Capítulo 04

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Taiga regresó a su puesto de trabajo con una sensación de intranquilidad, no quería ser demasiado obvio con sus nuevos compañeros, porque sabía que dentro de él su curiosidad no era sana; quería saber más del caso de Akashi Seijuro.

El pelirrojo pudo haber investigado acerca de la cadena, pero nunca se mostró tan interesado en los antecedentes familiares; sabía poco del dueño, ¡pero vaya que se han encargado muy bien de pagar para tapar tal historia!

Con un suspiro de cansancio por culpa del estrés que cada vez se hacía menos soportable, se sentó y empezó a leer algunos correos de comensales; era su primer día y su deber era ser eficiente y preparar las notas del día siguiente.

El ambiente era sombrío, para ser una buena época se podía ver a través de los ventanales los cielos grises y los lejanos truenos parpadeando; había frío, probablemente lo único que mantenía ese edificio lejano del silencio eran los teléfonos sonando, los teclados siendo manipulados y los gritos de algunos empleados.

Kagami Taiga sabía que no sería fácil trabajar en un medio de comunicación, mucho menos el medio escrito en un país como Estados Unidos, cerca del famoso New York Times... La competencia inalcanzable.

O eso es lo que piensa Kagami, no es que donde trabajase sea malo, sino que siempre aspiraba a más; en algún momento tendrá la oportunidad de trabajar allí.

Varios gritos agudos sacaron a Kagami de sus pensamientos; una ventana había sido azotada por el aire desparramando algunas hojas y haciendo unos cuantos desastres más.

—¡Qué molestia!—escuchó por parte de Kise—. Y justamente hoy que no traigo el Mercedes pasa esto—refunfuñó.

—Tendrás que tener cuidado—fue lo que respondió el celeste.

Un berrinche, un mohín, un escándalo total—. ¡Kurokocchi, llévame a casa!—rogó mientras juntaba sus manos en posición orante—. ¡Por favor!

—¿Qué dices, Lizzie?—el peliceleste se levantó de su silla y se acercó a la sección de edición con tal de evitar a Ryota.

El rubio, totalmente indignado, se cruzó de brazos provocando en Kagami la sensación de que había visto el abandono de un perro, y aunque odiara a los perros, se sintió mal por él que llegó a suspirar por la idiotez que iba a decir.

—¿En dónde vives?—Kagami alzó la voz—. Puedo llevarte.

Taiga se asustó al ver el contento y conmovido rostro del rubio; juró ver estrellitas a su alrededor y corazones en lugar de ojos—. ¡Kagamicchi!—exclamó levantándose de su lugar para darle un buen merecido abrazo a su salvador—. ¡Muchas gracias!

—Ya... Ya—decía tratando de alejar al molesto ojos de gato de él, cuya boca no paraba de agradecerle—. ¡Qué ya hombre!—gritó el pelirrojo logrando al fin sacarse al muchacho de encima, aunque este no se miraba afectado en lo más mínimo por ello, ¡es más! mostraba su sonrisa como siempre.

—Gracias—dijo una última vez y regresó a su sitio.

Kagami se ajustó la ropa y regresó su atención a la computadora, quizá si llegaba un momento, podría aprovecharse y preguntarle más al rubio ese acerca de la familia Akashi.

Los dedos del tez bronceada se colocaron en la fila de la A a la Ñ en el teclado, y justo cuando su índice se hundió un fuertísimo trueno cayó haciendo que el edificio perdiera su luz en totalidad; los gritos femeninos y los asombrados masculinos no demoraron en escucharse uno detrás del otro.

Perfecto pensó Kagami, ¿pero qué diablos le pasaba a la Madre Naturaleza? ¡Era su jodido primer día de trabajo y se le ocurría mandar una tormenta!

Seguro que alguien en el departamento ya cubrió la noticia para el día siguiente sobre el molesto clima de Nueva York.

—¡Oigan, iré a buscar a Charlie, él tiene acceso a la gestión de electricidad!—exclamó un tipo desconocido con ayuda de su teléfono.

Kagami suspiró nervioso; él sólo tenía miedo a tres cosas. Su madre cuando se enoja, a los perros y por último, a la maldita oscuridad. No era un niño y aún así era atormentado por ello.  Rápidamente tanteó por su escritorio en busca de su celular para hacer el intento de calmarse con la poca luz que podría brindarle.

Empezó a transpirar y a respirar fuertemente que sintió arder sus pulmones y su agitado corazón se sacudía salvajemente entre sus costillas. No sabía qué diablos estaba pasando, pero el temor injustificado y el pitido agudo que escuchaba estaba haciéndole añicos la cordura.

Kagami. Alguien lo llamaba. Alguien pedía ayuda. Alguien lo necesitaba.

Kagami. Llevó sus manos a los oídos en un vano intento de evitar la escalofriante vocecita, cerró los ojos tan duro que por un momento pensó que se haría invisible; como si fuera la única arma ante al infierno que estaba viviendo.

—¡Kagami-kun, Kagami-kun,  ya pasó!—la voz de Kuroko y un tremendo golpe de luz en sus ojos lo despertaron de aquella pesadilla.

Estaba confundido, un terrible silencio, ojos por doquier mirándolo como si estuviera loco; el pelirrojo salió corriendo de ahí con la vergüenza con la mezcla del alivio corriendo en su venas, buscando el baño lo más rápido posible.

Al asegurarse de que no había nadie, suspiró y gruñó con pesadez; se lavó el rostro con rudeza y suspiró cuando vió su reflejo en el espejo.

—Déjalo atrás, Kagami—susurró viéndose fijamente a los ojos—. Ya pasaste por ello, ya lo habías superado; olvídate de eso.

Cuando por fin su respiración regresó a la normalidad, sintió vibrar su celular en el bolsillo de su pantalón.

Un mensaje, un número privado.

Nunca es tarde para recordar.

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