Capítulo 3. Plenilunio

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La soledad había vuelto, estaba de nuevo en medio de aquella selva exasperante y de apariencia infinita. Miraba al rededor y no había más que una multitud de árboles, arbustos y matorrales siniestros, tupidos e impenetrables, y una cabaña vieja. Una cabaña que ahora estaba vacía, porque él se había marchado. Me sentía solo, pero no me sentía triste porque yo confiaba en que el volvería por mí.

Lorenzo me había dicho que al caer la noche me encerrara. Sin embargo, yo me encerré desde antes. Él me había dejado suficiente agua y alimentos como para que no tuviera que salir a buscarlos mientras él no estuviera. Así que desde temprana tarde cociné mis alimentos en el fogón de afuera, luego entré a la cabaña y no salí más.

Estaba lleno de curiosidad. Quería saber quién era él y ahora tenía la oportunidad de quizás descubrir algo. Ya yo había esculcado su maleta roja ya que usaba su ropa y podía abrirla, pero en dicha maleta no había más que eso, ropa. Sin embargo, yo había visto una pequeña caja de madera que también estaba bajo la cama y que nunca me atreví a abrir o a preguntarle a Lorenzo sobre su contenido, y era ahora el momento de revisarla. La tomé y la puse sobre la cama. Tenía una "L" grabada en la tapa, por la inicial de su nombre. La abrí y lo primero que vi fue una foto familiar en blanco y negro. Una pareja y un niño de unos cinco años con ellos. Primero pensé que se trataba de Lorenzo y sus padres, pero luego volví a mirar y me di cuenta de que ese no era el caso. Si era una foto de Lorenzo, pero él era el padre y esa posiblemente era su mujer y el niño su hijo.

En seguida me llené de dudas. ¿Es gay o no?¿bisexual?¿habrá huido para siempre de mí porque simplemente no le gustan los hombres? No podía ser cierto, yo sabía lo que había sentido y lo que sentí que sintió él también. Se me rompió el corazón un poquito, pero a la vez lo admiré y me enamoré un poquito más de él por la cara de padre amoroso que tenía en aquella foto. Seguí buscando y encontré algo muy raro, era un pedazo de piel de animal seca con pelaje de un color mezclado entre gris oscuro y marrón. No olía a nada. No le encontré explicación alguna. También habían varias cartas y otros pedazos de papel. Quise leerlo todo. Abrí la primera carta y comencé a leer.

"Mi querido Loren,

Hace tanto tiempo que no has venido y tenemos tantas cosas que decirte. Te extrañamos y el tiempo..."

No pude seguir leyendo, no podía hacerle eso. Cerré la carta y la caja, y puse todo en su lugar bajo la cama nuevamente. Yo quería saberlo todo sobre él, pero no así.

Esa tarde lloré acostado en su cama. ¿Estaría con ellos ahora, con su familia?¿porque estaba yo tan celoso si en realidad no teníamos nada?¿o es que si había algo ya? Me quedé dormido y cuando desperté yo estaba mas calmado y ya había caído la noche. Encendí la chimenea y me dirigí a cerrar la ventana que había dejado abierta para que entrara aire y cuando me acerqué afuera vi la luna esplendorosa, la luna llena. Y allí, justo en ese instante escuché el primer aullido. Sentí escalofríos. Cerré la ventana y comencé a leer un libro que me había dejado Lorenzo sobre la mesa. Su gusto literario parecía no ser muy amplio ya que se trataba del diccionario de la Real Academia de la lengua española. Obviamente, leer significados de palabras no pintaba nada divertido, pero supuse que aprender un par de palabras nuevas no estaría de más y me dispuse a leerlo en la cama, en su lado de la cama. Ahora que estaba lejos de él sentía que estar en su lado de la cama me mantendría invadido de su olor y por ende, de su presencia.

Como de costumbre, me quedé dormido mientras leía. "Ñu" fue la única palabra nueva que logré aprender.

Nunca tuve muy claro a que hora desperté, pero calculo que eran las tres de la mañana. Desperté porque escuché pasos afuera de la cabaña, pasos sigilosos. Tuve miedo, eran pasos de bestias hambrientas y tuve miedo, me metí bajo las sábanas y traté de contener mi respiración. Sin embargo, también se había intensificado el olor a Lorenzo, casi como si él estuviera allí conmigo y me sentí un poco más seguro cuando pensé en él. Aquellos pasos rodearon la cabaña y hasta rasguñaron sus paredes con violencia. Parecían ser perros salvajes, coyotes o lobos. Los sentía oler mi miedo e intentar entrar para desgarrar cada parte de mi cuerpo y alimentarse de mí. Pero desistieron, la cabaña parecía ser más fuerte de lo que aparentaba, y se alejaron alrededor de una hora después, no sin antes aullar en conjunto para hacerme saber que estaba en peligro.

Cuando se fueron yo estaba bañado en sudor bajo la sábana y por poco me orino sobre el colchón. Una hora después de eso, ya casi al amanecer, pude volver a conciliar el sueño. Desperté a media mañana y no salí de la cabaña hasta que estuve seguro de que no había nada afuera. Cociné todos los alimentos que comería en el día entero y volví a encerrarme. Cuando cayó la noche, regresaron. Ahora mucho más temprano, se quedaron allí mucho más tiempo, aullaron mucho más e insistieron muchísimo más en acabar con la cabaña y conmigo. Yo, por supuesto, tuve también más miedo. Desde esa noche lograba levantarme de la cama, tomar mi arma y mi cuchillo, y apuntar en dirección hacia donde fuera que los escuchara para poder defenderme si lograban entrar. Y así transcurrieron dos o tres noches en las cuáles yo no tuve tranquilidad alguna, las cosas solo empeoraron.

Luego de la última noche de la luna llena yo desperté al amanecer tirado en el piso con mi arma en la mano, me había quedado dormido cuando se fueron las bestias. Seguía intranquilo, mi respiración aún estaba agitada. Me quedé en el piso un rato, no tenía ganas de levantarme. Cerré los ojos y pensé en Lorenzo, ¿cuando volverá? me pregunté y en ese momento volví a sentir pasos afuera de la cabaña, era la primera vez que los sentía de día. Volví a asustarme, volvía a horrorizarme como cada noche. Pero luego me calmé, no eran los mismos pasos.

Me levanté y corrí a abrir la puerta.

Estaba allí, frente a mí, de carne y hueso, había regresado, era él. Lorenzo. Estaba desnudo, de la misma forma en que se había ido hacían ya unos días, porque sí, yo ahora estaba seguro de que así se había ido. Estaba a tres metros de mí y aún así su olor se sentía fuerte, y ya no tapaba su pene para que no lo viera, lo tenía expuesto para que yo lo viera en toda su grandeza y hombría. Su pecho peludo y el resto de su cuerpo estaban sucios, tenía algunos moretones y algo de sangre en su brazo derecho. Me miraba de forma salvaje, de la misma forma en que me miró la primera vez cuando había sido él quién le abrió la puerta de la cabaña al hombre herido. Aquella situación era tan rara como poética, preocupante, interesante y excitante, y yo estaba lleno de preguntas, pero de una forma u otra todo esto me hacía sentir seguro. Él estaba allí y yo ya no pasaría otra noche solo, Lorenzo había regresado para quedarse conmigo.

Ambos nos pusimos totalmente erectos al vernos y yo en seguida corrí a sus brazos. Era definitivo, Lorenzo era mi hombre. No sabía de donde venía, pero en sus ojos podía ver que no había estado con ella. Aquel hombre venía con ganas de mí.

Me trepé a su cuerpo y lo besé con locura, él respondió a mis besos con euforia. Me tocó, lo toqué, nos comimos las bocas. Cargado y amarrado por sus labios animales me llevó adentro de la cabaña y luego a su cama. Y allí, por primera vez, hicimos el amor. 

MACHO BETA: SOLO EN EL PLENILUNIO [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora