La Parca

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Era nuevamente invierno, el segundo desde el trágico accidente que selló el destino de la preciosa Mei Aihara. Su salud iba en un claro declive desde dos meses atrás. Cada vez eran más frecuentes los desmayos, el dolor de la pierna la obligaba a permanecer en cama todo el tiempo. Su habitación se convirtió en un hospital, con muchas máquinas y medicinas por doquier.

-¡Yuzuuu!- El desgarrador grito se escuchó en cada rincón de la casa.

La rubia, a pesar de llevar varias semanas sin dormir más de dos horas diarias, acudió veloz al llamado agónico de su esposa.

La encontró golpeándose la cabeza contra la cabecera de la cama, enloquecida por el dolor. En su desesperación, la pelinegra trataba de quitarse los electrodos, las intravenosas y la línea central por la que su sangre iba y venía de la máquina de diálisis; por lo cual estaba sujeta a la cama con correas.

-Por Dios Mei... ¡Para ya mi amor!- La rubia accionó el control del analgésico y contuvo a su amada en un abrazo hasta que, pasados unos cinco minutos, se calmó.

Siempre era lo mismo, el dolor por la pierna la hacía perder la razón, luego el agotamiento y el llanto, pero lo más terrible de todo era el ruego de Mei.

-Ya no soporto más esto... Ayúdame Yuzu. ¡Ayúdame a partir!


Tres semanas atrás

-Señora Aihara, Señora Okogi. Lamento informarles que la toxicidad en sangre va en aumento de nuevo y la diálisis no logra contrarrestarla. A este ritmo, en un mes comenzará a tener serios síntomas. Los episodios de dolor generalizado y desmayos serán más frecuentes hasta llegar a un estado de coma, del cual no podrá salir, eso si antes no hay falla hepática o cardiaca. Les sugiero que vayan a un hospital para darle tratamiento, así podría vivir seis meses más.

-Gracias Doctor, pero ya conoce mi respuesta. No pasaré el tiempo que me queda en un hospital.

Tras la partida del médico, Mei se quedó pensativa el resto del día. Con mucha dificultad bajó hasta el jardín que Yuzu mandó a construir para pasar las tardes en calma. Allí se quedó contemplando el paisaje que anunciaba la llegada del otoño.

-Mis hojas ya comienzan a caer... el próximo será mi último invierno y no habrán más primaveras. ¡No moriré de mala manera!

En la noche, mientras cenaban, la rubia notó el mutismo de Mei. Era de nuevo ese témpano de hielo de hace veintisiete años. La mirada violeta estaba apagada y triste.

-¿Te sientes bien Mei? Por favor dime qué te sucede.

-Yuzu, he tomado una decisión y necesito saber si me vas a apoyar en ello.

-¿De qué hablas? Me estás asustando...

-No estoy dispuesta a convertirme en un vegetal y a sufrir más de lo necesario. No quiero morir retorciéndome de dolor.

El fulgor en la mirada de Mei no dejaba lugar a dudas... si se iba a ir, lo haría bajo sus términos.

-Quiero que llegado el momento, me ayudes a morir. Quiero quedarme dormida en tus brazos, que lo último que vea sean tus hermosos ojos y tu rostro. Que me despidas con tu bella voz diciéndome "Buenas noches Mei" y que mi última sensación sea el roce de tus labios.

Yuzu se arrepintió enseguida de haber preguntado, un frío imposible de definir le recorrió la espalda. La voz le tembló al tratar de interpretar las palabras de Mei:

-¿Acaso me pides que te mate?

-No precisamente...- La pelinegra era impasible -Te pido que me asistas en mi suicidio. Te pido que cuando llegue la hora, me acompañes.

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