yo se que tú eres, y tú sabes que yo soy, ¿quién va a saber quién soy yo cuando tú no estés?" Hay un viejo dicho que dice que "la verdadera amistad es como la fosforescencia, resplandece mejor cuando todo se ha oscurecido", pero uno nunca piensa...