Azul Santos se llamaba la yegua aquella frondosa, con la que se enfrentaba Hilario. Mulata hija de un forastero cubano que la había abandonado en Cantabria por falta de posibilidades de mantenerla---ahí se la dejo, ya come y sabe andar un poco. Haga lo que le plazca con ella---dijo el hombre aquel desnaturalizado que la desamparo entregándosela a una meretriz de la peor calaña. La muchacha sabia más de lo que parecía, se dedicaba a su negocio desde los 13 años y toda su vida la había pasado al lado de su madrastra, la dueña del prostíbulo. Era hermosa, la morena de ojos verdes, caderas amplias, pechos desbordados, piernas largas. Una condena para los clientes del lugar, que a sus 25 años le daba goce a quien fuera por más gordo y desagradable que se presentara, ese no era el caso de Hilario, él no reparaba en el modo sino en el fin, con que lo curaran de amores con eso le bastaba y bien podría dar más por ello.
Lo levanto dándole la mano, ambos frente a frente se miraron a los ojos y luego agacharon la mirada, de esas veces que un claro sentimiento de vergüenza te invade de pronto. Hilario le apretó la cintura con decisión, estaba dispuesto a hacer su mejor intento para atraer al olvido y vencer el recuerdo de la muchacha que lo había dejado. Quiso acercar la boca hacia la de ella, pero Azul Santos lo rechazo categóricamente---no mijito aquí no se regalan besos---dijo ella, sin darle más motivos para avivar el ambiente de romanticismo. No era que ella en verdad, no pudiera dar besos, más bien que ella los regalaba cuando quería y a quien ella quería. Y a Hilario no quería, se sentía envidiosa y hasta celosa de que amara a alguien con tal intensidad que tuviera que recurrir a ella como un objeto mágico para poder olvidarla. Ella tenía la mala fortuna de que a sus 25 años nunca se había enamorado y tampoco nunca había a enamorado a nadie, por lo menos a nadie que ella quisiera porque golfos y borrachos la buscaban por multitudes.
Dada la negativa metió la mano por debajo de la diminuta falda que usaba con descaro la prostituta, sintió sus formas de mujer y de inmediato las reconoció como si diariamente tocara esas carnes. Algo funciono, en sus pantalones algo se tensó y se erigió como un pináculo creciendo en segundos hasta que la tela lo detuvo y lo maniato dentro de la prenda. Ella desabotono la camisa de él, sin ansiedad, sin deseo más bien como cuando una mujer de campo pela una mazorca para el nixtamal, sin intenciones de que sea rápido tampoco de que tarde, que suceda y ya. Hilario tampoco tenía de que avergonzarse, su abdomen estaba trabajado, tenía pecho de varón de campo a pesar de que esa no era su profesión y sus brazos eran fuertes como las ramas de un roble. A azul Santos le gustaba lo que veía y lo que tocaba y se empezaba a animar a darle una buena faena esa noche hasta que la maldición se manifestó como en todas las cosas hechas para Hilario, cuando la miro otra vez a la cara, la cara de la mulata había cambiado, era mucho más delicada, en todo más pequeño, con rasgos más finos y reconocibles, en otras palabras, su mujer, la que lo olvido, estaba ahí con él otra vez. Tuvo tanto miedo que miro hacia todas partes pensado que era verdad lo que veía y desestimo la fantasía, el muchacho seguía en la habitación de burdel, pero seguía imaginado que estaba con su amor. Ante el temor y la confusión Hilario experimento unas inmensas ganas de salir huyendo, sin embargo, se contuvo, no quería parecer un loco, era un loco, pero no quería parecerlo.
Con la respiración agitada, tomo a Azul Santos de las manos y la detuvo para que no siguiera desvistiéndolo, al instante ella entendió las intenciones de detener el encuentro por parte de Hilario, dio un paso atrás con una mueca de desencanto.
-Si quieres irte por mi mejor---dijo con las manos pegadas a la cintura---pero aquí no te regresamos nada de dinero ni intentes reclamar.A Hilario de momento no le preocupaba eso, lo único que quería era irse porque unas repentinas ganas de llorar lo estaban irrumpiendo--- y un hombre no debe llorar enfrente de una mujer, eso las crece-- le había dicho don Hilario padre alguna vez, mientras lo aconseja por la tarde en el taller.
Salió del burdel como alma que lleva el diablo, ya no regreso como vino, sino que estaba vez corría como un alienado que no sabía de qué huía ni hacia dónde pero que debía escapar antes de que lo alcanzaran, sin darse cuenta que el embrujo que traía lo llevaba en cada parte de su cuerpo especialmente en la cabeza de donde nadie escapa ni dormido.Llego a la casa de ella, ciertamente no sabía hacia donde corría, pero una fuerza inexplicable y poderosa le marcaba el camino. Ahí se tomó de los barandales negros y se hinco para desatar todo su llanto que tenía contenido desde que la prostituta se le trasfiguro en su presencia. Los gimoteos eran claros y constantes, con la cabeza hundida en el piso hacia memoria de todas las veces que se prometieron amor eterno. Esto ameritaba una respuesta que no tenía, que no sabía quién se la había robado. Desde adentro con los ojos por demás hinchados por la lloradera incesante, emergió una oración con toda la fe que Hilario en ese momento pudo recaudar en su corazón desquebrajado, rogando con todas sus fuerzas olvidarla y si era posible hasta del mismo día en que había nacido, de manera que en su mente no quedara ningún rastro de su historia con ella; cuando de pronto un haz de luz se dejó ver resplandeciendo en el cielo cegándolo por completo sin poder resistirse al centelleo que resplandecía en el inmenso lienzo oscuro. Hasta que el muchacho sintió una confortación y cayó al piso desmayado esa noche de junio.
Doña Remedios lo encontró tirado a las cinco de la mañana cuando se despertó como todos los días para barrer la calle, pensó que estaba muerto y llamo al jefe del orden y a don Hilario Márquez para que reconocieran el cuerpo. Que susto se llevó doña Gracias cuando en compañía de su esposo llegaron al lugar sólo para percatarse que de ninguna manera su hijo estaba muerto. El cuerpo estaba inerte pero tenía pulso y evidentemente respiraba como lo constato el jefe del orden---llévenselo ahora mismo a que lo veo un médico---dijo el funcionario pero don Hilario no quería que más gente se diera cuenta del estado deprimente que tenía su unigénito, así que lo subió todo engarruñado como estaba a un carrito de mulas y con ayuda de un cliente lo cargaron hasta la cama esperando que en algún momento despertara diferente, quizá restablecido de la pesadumbre que lo había aquejado los últimos meses, pero no fue así, después de dormir casi un día completo despertó fiel a su condición de malherido pero con una particularidad de lo más extraña, estaba completamente ciego.
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Una maldición llamada olvido
RomanceEn un mundo mágico donde los eventos extraordinarios ocurren con normalidad un joven lucha contra una amnesia fatal. Sin razón alguna ha empezado a olvidar absolutamente todo, lo único que parece permanecer es el recuerdo del amor de su vida que se...