EN EL BUS

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Las calles, caminos y carriles polvosos de Colombia han sido territorio fértil para mitos y leyendas incluso antes de la llegada de los españoles. Se habla de cuentos como La Patasola, un alma en pena de una pierna que por siempre está en búsqueda de su hijo, o El Duende, un trasgo con las piernas invertidas que conduce a viajeros a su perdición, perturbando su tranquilidad durante siglos. Aunque estas historias principalmente inquietaban a aquellos que circulaban o residían en áreas rurales, el crecimiento de las ciudades trajo consigo un florecimiento de leyendas urbanas cimentadas en la desconfianza que todavía albergamos en algún lugar dentro de la tecnología moderna. Un ejemplo de esto es el bus fantasma que presuntuosamente merodea las calles de la ciudad por las noches. Según se relata, las mujeres jóvenes que lo abordan desacompañadas son encontradas mutiladas en la periferia de los campos, días más tarde, y una mirada irreparable de profundo terror ilustra el momento de su último y atormentado aliento.

Con eso dicho, dado que son las cuatro de la tarde de un martes y ciertamente no eres una jovenzuela, o al menos no lo eras la última vez que revisaste, los buses fantasmas y duendes minusválidos son la última cosa en tu mente. Has estado usando el sistema de transporte público de Bogotá por más de dos décadas y tu mayor preocupación es que la densidad del tráfico ha sido todo menos manejable desde que el último alcalde tomó el cargo. Sin embargo, tu casa está a ochenta bloques de distancia, así que tu única opción es esperar hasta que llegue el bus. Caminar tomaría más tiempo que lidiar con algún embotellamiento.

Cuando el bus mostrando la señal de tu ruta se asoma, su tarifa es doscientos pesos más baja que la cobrada estos días, indicio de que el vehículo en cuestión es más antiguo y menos cómodo que la mayoría, pero a ningún conductor de buses en la historia le ha importado un comino eso. Los ciudadanos que se consideran adinerados y «por encima» de este medio de transporte pagan siete veces más para ser paseados en un taxi, exponiéndose estadísticamente a mayores probabilidades de ser asaltados. Más poder para ellos, ¿no?

Como nunca eres alguien que deja ir la oportunidad de más descuentos, le preguntas al conductor si te llevaría solo por mil. Los ojos del hombre ni siquiera se apartan del camino mientras toma tu billete y lo desliza en el monedero que cuelga de la palanca de cambios. Satisfecho, diriges tu atención a la cabina: lo que haría ideal a este viaje sería un asiento desocupado.

Curiosamente, no hay suficientes pasajeros como para que alguien tenga que ir de pie. Hay unos cuantos asientos disponibles a la vista, así que escoges uno en la izquierda, por el centro del bus. Tanto el asiento del pasillo como el de la ventana están libres, y suspiras agradecido en tanto te recuestas sobre uno con tu pierna descansando en el otro. Este viaje no debería tardar mucho.

La radio del conductor está apagada y la batería de tu celular murió hace una hora; sin nada más que hacer, pasas el rato viendo por la ventana, observando a los vendedores ofrecer su mercancía y a los conductores mover su cabeza al ritmo de sea cual sea la música que escuchan. Rápidamente, la posición que tomaste comienza a volverse incómoda para tu espalda, así que te enderezas y te das un momento para examinar a tus compañeros de viaje. Ninguno de ellos parecen estar viajando juntos, dado que todos están en silencio, mirando al frente del bus. También son inusualmente viejos, ninguno parece tener menos de sesenta y cinco. Esto te parece un poco extraño, y por un momento la idea de que no perteneces ahí se dispara en tu mente. Es un pensamiento tonto, pero combinado con el particularmente fuerte —aunque no necesariamente atípico— olor a moho y metal, te hace anticipar con impaciencia el final del viaje. Puesto que faltan otros treinta o cuarenta bloques, vuelves a mirar por la ventana y dejas que tu mente fluya por un rato.

El anuncio de la Pastelería de Pacho te saca de tu ensueño veinte minutos después. Te levantas y te abres paso hacia la salida posterior, donde buscas el pequeño botón plateado que le avisará al conductor que has llegado a tu parada. Cuando lo encuentras bajo la puerta, notas que nadie ha abordado ni salido del vehículo desde que te subiste. Descartándolo como otra extraña coincidencia, presionas el botón y te agarras de la

±±± HISTORIAS DE TERROR PARA NO DORMIR  ±±±Donde viven las historias. Descúbrelo ahora