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Cuando la vida me regaló esos pequeños momentos de felicidad, los disfrutaba al máximo. Los pequeños placeres de la vida eran mi felicidad, y no había momento más relajante que aquellos que la vida me solía poner. 

Pero luego llegaste tú, tan de repente a mi vida, y mi seguridad que juraba ante todos que era más sólida que una roca, viniste tú a jugar con ella. Y sin que te costase lo más mínimo, la derrumbaste así sin más. 

¿Por qué tuviste que ser tú? ¿Qué habré hecho mal para que aparecieses en mi vida? No entendía qué hacías en mi vida, ni porqué eras el dueño de la mayoría de mis pensamientos. Sin que tú lo hicieras intencional, jugabas con mis sentimientos, logrando dejar escapar la chica tímida y cobarde que juraba haber perdido. Mi estabilidad emocional estaba en tus manos, y sin pena alguna, demostrabas que eras el dueño absoluto de mí sin mi consentimiento. ¿Lo peor? No lo hacías intencional. 

Desde niña no tenía escapatoria con las historias de amor; cada rincón siempre veía una, y a causa de mi madre, comencé a formar la absurda idea de que en mi vida encontraría el amor correspondido en aquella persona a la que quiera. No era más que una ilusa en ese tiempo. 

Mientras yo te veía con amor, tú escondías tus sentimientos con pequeñas acciones que para mi eran molestas, pero que al final de cuenta me lograbas sacar una sonrisa después de todo.


Si alguien me hubiese dicho que amarte duele, nunca me hubiese enamorado de ti.

HeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora