LEORA

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Me desperté sobresaltado sobre la hierba, húmedo y tembloroso. Tenía todo el cuerpo sudado pero sentía que el frío me corroía los huesos. Una sensación extraña me invadía las extremidades. Intenté mirarme la mano pero, en lugar de dedos, dos docenas de plumas amarillas como el sol acunaron el aire. Con todo en silencio, incluida mi voz, incapaz de emitir sonido alguno,  me levanté del que era mi lecho en el césped. Todo mi cuerpo estaba igual de emplumado y gualdo cual hojarasca seca. Estiré las piernas, finas como las de mi hermana y escamadas como un cocodrilo. Tres dedos, más largos que los de cualquier humano, se clavaban en el suelo con las uñas, negruzcas y puntiagudas.

Aún analizando mi extraña anatomía vi a lo lejos una figura, delgada y alargada pero difícilmente reconocible estando al contraluz. Al acercarse se me hizo familiar tan esbelta silueta. Era mi padre que, con los ojos emanando agua y una soga al cuello, se posó ante mí. Llevaba su ropa de trabajo completamente mojada por las cascadas que le caían desde los ojos. Me mostró las manos, desproporcionadamente enormes. De uno de sus puños cerrados surgió una sombra grisácea que, al contacto con el aire, creció y se posó a su lado formando una figura semejante a un animal.

Terminó de formarse el ser etéreo y pude advertir, casi para mi desgracia, de qué se trataba. Era Martino. Al menos su cuerpo lo era, pues en su cabeza, el rostro de mi hermana me miraba con gesto triste.

Los dos permanecían inmóviles, posados ante mí en silencio mientras una figura más se acercaba curvando el horizonte. Era el señor Gallardo, aproximándose con un movimiento más semejante a rodar que a andar. Blandía un gran cuchillo, con el mango morado y la hoja blanquecina.

-¡Copano, figlio di putanna! –Gritó agarrando la soga que colgaba del cuello de mi padre y tiró fuertemente de ella a la vez que la cabeza de mi hermana soltó un rebuzno estridente. El agua comenzó a emanara también de la boca mientras caía muerto al suelo. Al golpear la tierra, todo él se desvaneció, dejando un pequeño charco sobre el que flotaba el trozo de cuerda roída.

Se dirigió entonces a mi hermana, tirándola al suelo de un empujón y clavándole fuertemente el cuchillo en el vientre. De la herida salieron disparadas tres serpientes rojas que reptaron hacia mí. Me miró entonces el señor Gallardo, con el cadáver de Martino y mi hermana al mismo tiempo.

Sin poder aún reaccionar, se me ataron dos de las sierpes a las patas mientras la tercera ascendía por mi metamórfica figura hasta enroscárseme al cuello. Entonces el señor Gallardo explotó dejando una nube de confeti de colores.

La serpiente me apretaba más y más el cuello y notaba cómo la cabeza se me hinchaba como un globo hasta que, alcanzado el límite, reventó como el señor Gallardo con un débil silbido.

Lo vi todo blanco entonces, y de la nada apareció una gallina negra. Era mi madre. Quiero decir… era una gallina pero, por alguna razón, sabía perfectamente que era mi madre. Le quise gritar y entonces mi voz sí respondió.

-¡Mamá! –Grité y me levanté sobresaltado. Vi el Cristo ante mí y a mi madre durmiendo a sus pies. Abrió lentamente los ojos.

-Salvo… ¿Qué pasa, cariño? –Se quedó sentada y me tendió la mano.- ¿Stavi sognando? –Asentí con la cabeza, incorporado frente a ella. Mi madre se levantó y se acercó a mí para acariciarme la cabeza.

De pronto su gesto cambió mientras sus ojos inspeccionaban la zona que me rodeaba.

-Leora. ¿Y Leora? –Miré entonces a mi alrededor. Sin decir nada me pregunté dónde estaba mi hermana y me alcé junto a mi madre. Ella se dirigió a la puerta de los aposentos del padre Domenico y dio un par de golpes.

-¡Padre! –Gritó.- ¡Padre Domenico! –Sacudió fuertemente el cobrizo pomo de la puerta.- Padre, padre, per favore. –Golpeó la puerta con fuerza y esperó una respuesta que no se produjo. Dio un último golpe y se alejó de ella. Se dirigió hacia el exterior de la iglesia, seguida de lejos por mí. Miró al cielo y el sol le hacía relucir la ya sucia cabellera.

-¡Leora! –Gritó mirando alrededor.- ¡Leora! –Repitió con todas sus fuerzas, haciendo rebotar su voz contra las paredes rocosas.- Leora…

UN MAL TRATODonde viven las historias. Descúbrelo ahora