Aunque eso me cueste otra vida.

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La casa estaba silenciosa, el piso de tierra y lodo estaba húmedo por las lluvias tan fuertes que habían caído durante tantos días, para mi suerte no había goteras en el techo, pero por la ventana rota caían gotas haciendo un pequeño charco en el suelo, no importaba. Nada importaba en ese momento, donde me sentía protegida era en el regazo de mi madre mientras ella bordaba y se mecía en la silla en la que apenas cabíamos las dos, la sala solamente consistía de esa silla, una mesa con una pata coja y un mueble viejo polvoriento con frascos vacíos.
Escuché la delgada puerta de madera abrirse con un chirrido y después cerrarse con pasos mojados. Mi padre besó primero a mi madre y después dejó uno para mi en la frente.
-Ahí acurrucada podría jurar que eres un ángel -rió dejando la bolsa pesada en el suelo y corrí directamente a él. -¿Te portaste bien?
Asentí frenéticamente intentando contener mi felicidad, rebuscó en su bolsa hasta encontrar una pequeña caja, algo aplastada, pero bonita.
-Feliz cumpleaños -me despeino volviendo a cerrar la bolsa.
Mi madre veía todo desde su silla con una mueca de sonrisa forzada, mi felicidad no me dejó seguir esperando haciendo, que si hubiera podido, habría volado a mi habitación en las grandes y rápidas zancadas que di.

Mi pequeña habitación no era el mejor lugar de la casa, el único mueble era una cama hecha con algo de paja, una cobija con varios hoyos junto con ropa que ya no me quedaba como almohada... ahora que lo recuerdo, eso ni siquiera contaba como un mueble. Me senté contra la pared más cercana, aspire hondo y destape la caja; dentro había justo lo que había pedido, listones de varios colores se enredaban entre ellos dando el aspecto de un arcoíris encerrado en aquél pequeño contenedor; tome entusiasmada el de color azul claro solo para darme cuenta que era muy pequeño y corto, suspiré ahora un poco preocupada.

-Bueno, todavía sirve ¿cierto? -miré las dos sombras con pequeños cuernos que ahora ladeaban curiosas sus cabezas frente a mi.

Siempre pasaba, desde que tengo memoria han estado conmigo, a veces por periodos muy largos de tiempo, otras viéndome desde lejos, aún cuando mi madre trabajaba en el campo llevándome en su espalda mientras era una tierna niña de meses, ellas la seguían como si temieran perderme. Me agradaba tenerlas, sentía una conexión más allá de convivir con ellas durante toda mi vida, sonaría incluso loco, pero me atrevería a decir que las conocía desde vidas pasadas.

Sokar y Sokaris (como me habían pedido que las llamara) se acercaron, se me ocurrió una idea haciendo que mis ojos brillaran, ate al cuello de Sokar un listón color rojo haciendo un moño y a los cuernitos de Sokaris les hice como si fueran coletitas. Me acerqué a la puerta y llamé a mis padres; ellos jamás los habían visto, ni yo los había mencionado entonces era un buen momento para que se conocieran.

-¿Qué pasa Kat? -el plato que traía en sus manos se estrello contra el piso mientras ella se tapaba la boca- por la diosa Ginne...

-Mamá, tranquila -me acerqué a ella preocupada interponiendome, el ambiente había cambiado a uno tenso, Sokar había pasado a ponerse frente a Sokaris como protegiéndola y una de sus "manos" se había vuelto un poco más grande dando la impresión de ser muy pesada- ellos son mis amigos, no son malos como parecen.

Mi madre había quedado en shock, no reaccionaba, no se movía, me dieron ganas de llorar al pensar que ni siquiera respiraba ahí parada.

-¡Papá! -grité con todas mis fuerzas mientras intentaba que mi madre se moviera, gritara, que hiciera algo.

Mi padre no tardó nada en llegar pero en cuanto tocó a mi madre ella pareció volverse loca.

-¡No me toques! -se zafó alejándose de nosotros señalándome.- ¡Tú hija es un engendro! ¡es el demonio mismo!

-Amor, no te entien-...

-¡Cállate! -los ojos se le estaban inyectando con sangre- Seguro lo sabías...

Ser quien sirve a la muerte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora