Más cerca del final del pasadizo había pintadas escenas de máximo exotismo y extravagancia: vistas de la ciudad sin nombre que ahora contrastaban por su despoblación y su creciente ruina, y de un extraño y nuevo reino paradisíaco hacia el que la raza se había abierto camino con sus excabaciones a través de la roca. En estas perspectivas, la ciudad y el valle desierto aparecían siempre a la luz de la luna, con un laso dorado flotando sobre los muros destruidos y medio revelando la espléndida perfección de los tiempos anteriores, espectralmente insinuada por el artista. Las escenas paradisíacas eran casi demasiado extravagantes para que resultaran creíbles, retratando un mundo oculto de luz eterna, lleno de ciudades gloriosas y de montes y valles olimpicos. Al final, me pareció ver signos de un clímax artístico. Las pinturas se volvieron menos amables y mucho más extrañas, incluso, que las más disparatadas de las primeras. Parecían reflejar una lenta decadencia de la antigua raza, a la vez que una creciente ferocidad hacia el mundo exterior del que les había arrojado el desierto. Las formas de las gentes (siempre simbolizadas por los reptiles) parecían ir consumiéndose gradualmente, aunque su espíritu, al que mostraban flotando por encima de las ruinas bañadas por la luna, aumentaba en proporción. Unos sacerdotes flacos, representados como reptiles con atuendos , maldecían el aire de la superficie y a cuantos seres lo respiraban; y en una terrible escena final se veía a un hombre de aspecto primitivo quizá (humano) en el momento de ser despedazado por los miembros de la raza anterior. Recuerdo el temor que la ciudad sin nombre inspiraba a los árabes, y me alegré de que más allá de este lugar, los muros grises y el techo estuviesen llenos de pinturas.
Mientras contemplaba la historia mural, me fui acercando al final del recinto de techo bajo, hasta que descubrí una entrada de la cual subía la luminosa fosforescencia. Me arrastré hasta ella, y dejé escapar un alarido de infinito asombro ante lo que había al otro lado; pues en vez de descubrir nuevas cámaras más iluminadas, me asomé a un ilimitado vacío de uniforme resplandor al contemplar un mar de bruma iluminada por el sol. Detrás de mí había un pasadizo tan pequeño que no podía ponerme de pie; delante, tenía un infinito de vacio subterraneo
Del pasadizo al abismo descendía un pronunciado tramo de escaleras (de peldaños pequeños y numerosos, como los de los oscuros pasadizos que había recorrido); aunque unos pies más abajo los ocultaban los vapores luminosos.Contra el muro de la izquierda, había abierta una pesada puerta de bronce, increíblemente gruesa y decorada con fantásticos rrelieves, capaz de aislar todo la luz si se cerraba . Miré los peldaños, y de momento, me dio miedo descender por ellos. Tiré de la puerta de bronce, pero no pude moverla. Luego me tumbé boca abajo en el suelo de losas, con la mente llena de ideas que ni el agotamiento podian disipar.
Mientras estaba tendido, con los ojos cerrados y pensando libremente, me volvieron a la conciencia muchos detalles que había observado de pasada en los pasillos con un significado nuevo y terrible; escenas que representaban la ciudad sin nombre en su esplendor, la vegetación del valle que la rodeaba, y las tierras distantes con las que sus mercaderes comerciaban. La belleza de las criaturas reptilianas me desconcertaba por su universal distinción, y me asombraba que se conservase con tanta insistencia en una historia de tal importancia. En los frescos se representaba la ciudad sin nombre guardando la debida proporción con los reptiles. Me preguntaba cuáles serían sus proporciones reales y medité un momento sobre determinadas peculiaridades que había notado en las ruinas. Me parecía extraña la escasa altura de los templos y del corredor del subsuelo, tallado indudablemente por deferencia a las deidades reptiles que ellos adoraban; aunque, evidentemente, obligaban a los adoradores a moverse a gatas. O simplemente estos se movian como los lagartos senti un escalofrio al pensar en lo rapido que podian llegar a ser.
Pero en mi extraña existencia, el asombro siempre era mas fuerte que mis temores; pues el abismo luminoso y lo que podía contener planteaban un problema valiosísimo . No me cabía duda de que al pie de aquella escalera de peldaños singularmente pequeños había un mundo extraño y misterioso, y esperaba encontrar allí los recuerdos humanos que las pinturas del corredor no me habían podido ofrecer. desmostrando mi teoria de que aquellas criaturas no eran reales si no deidades manufacturadas por los hombres
Quede abrumado al darme cuenta de la antiguedad del lugar , cuando vi un mapa de la tierra donde aparecian continentes ya olvidados y con un vago parecido a pangea