Capítulo 9

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Al subir al camión eligió con prudencia uno de los primeros asientos, don Hilario le había enseñado que era peligroso irse atrás porque no faltaba un ladrón que pudiera acecharlo y esa lección de momento, la recodardaba con toda claridad. Para esas horas el hambre lo estaba matando, pero no sería hasta dentro de una hora más, cuando el camión pararía para poder comprar una torta o alguna otra cosa que le mitigara la necesidad apremiante de ingerir alimento. El viaje de 6 horas lo paso incomodo sin poder dormir, imaginado como encontraría la dirección y haciéndose ilusiones de como afrontaría el encuentro con la culpable de su herida. Las horas trascurrieron y al medio día el camión con más de 40 pasajeros llego a su destino y un suspiro profundo se escapó denostando que era el momento de que Hilario ajustara las cuentas pendientes que tenía con un fatídico destino que se reía de él a cada instante.

Para su buena suerte un taxista lo abordo en cuanto salió de la terminal, le pregunto si necesitaba sus servicios, Hilario no había caído en cuenta de que esa era la solución a su problema de desconocimiento de la ciudad, tan simple como que estos choferes en sus coches recorrían la ciudad palmo a palmo y que no sería difícil que lo llevaran hasta el lugar anhelado, antes de todo pregunto el costo y un asombro mayúsculo lo invadió al conocer que le tendría que dar todo lo que le restaba en la bolsa, era casi tan caro como el costo del viaje en camión pero acepto la propuesta confiado en que encontrando a la desalmada todo cambiaria, quizá le ofrecerían hospedaje y algo que comer, ya verían la manera de regresar juntos o ¿por qué no? hasta podía pensar en quedarse a vivir ahí con ella, detestaba el trajín presuroso de la ciudad pero por estar a su lado lo que fuera estaba perfecto <<y si sólo puedo verla otra vez y saber que está bien, que aún existe con eso me conformo>> cavilaba mientras el taxi serpenteaba entre una inmensidad de calles, avenidas y calzadas que parecían interminables. Hilario asomaba por entre la ventana la vista para ver la altura de los edificios que parecían llegar al cielo, las personas parecían hormigas que se seguían unas a otras cada una haciendo una labor y encontrándose con otras que hacían la suya, pero en sentido contrario. Había muchos letreros, pero ninguno lo leyó completo porque el carro iba rápido e Hilario leía despacio, nunca había visto tantos coches con tantas hechuras y en tantos colores, andando a pie estaba seguro de que podía ser atropellado fácilmente.

Después de un tiempo de trayecto tuvo la sensación de cansancio y aventó la cabeza hacia atrás, hasta recargarla sobre el sillón del coche, después cerro los ojos para disfrutar de unos segundos de relajación en tanto que sentía el arrullo del automóvil que seguía paseando por todas partes como una abeja en vuelo errante. De golpe abrió los ojos en un estado de desasosiego y confusión sin saber en dónde estaba, volteo hacia ambos lados del coche y no reconoció nada, no supo a donde iba ni por qué razón---¿en dónde estoy? ---pregunto al chofer que entendió que le indagaba por la ubicación exacta en donde se encontraban y le respondió---tranquilo muchacho ya casi llegamos, no falta mucho, no desespere---sin darse cuenta que Hilario estaba completamente perdido en aquella urbe infinita. De pronto el taxista se encontró con un semáforo en alto y freno con cierto grado de violencia y como un milagro inesperado y fantástico que parecía dedicado para él, ella estaba en la parada justo al lado de donde paro el carro, Hilario la tenía a unos escasos metros de manera que en el desconcierto en que se encontraba giro la cabeza y la miro casi de frente como una aparición cierta pero iluminada por un esplendor divino.

Una maldición llamada olvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora