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Qué ilusa era.

Quizá fui exagerada con sentir tristeza de que te habías marchado, pero me parecía lógico sentir eso porque no sabía cuándo llegarías. Y así fue como pasó el tiempo; mientras yo seguía implorando por tu regreso, tú experimentabas algo nuevo lejos de aquí, feliz, conviviendo con los demás.

A veces creía que no te importaba en lo más mínimo lo que pasamos juntos.

Nunca me enviaste un mensaje, y ni una despedida recibí de ti. Anhelaba que sólo me hubieses dicho que te ibas, pero regresarías para estar de nuevo juntos.

Sí, seguía en mi ingenuidad creyendo que eso iba a pasar.

¿Acaso nuestra amistad no fue suficiente para ti? ¿Qué hice mal para que no me recordases antes de tu partida? Analizando a fondo la situación, sólo puedo encontrar que el estúpido e idiota quien era aquí, no era yo ¡eras tú! Porque, se supone que nuestra amistad lo era todo para ti. Sonreías para mí, me hablabas solamente a mí, y me abrazabas ¡solamente a mí! ¿Qué diablos te sucedió entonces? ¡Mientras de niña me vivía lamentándome de que la culpable y estúpida era yo por no haber seguido nuestra amistad, a ti sólo te importaba tú, después tú, y al último tú!

De pequeña, sólo me cegaba la culpabilidad. Si tan sólo hubieses visto los días en los que tus recuerdos eran dueños de mis pensamientos, no te hubiese dado igual.

Se suponía que yo no era como los demás; me preocupaba por ti, te hacia sonreír. ¿Sabes lo difícil que era hacerte sonreír? ¡Eras muy serio! Pero, todo eso cambiaba cuando estabas junto a mí. Sonreías a cada instante, y por ello juré que sentías algo de verdad por mí. Sentí que yo te hacía cambiar, y que había algo especial en mi que hacia alegrarte tus días.

Es por eso que pensé que era especial para ti; es por ello que pensé que sería inolvidable para ti. Había hecho tantas cosas por ti, y para colmo no pude evitarme enamorarme de ti. ¿No te dabas cuenta lo loca que me traías? ¡Por dios, era tan malditamente visible! ¿Por qué no tuviste piedad tan siquiera? Así me hubieses ahorrado el tiempo que desperdicié por sólo pensar en ti.

Ahora veo que el egoísta eras tú. El culpable, eras tú. Al que nunca le importó nuestra amistad eras tú. Todo era tú culpa. Quien inició la amistad, eras tú. Quien decidió aparecerse en mi vida, eras tú.

Debí de imaginarme que quien terminaría con aquella amistad, ibas a ser tú.

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