Vientos infernales

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 Luego, una súbita llamarada de la  antorcha me reveló lo que había estado buscando: el acceso a aquellos abismos más remotos de los que había brotado el inesperado viento; sentí temor al descubrir que se trataba de una puerta pequeña, artificial, cincelada en la sólida roca. Metí la antorcha por ella, y vi un túnel negro de techo bajo y abovedado que se curvaba sobre un tramo descendente de toscos escalones, muy pequeños, numerosos y empinados.  La cabeza me daba vueltas, agobiada por locos pensamientos, y parecieron llegarme flotando las palabras y advertencias de los profetas árabes, a través del desierto, desde las tierras que los hombres conocen a la ciudad sin nombre que no se atreven a conocer. Pero sólo vacilé un momento, antes de cruzar el umbral y empezar a bajar precavidamente por el empinado pasadizo, con los pies por delante.

Sólo en los terribles efectos de la droga puede un hombre haber efectuado un descenso como el mío. El estrecho pasadizo bajaba interminable como un pozo espantosamente fantasmal, y la antorcha que yo sostenía por encima de mi cabeza no alcanzaba a iluminar las ignoradas profundidades hacia las que descendía. Perdí la noción de las horas y olvidé consultar mi reloj, aunque me asusté al pensar en la distancia que debía de estar recorriendo. Había giros y cambios de pendiente; una de las veces llegué a un corredor largo, bajo y horizontal, donde tuve que arrastrarme por el suelo rocoso con los pies por delante, sosteniendo la antorcha con todo  mi brazo. No había altura suficiente para permanecer de rodillas. Después, me encontré con otra escalera empinada, y seguí bajando interminablemente mientras mi antorcha se iba debilitando poco a poco, hasta que se apagó. Creo que no me di cuenta en ese momento, porque cuando lo noté, aún la sostenía por encima de mí como si me siguiera alumbrando. Me tenía completamente trastornado esa pasión por lo extraño y lo desconocido que me había convertido en un demente en la tierra y un frecuentador de lugares remotos, antiguos y prohibidos.

En la oscuridad, me venían al pensamiento súbitos  que murmuraba mientras decendia producto del  estres

"Un pozo de tinieblas. negrotomo un caldero de brujas, llenoDe drogas lunares en eclipse destiladasAl inclinarme a mirar si podía bajar el piePor ese abismo, vi, abajo,Hasta donde alcanzaba la mirada,Negras Paredes lisas como el cristalRecién acabadas de pulir,Y con esa negra pez que el Trono de la MuerteDerrama por sus bordes viscosos"

La ciudad innominadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora