Guardaba tantas cosas que lo hacían desdichado, tantas cosas que lo hacían recordarla, adorarla aun cuando ella parecía haber desparecido para siempre. Pero él vivía día con día con el mismo temor que si se deshacía de todo, su recuerdo también desapareciera en aquellas llamas que quemaran aquellas cosas. Su llavero había sido un regalo, su lamparita portátil, su pluma que nunca gasto por respeto ni para escribirle una carta de su propio puño, su camisa blanca aquella que era su favorita, se la había dado, ya no le quedaba como antes, había achicado con las lavadas, pero a él no le importaba, se la ponía como si fuera la mejor, la más cara, la de mejor tela.
Alguna vez don Hilario abusando de seriedad, lo encaro en el taller, cuando ya iban como dos meses desde lo ocurrido, bien sabía que visitaba la casa de la muchacha cada segundo día para ver si aparecía, que dejaba de manera religiosa una rosa como señal de que aun su amor permanecía intacto, que había recogido al perro abandonado y que a veces dormía con él en su misma cama.
-Mijo esto ya no es posible—dijo don Hilario mientras se quitaba un guante de la mano—no puedes seguir así, mujeres hay muchas, hijos sólo tengo uno y lo estoy mirando morir por un amor que se extinguió ciertamente sin avisar pero que no vale la pena seguir sosteniendo.
-¡Papá! ---quiso interrumpir Hilario hijo.
-No me interrumpa cabezón, escuche a veces para sacar a una mujer del corazón hay que meter a otra---lo tomo del hombro como señal para que lo mirara a la cara---búscate a otra, cómprala si quieres, pero ponle el alto a esta catástrofe porque nosotros nos consumiremos con tu amargura.Las palabras hicieron eco en su cabeza, llegaron muy adentro, en algo le remordieron la conciencia, su madre había enfermado y no tenían idea de que era, tocia mucho como si no pudiera respirar, no podía ser por otra cosa, había aspirado tanto humo haciendo tortillas que parecía que fumaba una cajetilla de cigarrillos diarios. Su malestar en esos días no le había preocupado, toda la importancia la tenía él y ese amor maldito que parecía un sortilegio. Su padre por su parte cada vez se cansaba más, no tenía la misma capacidad de siempre en el taller de carpintería, acumulaba quejas de los clientes, de que fallaba en las medidas, en los diseños, hubo a quien hasta le cambio el mueble por otro, lo insultaron en su presencia pero Hilario ni la cabeza levanto, era otro mueble más en la carpintería, ni a herramienta llegaba, tenía los dedos destrozados por los machucones y cortadas que se daba a diario en que no atinaba a hacer una labor, la más insignificante que fuera.
El remedio propuesto por su padre no le era tan desagradable al cuerpo, algo de calor humano nunca le haría daño a la carne. Le pidió dinero a don Hilario y emprendió la caminata, decidido hacia un burdel en las afueras de Cantabria, se fue caminado como para digerir en el camino el pecado de pagarle a una mujer por sus amores. El trayecto no lo canso, muy por el contrario, le hizo bien, sentía el cuerpo en una relajación profunda como no la sentía desde los días antes de que desapareciera su amor. Hablo con la encargada del lugar, una mujer gorda y maquillada hasta el último centímetro de piel hecho cara y cuello, con los labios en un rojo destellante que parecía sangre fresca, sintió algo de repudio en el fondo, pero quería probar suerte con alguna muchacha que le ayudara a borrar un poco el recuerdo de aquella mujer que lo había desamparado. Solicito los servicios de la mejor muchacha que tuviera disponible y la mujer emperifollada le hizo saber que cualquier servicio del lugar debía ser pagado por adelantado, pregunto cuál era el costo y ella esbozo una sonrisa sarcástica—8000 si quieres a la mejor—le dijo segura de que una cantidad así no la tenía en sus posibilidades. El joven saco los billetes y conto en su presencia, portaba más y se los hubiera dado si estuviera seguro de que esa era la solución, pero tampoco era el momento de despilfarrar el dinero que con tanto esfuerzo él y su padre ganaban en la carpintería.
Entro en la habitación, sobre un buro desgastado aguardaba una botella de mezcal y un par de vasos, no porque en verdad el burdel fuera tan generoso con sus clientes sino porque muchas veces la bebida era tan fuerte y seductora que terminaba por vencer a los ávidos hombres que frecuentaban el lugar hasta el grado de que desistían de pedir los servicios de las golfas y quedaban dormidos sobre la cama, hasta que un hombre entraba y los sacaba arrastras para que dejaran la cama libre para otro encuentro.
La cama aún estaba sucia de otro encuentro frenético de hacía unos momentos, Hilario no pudo evitar el asco, pero el servicio ya estaba pagado y tenía que buscar experimentar con aquella cura supuestamente milagrosa de que un clavo saca otro clavo. Se sentó despacio apachurrando el colchón tantas veces usado que había pagado su valor 156 veces hasta ahora. Miro al frente un tocador más desgatado que el buro y de inmediato echo su mente a andar, haciendo cuentas de que ocupaba, de cómo podría salvarle esa pata que lo hacía ladearse, como podría colocarle una bisagra nueva a la puerta que estaba por caerse, alcanzo a sacar medidas y determino que su mente aún tenía mucho potencial para estar tan malherido del corazón.
Mientras aun hacia cuentas mentales entro en la habitación una mulata casi de su tamaño, con el pelo crespo y la piel tostada, de no más de 30 años, pero de mucha trayectoria en las artes amatorias, lo miro ahí encogido como era la costumbre que había pescado desde el abandono. Como si le adivinara los pensamientos y los enredos del corazón y le pregunto:
-¿Vienes a sanar una herida amorosa verdad?
-Si ---contesto él con sequedad, apenas audible. ---¿Cómo lo sabes?
-Llevo tantos años aquí, que adivino los sentimientos viendo las caras y los gestos de los hombres que vienen a hartarse conmigo ---se acercó y tomo la botella de mezcal y la empezó a vaciar sobre uno de los vasos que estaban sobre la mesa de noche. —tú tienes cara de muerto en vida.
-Deberías ser bruja y no prostituta—dijo Hilario mientras se negaba a tomar el vaso que le ofrecía la mulata aquella, lamentándose de lo dicho.
-Prefiero dar placer, se gana mejor y se divierte más. ---dijo la muchachita con un semblante arrogante. ---pero una cosa te diré antes de curarte la herida por esta noche…. Las enfermedades del corazón no se curan en un burdel, esos dolores se sanan con tiempo y especialmente con olvido.
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Una maldición llamada olvido
Storie d'amoreEn un mundo mágico donde los eventos extraordinarios ocurren con normalidad un joven lucha contra una amnesia fatal. Sin razón alguna ha empezado a olvidar absolutamente todo, lo único que parece permanecer es el recuerdo del amor de su vida que se...