CAPÍTULO 2.

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Llevar al hombre huesos pesados a casa había sido una gran hazaña. Tan solo sacarlo del auto le había tomado demasiado tiempo y esfuerzo y no dudaba que una hernia apareciera después del gran esfuerzo que había puesto en el acto. Después de un largo camino a su apartamento y evitar olímpicamente a los residentes finalmente logró su objetivo. Curar sus heridas había sido medianamente fácil hasta que encontró una herida profunda de la que no paraba de salir sangre, una parte de ella se alarmó y su parte egocéntrica le dijo que todo estaría bien, después de todo casi se había graduado de enfermería pero ese "casi" le daba escalofríos.

     Lo observó por un momento antes de ir a buscar lo necesario. Las heridas eran profundas, como si hubiese sido lastimado por un largo tiempo, algunas incluso parecían haber sanado y poco tiempo después seguramente habían sido abiertas. Le sorprendió demasiado, no era un hombre feo, era apuesto a pesar de toda la tierra, la armadura (que ya se había encargado de quitar) y el cabello enredado. A pesar de ser un hombre delgado se las ingeniaba para ser un hombre apuesto y fuerte, su cuerpo era digno de un modelo y eso le preocupo. Conocía Nueva York y por ello mismo sabía que habían lugares a los que nunca tratarías de visitar porque no saldrías más que en una bolsa o en un contenedor directo a un país en el que fuese barato mantenerte cautivo, incluso dentro de Nueva York se veían casos de esclavitud sexual, ¿Y si el hombre era parte de algún lugar como esos?

     —¿Vas a quedarte mirando o vas a cerrar esa herida?

     El hombre despertó. Movió su torso y gimió de dolor, un puñado de sangre salió de la herida. Anne simplemente se encaminó al botiquín y sacó lo necesario. Llevó una botella de Whiskey y se la tendió a su "invitado".

     —Toma.

     —No quiero tus bebidas, midgardiana.

     Ella frunció el ceño.

     —Esto va a doler.

     —Si, no creo que duela más de lo que me han hecho antes.

     —Buen punto. —Ella se encogió de hombros e inclinó la botella con una mueca en el rostro antes de dejar caer el chorro en su boca. —Salud.

     Dijo apenas antes de hacer un sonido de asco. La bebida a solas no le fascinaba pero le sudaban las manos y necesitaba valentía con urgencia. La aguja atravesó el primer pedazo de carne y el hombre soltó un alarido de dolor. Anne tomó la botella con nerviosismo y le dio otro trago, sacudió la cabeza y cuando iba a depositarla en el suelo, el hombre la tomó de sus manos con celeridad, inclinó sobre su boca la botella y bebió de ella de inmediato. Anne estaba sorprendida ante la rapidez con la que el hombre bebió el líquido, pronto quedó únicamente la mitad (aunque parecía haber menos) pero ella no dijo nada y continuó con el trabajo.

     El tiempo había pasado muy rápido. Lo que parecieron unos minutos resultaron después de una rápida mirada al móvil, que después de un rato conectado a la corriente estaba casi completamente cargado, unas largas tres horas. Eran las cuatro de la mañana y al parecer no podría pegar el ojo ni un minuto, sí, estaba agotada pero por alguna razón no podía alejarse del hombre. No cuando estaba todo lastimado e indefenso, conocía las personas que vivían en Nueva York y muchas de ellas eran "especiales" y si era un héroe (porque también se había planteado la posibilidad), seguramente alguien le estaría buscando. Anne no era buena luchando, sin embargo, si era buena mintiendo.

     Permaneció a su lado durante una hora más y a las cinco decidió que podía cuidarlo desde la cocina. Se dedicó a lavar la losa que no había lavado durante el día anterior, limpió los estantes, acomodo la comida e hizo las tareas que se había negado a hacer después de pasar tantas horas en la tienda de su tía. Al final cocinó algo para el desayuno e hizo una crema de vegetales para el hombre, que tendría que despertar en algún momento. Finalmente se sentó en una silla en la mesa mientras bebía una taza de té observando directamente al sofá en el que se encontraba el hombre. Se restregó el rostro con una mano y cerró los ojos, ¿Ahora qué?


La mujer caminaba alrededor del sofá cuando por fin pudo abrir los ojos. Se encontraba, al parecer, un poco desesperada, dada la forma en la que se movía o en cómo maldecía cuando el aparato en sus manos emitía ruidos. No hablo en lo absoluto, quería saber por qué su actitud tan extraña, bien podría ser simplemente su comportamiento, lo poco que sabía de los midgardianos era que eran extraños, idiotas y malos para acatar órdenes aunque le hubiese haberse leído un libro sobre cómo entrenar a su mascota midgardiana. Espero atento mientras escuchaba a la joven maldecir una y otra vez, teclear y teclear, para por fin suspirar aliviada. Esperaba que no le hubiese reconocido porque entonces seguramente estaría llamando al séquito de raros de su hermano AKA el bastardo que le humilló públicamente y estaría en problemas porque a pesar de que sanaba mejor que un humano, no le iba a ser posible luchar con todos esos idiotas.

     —¡Maldición, Karen! —La joven volvió a respirar con alivio. —Mira, está este hombre que he ayudado y honestamente no sé en qué condiciones se encuentra como para dejarle solo por lo que me gustaría saber si puedes quedarte en mi casa para cuidarlo.

     La joven guardó silencio mientras escuchaba a la persona del otro lado. Loki mientras tanto observaba atento. Estaba indignado de tener que estar bajo supervisión de un simple humano, sin embargo no dijo nada, no diría más hasta estar completamente seguro de que era capaz de acabar con lo que le pusieran frente, mientras tanto una simple humana con un bastón era suficiente para detenerle. La chica hizo un mohín mientras gruñía un poco.

     —Sé que es temprano, Karen. Sé que te levanté y lo siento pero me la debes, ah ¿No recuerdas? Me refiero a esa vez que te conseguí entradas para ese concierto con el chico que por cierto era un idiota. Oh ¿Volvieron?

     Por un momento volvió a quedarse callada. Se giró hacia él, noto un poco de rubor en sus mejillas, seguramente avergonzada por lo anterior y le sonrió con timidez antes de rodar los ojos.

     —Karen, lo lamento pero que salgan no evita que sea un idiota... oh, ¿Puedes venir a las siete con treinta? Me parece perfecto, tengo que estar en la tienda a las ocho, bien, besos.

     —Buena forma de conservar a tus amigos.

     —¿Tú que sabes?

     —En realidad nada.

     —Como sea, voy a dejarte al cuidado de Karen, una amiga. Tengo que ir a la tienda de discos donde trabajo y...

     —Si, entiendo.

     La chica frunció el ceño molesta ante su interrupción.

     —¿Quieres comer algo?

     Loki hizo una mueca de disgusto pero asintió dándose cuenta de que en realidad tenía un gran apetito. Su repulsión hacia los humanos podía ponerse en pausa mientras comía, dudaba que fuese un banquete o que supiese medianamente bien pero con el hambre que tenía cualquier cosa pasaría por su garganta y le sabría mejor que cualquier manjar probado en su vida. Se sentó en el sofá a duras penas.

     —Bueno, ¿Qué hay para comer?

Dear Loki ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora