Capítulo 4

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Recodaba todo lo que había hecho la otra noche con la misma claridad de siempre, si hubiera querido hubiera narrado con todo detalle lo acontecido con Azul Santos y su recorrido hasta llegar a la casa de su novia, incluyendo aquella luz extraña que apareció en el cielo, lo único que le confundía era que no recordaba que día era, ni que había dormido casi un día entero y por supuesto que todo su mundo ahora era de noche, cuando despertó, lo primero que dijo es---donde estoy---doña Gracia le contesto—en tu casa hijo---y reconoció sin dilaciones la voz de su madre, sin embargo, lo dramático fue cuando dijo—¿mamá por qué tiene la luz apagada?---mientras con las manos extendidas buscaba tocar algo para obtener una referencia de donde se encontraba.

Sin perder el tiempo don Hilario fue con el medico del pueblo y le rogo que fuera a ver a su hijo que se había quedado ciego de la noche a la mañana, que le suplicaba que lo revisara, que él le pagaría la consulta domiciliaria y que su mujer mataría una gallina para que comiera con ellos, como era la costumbre cuando el medico iba de visita al ejido. El doctor lo enderezo, saco sus utensilios, examino su pulso y los sonidos que emitía su pecho, especialmente el corazón para terminar revisándole los ojos con el mayor detenimiento, esperando encontrar alguna anomalía no muy complicada que lo estaba afligiendo.

El medico concluyo que Hilario no tenía ninguna causa aparente para la ceguera repentina. Lo indago en si había tenido algún evento que le hubiera causado algún encandilamiento y el muchacho conto con todo detalle lo acontecido la noche en que se desmayó, al médico le pareció por demás fantasiosa y después de preguntarle por qué estaba en la casa intuyo que era un mal de amores, determinando que era posible que después de unos días se le restableciera la vista. Le dijo a doña Gracia que tres veces al día le pusiera compresas de celidonia y que si todo resultaba bien en unos días estaría sanado. De estas cosas el doctor no tenía seguridad, pero tenía fe y ante las circunstancias era una divina joya ese tipo de confianzas, dado que no había nada en que esperar ya que la ciencia había hecho todo lo que estaba en sus manos.

Durante tres días no comió ni bebió nada, era como si además se le hubiera ido el espíritu, doña Gracia lo tenía que guiar hasta el baño de la mano, dormía como al principio hasta tres veces al día y sólo por la tarde se sentaba en la calle en un tronco rebanado para escuchar como jugaban a la lotería los vecinos, mientras percibía como cuchicheaban presumiendo que había sido la virgen que lo había dejado ciego por pecador, afirmado que muchos lo habían visto salir del burdel la otra noche. Había perdido la vergüenza después de lo acontecido, quizá llego a pensar que nunca volvería a ver y que entonces ya no tenía caso preocuparse por la apariencia y la moral. Al tercer día mientras cantaba una ranchera para no aburrirse con la mirada fija en el techo, noto que la oscuridad estaba desapareciendo y que borrosamente notaba las tablas cruzadas de la cubierta de su cuarto y acompañado de un escalofrió la visión se le volvió diáfana de manera que percibía con toda notoriedad todo lo que estaba frente de sí mismo como antes, como siempre. Nadie diría que estaba feliz, únicamente sorprendido, en tres días se había resignado a que sería ciego toda la vida y que eso en algo le aventajaba para no pensar más en su desgracia.
Doña Gracia pensó que las compresas habían dado sus frutos, ella sí que estaba contenta, le habían regresado a un hijo que creía medio muerto, medio incompleto, medio inútil.

Una maldición llamada olvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora