La alfombra amarilla

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5 años han pasado y la vida de Larissa había tomado otro rumbo. Hoy es un día muy especial y, aunque hace ese calor sofocante y húmedo del verano tropical, Larissa no puede despegarse de su computadora. En la mañana le habían ofrecido una oportunidad para exponer sus fotos en una galería del centro colonial, una casa del siglo XVI con un patio central lleno de plantas exóticas y una fuente de agua critalina. A los costados estaban las salas de exposición, antiguas habitaciones de esas familias que se aventuraron a viajar desde el viejo mundo a lo desconocido. "¡Si estas paredes hablaran!", pensaba divertida mientras recorría la antigua casona.

A Larissa le darían una de esas salas por un mes. Debía escoger sus mejores fotografías, las más impresionantes, las más excitantes, las más representativas.

–¡Qué responsabilidad, qué emoción! Mamá tienes que ayudarme escoger, tengo miles de fotos y no sé qué hacer!– Salió hablando sola por la calle, dando brincos de la emoción– todos dirán que estoy medio loca... bueno, que más da ¿qué es una raya más para un tigre?

Por alguna razón que ella misma no entiende, al llegar a casa Larissa abre el archivo donde están las fotos que tomó esa tarde que resultó tan diferente a las otras tardes.

En la ventana abierta de la computadora primero aparece el Araguaney, como un ícono que presagiaba el futuro y los cambios que le traería la vida. Larissa recuerda todos los detalles de ese momento, esa luz, esos colores, esa magia que tanto extraña y añora de su ciudad.

En la primera foto ve todo el panorama: el árbol picado en trozos y tirado en el piso, los juegos infantiles inmersos en su movimiento cinético, los bancos de cemento, las caminerías, todo estaba plasmado en ese cuadro. Su mirada se detiene en los columpios que estaban bajo la sombra del difunto Araguaney, imagina que aún están desprotegidos, tal y como ella se ha sentido desde la partida de su mamá.

A principio la sensación de desolación era agobiante. De un momento a otro, el piso de Larissa se resquebrajó y ella se quedó en el aire. "La vida continúa", se dijo una mañana enero y, en medio de un gran suspiro mezclado con las últimas lágrimas que le quedaban, optó por "amarrarse los pantalones" y enfrentar el quedarse sola. Con valentía continuó su vida, volvió al instituto hasta que se graduó, consiguió un trabajo y trató de ordenarse lo más posible. Esta era la única forma de sobrevivir en una cuidad y un país que estaba dando pasos agigantados hacia un precipicio.

Decidió poner una pizarra en la sala, dividida en 7 columnas que correspondían a los días de la semana. Iba escribiendo todos los pendientes y tachándolos a medida que los cumplía. Lunes, hacer mercado; martes, pasar pagar el condomino, luz y teléfono; miércoles, sacar la basura, hablar con el vecino de arriba por la filtración en el baño de servicio; jueves, pasar a buscar la plancha en la tienda de repaciones; viernes, preparar la cena y ver la temporada completa de La casa de papel (jajajaja); sábado, limpieza; domingo, preparar la comida para la semana.

–No me reconozco... ¡Ay mamá, si pudieras verme! Sé que estarías riéndote bajito para no interrumpirme al verme tan concentrada escribiendo en la pizarra– solía pensar divertida –¿Crees que lo estoy haciendo bien? No me vayas a corregir si me falta un acento, tú siempre fuiste muy picky con la ortografía– le reprochaba al final.

Hoy, a cientos de kilómetros de casa, en una isla del Caribe, el araguaney sigue captando su atención, ese amarillo tan característico que solo él sabe dar. La segunda foto: las flores amarilla sobre el pasto. No puede dejar de verla, está como hipnotizada por esa alfombra rubia. Ese color brillante, vivo pero muerto al mismo tiempo le recuerda la situación que la hizo abandonar su país. Un país rico pero sumido en la miseria. Solo piensa qué pasó, en qué momento ocurrió, a dónde fue tanta belleza y esplendor.

Su país había sido un país pujante, de oportunidades. Su mamá la había sacado sola adelante, sin mayores dificultades. Larissa había estudiado en un excelente colegio privado, viajaba una vez al año de vacaciones a la playa, tenía los juguetes y la ropa de moda... en fin, había tenido una niñez y una adolescencia normal, como la de cualquiera.

–¿Mamá, me dejas ir al cine con mis amigos? –cuando tenía alrededor de 14 años, esa era la pregunta recurrente de los fines de semana, a la que su mamá respondía llena de miedo– Vamos a ver, no sé.

Larissa sabía que eso era un NO y le costaba entender por qué no la dejaba. Rabietas iban y venían, pero siempre terminaban de la misma manera:

–Mejor invíta a tus amigos a venir, alquilamos una peli y yo les preparo un un envase gigante de palomitas.

Uno de esos días de cine en casa, su amigo Guille, llegó con una cámara que le había regalado un tío. Larissa la cogió y casi no vio la película. Aunque se trataba de Billy Elliot, una de sus películas favoritas, estaba demasiado fascinada con la cámara para prestarle atención . Era una nueva forma de ver el mundo.

Click, comenzó con el envase de palomitas que estaba rebosante, jugaba con el foco y click de nuevo; click a la media rota de Franchesca que estaba sentada con las piernas cruzadas al lado suyo; click, a la pantalla del televisor; click, click, click a todo. Este fue el comienzo de una íntima relación con su cámara que duraría para siempre.

–YAAAAAAA– gritaban sus amigos molestos con el sonido de cada foto que interrumpía la película.

–Guille, creo que te puedes ir despidiendo de la cámara, esta muñequita se queda conmigo. ¿En cuánto me la vendes?–Le preguntó Larissa.

Resignado Guille le volteó los ojos y siguió viendo la película, en ese momento Billy era descubierto por su papá mientras bailaba en el gimnasio de boxeo. Era la parte favorita de todos y no se la quería perder. Pero, un click volvió a sonar y más atrás la risa apenada de Larissa que sabía que estaba molestando al grupo.

De lo que Larissa no se percataba, porque a esa edad no se está pendiente de esas cosas, era que la inseguridad comenzaba a imponerse en la ciudad. Las personas comenzaron a no salir de noche, todo evento, reunión o bochinche se realizaba en casa de alguien y las fiestas de sus amigos comenzaron a incluir pijamada con desayuno para evitar que los padres salieran a buscarlos a altas horas.

–¡Era divertido! Piensa ahora Larissa viendo la foto de la alfombra de flores amarilla– Pero qué diferente hubiera sido todo mamá si yo hubiese entendido qué estaba pasando. Hubiese aprovechado el tiempo para disfrutarte más.

Para esa época, todo comenzaba a desmoronarse poco a poco...

Un click para la eternidadWhere stories live. Discover now