uno

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Amaia:

9:05 de la mañana.
Llegaba tarde a clase, como siempre, que fuera el primer día del curso no iba a impedir que durmiera un poco más de lo debido.

Abrí la puerta esperando encontrarme con Paula, la que llevaba siendo mi profesora de lengua dos años, sin embargo, una voz desconocida me sorprendió:
—¿Por qué no has llamado a la puerta? —Levanté la vista y me encontré con una chica rubia, de unos 24 años. Por lo que entendí, la nueva profesora de lengua. —Esos son los modales que te enseñan en casa, supongo.

—No he llamado porque esperaba a Paula, nuestra profesora habitual. Ella sabe que suelo llegar un poco más tarde y me deja pasar —Respondí mirando al suelo. —Lo siento.

En otra situación, habría contestado de una forma distinta, quizás con más carácter, pero esta profesora me imponía tanto que no me atrevía ni a mirarla a los ojos.
No era muy mayor, de hecho, me sacaría unos 5 años contando con que yo había repetido hacía bastante y aunque tenía 18, cumpliría 19 en enero.

Pero, había algo en ella que gritaba autoridad y empoderamiento.
Ni siquiera me había molestado que me hablara como lo había hecho, supongo que fue porque me fascinó que aún siendo tan joven y posiblemente inexperta, todo el mundo estuviera callado y mirándola en el primer día de clase.

—Siéntate y saca un cuaderno para apuntar lo que voy a decir —Dijo ella con una mirada que no entendí si expresaba enfado o simplemente indiferencia.

Fui al lado de Aitana, mi mejor amiga.
Pero al sentarme, noté cómo Alfred clavaba su mirada en mí.
Alfred era mi novio desde el curso pasado, aunque no por eso iba a estar siempre con él, en clase con Aitana me pasaba el rato haciendo bromas y riendo y, por mucho que en este curso tuviera que centrarme más y prepararme para selectividad, no pensaba dejar sola a mi amiga.

— ¡Amaia! ¿qué tal estás? —Me preguntó Aitana en cuanto planté el culo en la silla. —Hace como un mes que no te veo, tía.

—La verdad es que sí — La abracé disimuladamente. No quería hacer enfadar a aquella mujer. —He estado liada con las series, los libros, el piano...

—Mira que eres vaga, Amaia, te voy a matar.

La clase transcurrió rápido, supongo que mi charla con Aitana ayudó a amenizarla.
No hicimos nada más que apuntar los criterios de evaluación de este curso y hablar sobre la universidad y selectividad, lo normal.

Yo aún no sabía qué quería estudiar, a mi me gustaba la música, siempre me había gustado.
Tocar la guitarra, el ukelele y sobre todo, el piano, era lo que me llenaba. Me encantaba componer y crear cosas nuevas.
También cantaba, pero no estaba segura de hacerlo bien. Lo hacía por diversión, o por pasión, quizás.

Aunque no veía mucho futuro en eso, a veces sí que había soñado con ello, pero siempre llegaba alguien para romper mis ilusiones en mil pedazos, porque vivir de la música, por desgracia, era muy difícil.
Así que, no sabía qué estudiar y tenía un gran dilema entre dedicarme a lo que me hacía feliz y morir de hambre, o ser infeliz el resto de mi vida.

Cuando sonó el timbre, la gente se fue corriendo, yo, sin embargo, me quedé sentada. No le veía el sentido a levantarme para después volver a tener que sentarme en 3 minutos.
La profesora, que había comentado que se llamaba Miriam, se levantó para irse y fue entonces cuando pude verla entera.
Su pelo era rubio, pero no muy rubio, sino más bien dorado y, lo llevaba suelto y un poco rizado, supongo que con algo de espuma, porque aunque lo tuviera rizado de forma natural, no podía ser que se le quedara tan perfecto nada más levantarse de la cama.
Me recordaba a la melena de un león.
Sus ojos eran marrones, pero tirando a miel, de esos que brillan en cuanto les da un poco de luz y te invitan a quedarte a mirarlos un buen rato. Tenía una mirada fría que, la verdad, imponía bastante, parecía que estaba siempre enfadada, aunque eso no me echaba para atrás, como sería lo normal. De hecho, me atraía.

Llevaba puesta una blusa blanca que dejaba entrever un poco, pero tampoco demasiado, su escote. Y unos vaqueros ceñidos que le hacían unas piernas y un culo increíbles. No sé cuánto mediría, pero llevaba unos botines negros con un poco de tacón que le añadirían unos 3 cms de más.
La verdad es que era muy guapa y estaba muy bien de cuerpo, pero joder, si es que me sacaba solo 5 años, era lo normal.
Y también era normal que yo estuviera alabándola de ese modo, porque cuando alguien está tan bueno, hay que decirlo, ¿no?
Quiero decir, que si alguien es guapo yo lo digo, no me importa que sea un hombre o una mujer, porque es un comentario objetivo, supongo.

La vi marchar y me quedé reflexionando sobre el repasito que le acababa de dar, ¿acaso me gustaba la profesora nueva? Imposible, había sido super borde conmigo, además, era una chica y, a mi no me gustaban las chicas, al menos eso creía yo.
No tenia ningún problema con ello, pero es que nunca me habían gustado y, simplemente no me veía con una.

Pasó el resto del día y no paré de pensar en ella. Cada vez que salíamos al pasillo, yo la buscaba con la mirada. No era nada raro, solo me apetecía admirarla, tenía algo por lo que no podía sacarla de mi cabeza.

Además, me apetecía hablar con ella para aclarar el tema de esa mañana, no quería empezar con mal pie el último curso, aunque tuviera que despertarme antes los lunes porque teníamos lengua a primera hora.

Fue entonces cuando yendo al baño, me crucé con ella. Yo iba mirando al suelo pensando en no sé el qué cuando vi parecer sus botas y paré en seco justo antes de chocarnos. Ella iba mirando el móvil y llevaba un café en la otra mano. Hubiera sido un desastre tirárselo en la blusa blanca, por un momento, me alegré de ir mirando hacia abajo.

—Hola, profe —Saludé yo alegremente.

— Si ya sabes mi nombre, ¿por qué me llamas "profe"? —Dijo ella de forma un tanto seca.

— Porque sigues siendo mi profesora ¿no?

Noté como una leve sonrisa se levantaba en sus comisuras, aunque la disimuló rápidamente: —¿Qué pasa?

—Nada, venía al baño. Aunque ya que nos hemos cruzado, me gustaría pedirte perdón por lo de esta mañana, no debería llegar tarde, ni mucho menos entrar sin llamar como si estuviera en mi casa. A partir de ahora llegaré a tiempo —Mentí, sabiendo que mañana mismo me volvería a quedar dormida.

— Vale, no pasa nada. Bueno, tengo que irme. —Soltó ella sin mostrar ningún interés en mí.

Vi cómo se iba y, hasta su forma de caminar me imponía. O me ponía cachonda. No sé. Realmente era una mezcla de las dos cosas.

CON LAS GANAS [AMIRIAM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora