Capítulo 4. Días de Tabaco

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Hicimos el amor como animales. Retozamos, saltamos, nos mordimos, nos besamos. Me sentí suyo, lo fui; y él fue mío también. Dos horas después volvimos a hacer el amor, más intensamente que la vez anterior y así, cada cuantas horas nos hicimos dueños del cuerpo del otro.

Al pasar los días la luna menguó, más no lo hizo nuestro deseo. La lujuria se volvió más cruda y animalística. Y yo lo amaba cada vez más, porque aunque no sabía quién era él, lo amaba con cada gota de sangre que corría por cada una de mis venas, porque ya no era una fantasía, yo había llegado a ese lugar tan recóndito porque el destino estaba escrito de esa manera. Mi presencia allí no era una casualidad.

Una de aquellas tardes yo estaba desnudo en medio de la cabaña, de pie fumando un cigarro de tabaco que Lorenzo había formado con las plantas de la selva. Cada vez me sentía más hombre y más macho. Allí con aquel animal salvaje, enfrente a él y sin temerle. Reconociendo para mí mismo, sin miedo, que era un hombre y lo amaba.

Lo estaba mirando, él estaba desnudo también. En una posición extraña sobre la mesa junto a la ventana, en cuatro patas mirando hacia afuera cuál animal al acecho de su presa. Con su mirada perdida en la distancia, concentrado como si nada más existiera en el mundo, pero dejando claro con su aura animal de que aunque no estuviera mirándome a mí, estaba aún pendiente de mi entorno y que mientras él estuviera cerca nada me pasaría.

Con su presencia, las bestias no se atrevieron ni a llegarnos cerca. Así lo veía yo en aquel momento.

Una mañana me miró a los ojos mientras cocinábamos papas fuera de la cabaña.

—Mañana es el día en que iré al pueblo —me dijo—. ¿Vendrás conmigo como habíamos planeado? —me preguntó.

Lo miré de vuelta y traté de buscar la respuesta en él, yo quería pensar que él quería que yo dijera que nunca me iría de su lado. Pero en Lorenzo el misterio estaba vivo. Si él quería cerrar sus páginas y no dejar que lo leyera, lo iba a hacer, como lo estaba haciendo ahora.

—Mi única razón para regresar sería mi familia, pero si no regresara nunca me darían por muerto y ellos sobrevivirían como sobreviven las familias de tantos soldados caídos que pelean por nada —le dije.

Él hizo un gesto de curiosidad y sorpresa.

—¿Cuáles serían tus razones para quedarte? —me preguntó.

—Solo es una la razón, tú —respondí.

Lorenzo sonrió. Habíamos hecho el amor ya tantas veces en tan poco tiempo, pero nunca habíamos hablado de eso. Aquella respuesta le gustó aunque quisiera disimularlo. Respiró hondo y entró a la cabaña dejándome sólo junto al fogón donde cocinábamos las papas.

Mientras comíamos volvió a hacerme preguntas y me hizo cuestionarme a mí mismo también. ¿De verdad era capaz yo de dejar que mi familia me creyera muerto para permanecer con él? La respuesta era simple, yo estaba harto del armario y era capaz de predecir lo que tendría que pasar cuando yo regresara. Mentiría sobre mi deserción y luego Katerina sucedería. No tendría forma de expresar mi contra a la guerra y mi contra a mi propio matrimonio. Yo me sentía bien allí en esa cabaña en el medio de la nada con el hombre que me había salvado la vida y a quién ahora yo amaba. Sin embargo, tenía dudas porque definitivamente quería ver a mi madre nuevamente. En mi corazón mi decisión era clara de una u otra forma, quería que me dieran por muerto y regresaría del infierno años después cuando fuera lo suficientemente valiente como para defender mi homosexualidad ante ellos. Si aceptaban a Lorenzo serían parte de mi vida, si no lo hacían, tendría que morir nuevamente para ellos. Sin embargo, era duro tener que imaginar que llorarían por mí. Me preguntaba si huir era realmente la mejor opción, y si regresar a casa ahora y contarle a mi familia que estaba vivo, y luego volver a la cabaña a través de la selva era una opción en lo absoluto.

La siguiente mañana, antes de que Lorenzo tuviera que partir la decisión no estaba tomada del todo. Amanecimos haciendo el amor y enamorándonos más el uno del otro, porque sí, yo lo sentía, él se estaba enamorando también.

—No puedo dejarte solo aquí —me dijo mientras en la cama yo jugaba con los pelos de su pecho.

—¿Entonces quieres que me vaya? —le pregunté.

Lorenzo no me respondió, de hecho, comenzó a ponerse nervioso e inquieto en ese momento, como si sintiera la presencia de algo acercándose. Se puso de pie en seguida y sin darme explicaciones me dejó en la cama y así, desnudo, salió de la cabaña.

—¿Las bestias? —le pregunté alarmado.

—No te muevas —me ordenó con firmeza desde afuera.

No le hice caso. Me levanté, tomé mi arma y caminé hacia la puerta, lo que vi fue inesperado para mí. Era algo tan animal y tan humano a la vez que de una forma u otra quedé paralizado.

Había otro hombre frente a Lorenzo. Se trataba de un hombre que por sorprendente que fuera debido al gran tamaño de Lorenzo, era más grande que él, más peludo que él y más animalísitico. Hubiera podido decirse que era gordo, pero no lo era en realidad. Gracias a que vestía solamente unos pantalones muy cortos de mezclilla y estaba descalzo, podía verse que su cuerpo era fuerte y macizo a simple vista. Sus brazos, piernas y abdomen se notaban gigantes en músculo. Tenía la cabeza rapada y su cara, contrario a lo que podía pensarse, era de una delicadeza y belleza extraordinaria a pesar de su barba tupida y corta. Su mirada, como la de Lorenzo, era de una intensidad suprema también.

Estaban uno frente al otro, en cuclillas, como preparados para saltar sobre el otro en cualquier momento y desgarrarlo cuál par de perros en una batalla de colmillos.

—Vete —le ordenó Lorenzo.

—Como macho alfa tengo el derecho incuestionable de dar la primera mordida a todas las presas —refunfuñó el otro.

En ese momento mi mundo se vino abajo.

MACHO BETA: SOLO EN EL PLENILUNIO [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora