Historia de Amor

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— Lo sentimos... lo sentimos mucho, señora Hudson... — exclamó la bonita enfermera, dejándose caer al sofá al lado de la afligida mujer.

— ¿Cómo... cómo pudo pasar? — sollozó, llevándose las manos a la cabeza y enterrando sus dedos en su cabello pintado.
La enfermera se mordió el labio, el labial color rojo cereza había desaparecido en el transcurso del día.

— No podemos saberlo ciertamente — explicó, este tipo de noticias eran las que menos disfrutaba repartir.

Ella sabía.
Aquella enfermera sabía que la mujer a la que ahora estaba reconfortando los culpaba, a todos y cada uno de ellos, de lo que le sucedió a su hija.

No podía imaginar lo que sería el dolor de perder a tu hijo, a ese pequeño "milagro" que habías cuidado desde que no era más que una pequeña semilla, eso que observaste crecer y aprender, reír y pelear, amar y llorar.
Eso, real y sinceramente... tuyo.

Además... perderlo de una forma tan... injusta.

— ¿Qué... qué pasará...? — intentó preguntar la madre destrozada, escalofríos recorrieron la bronceada espalda de la trabajadora, había construido un prominente tabú alrededor de... eso, en muy poco tiempo.

— Nos encargaremos de que no pueda volver a hacer algo así — sentenció, su postura recta y su mirada seria la hacía lucir mucho mayor de lo que en realidad era.
Ese trabajo la estaba matando.

— Oh dios... mi hija... mi bebé... —.

...

Click, click, click.
Los tacones exclamaron.

Los focos se reflejaban en el pulido mármol.
Las ruedas repiqueteaban a través de los pasillos.
Los rostros se fruncían.
Las lágrimas caían.
Corazones se rompían.

Este no es un sitio placentero.
Es terrible, pestilente, horroroso... casi una pesadilla.

Saint Rosie's hospital, la salvación para muchos, el encierro de otros.

Blanco, pulcro, brillante.
Siempre limpio.

Pero hoy había algo distinto.
Los tacones lo sabían.

Rojo escarlata manchaba las paredes de concreto, se colaba por debajo de las puertas, se escurría escaleras abajo, se metía en los blancos ropajes y manchaba las temblorosas manos.

Tragedia.

La enfermera de rostro fino y cabello color miel tragó saliva, la atmósfera parecía estarla aplastando.
Su corazón retumbaba como cascos de caballo dentro de su pecho mientras se acercaba a la conmoción.

— ¿Lo has escuchado? —.

— Eso sucede cuando no logramos curarlos a tiempo, se pierden —.

— Se esfuman —.

— Se olvidan —.

— Pierden cualquier sentido de lo que es correcto o incorrecto... —.

— Pierden su humanidad —.

Pierden su humanidad.
¿Acaso esto era una broma?

...

Humanidad.
No podría decirte si eso es algo malo o bueno.
Debe ser bueno.
Nosotros somos buenos, ¿verdad?

AmelieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora