Capítulo I - Un nuevo comienzo.

668 28 12
                                    

—Mira qué lindo conejito, debemos llevar este. —me decía ella, mientras yo veía un par de cachorros de Rottweiler que me hacían ojitos desde que entramos a la tienda de mascotas.

—Nada de eso, acordamos que sería un perro. —le respondí, sin dejar de ver a los cachorros.

Ella espetó un par de cosas que ignoré, ¿por qué? Así soy... me pierdo de cuando en vez, con o sin razón...

—¡Eva, despierta!, ya llegamos. —una voz familiar me sacó de mi sueño lúcido. —¡Apúrate!, nos están esperando en la salida.

Me incorporé como pude, los viajes en autobús son terribles, y más si tu mejor amiga te acompaña. Nos bajamos y ahí estaban mis padres, mi madre saltó de la emoción y corrió a mi encuentro, yo todavía estaba algo atontada y no coordinaba bien las ideas.

—Hija, qué felicidad tenerte de vuelta, ha pasado tanto tiempo. —dijo, entre sollozos.
—Madre, me da gusto verte. —respondí en medio de un suspiro ahogado, tratando de zafarme de sus brazos.

Mi padre solo se acercó con la excusa de "ayudar con el equipaje", saludó tibiamente, cosa que... siendo honesta, agradecí. Luego de la escena, los saludos y demás cositas incómodas, nos dirigimos al carro de mi padre, él dejaría a mi amiga en su casa y luego continuaríamos el recorrido, la distancia entre nuestras casas no era mucha; al llegar, mi amiga le dio las gracias a mi padre por llevarla.

—Gracias por traerme, Sr. Francisco, muy amable de su parte.
—Descuida, no es molestia. —le respondió mi padre, mirando por el retrovisor.

¿Cómo describir a mi amiga?, en tres palabras: loca, dulce, gruñona... esa es la mejor forma de describir a Dayana. Somos amigas desde el preescolar, inseparables, ella es mi única amiga, mi confidente, parte importante de mi vida.

Luego de eso, nos despedimos, y mi padre condujo hasta nuestra casa. Todo el trayecto transcurrió en silencio, y por muy corto que fuera, se me hizo eterno. Solo quería llegar y tirarme en mi cama, no saber nada del mundo; desaparecer del foco de atención.

Mi madre me sacó de mis pensamientos para indicarme que habíamos llegado. Sin mucho apuro, me bajé del carro y me estiré un poco, estaba agotada. Tomé mis maletas, subí a mi habitación, y dejé caer todo mientras me acercaba a mi cama y me lanzaba boca abajo sobre ella. El olor de las sábanas me resultó agradable, se notaba que mi madre había preparado todo para mi regreso. En eso, escucho tocar la puerta, era ella.

—Hija, ¿puedo pasar? —se expresó con duda.
—Claro, adelante, madre.
—¿Quieres comer algo?
—No, no siento hambre, quizá más tarde.
—Quiero que sepas que estoy muy orgullosa de lo que has logrado, y que siempre estaré para ti, sin importar qué. Lo que pasó fue...

La interrumpí antes que tocara temas que no estaba lista para abordar.

—Mamá —rara vez le llamaba de esta manera, por razones que no viene al caso mencionar ahorita—. Por favor, solo quiero descansar, el viaje fue agotador. —la miré, suplicante.
—Te dejaré a solas para que puedas descansar, serviré la cena a las siete; tu padre se fue hace unos minutos, llamada del trabajo, así que posiblemente cenaremos solo tú y yo.
—Gracias, madre. Nos vemos en un rato. —le dije, mientras la abrazaba.

La vi salir y cerrar tras de sí la puerta. Me quedé sentada al borde de la cama, mirando todo alrededor. Venían recuerdos a mi mente, recuerdos agridulces. Comencé a "explorar", miraba curiosa mis cosas, como si me fueran ajenas. Tenía una pequeña colección de vehículos a escala, es algo que amo, en realidad. Deslizaba mis dedos delicadamente sobre los modelos, suspiraba, pasaba de mueble en mueble, llegando así a mi escritorio, mi computadora, mis libros... una vieja foto que al verla sentí un puñal atravesarme el pecho... rodaron por mi rostro un par de lágrimas.

Pasado TormentosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora