La llegada

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Capítulo I

̶ Iug. Huele a que algo murió aquí, ¿no crees?

̶ Es sólo olor a viejo hija. Esta casa es antiquísima.

̶ La abuela olía mejor ̶ dije distraídamente. Mi madre, que estaba parada a unos pasos de la entrada, se dio la vuelta y me dirigió una mirada asesina. Creí que diría algo, pero se limitó a suspirar, darse la vuelta, otra vez, y caminar hasta el salón.

Observé la casa entonces: era una vieja casa, según nos dijeron, de finales del siglo XVIII, que había pertenecido a un matrimonio sin hijos, el cual la dejó para ir a vivir cerca del mar. La casa estuvo vacía desde entonces, hasta que llegamos nosotras. Sólo mi madre y yo.

Luego de la desaparición de mi padre, hace unos ocho meses, mi madre se encerraba cada noche en su pieza, a llorar a escondidas. Frente a mí se mostraba positiva, diciéndome que lo encontarían, que todo estaría bien... Pero junto con el primer mes de la desaparición, se fue su esperanza. Y la mía.

Cuando ya habían pasado cinco meses desde aquello mi madre, que poco a poco se había hundido en la tristeza, comenzó a plantearse la idea de que cambiáramos de casa. En mi interior yo quería quedarme, allí era donde había vivido prácticamente toda mi vida y era también el lugar que más me recordaba a mi padre. Pero le haría bien a ella, mi madre era fuerte, pero la pena se la carcomía y preferí apoyarla. Era lo mejor para ambas.

Luego de tres meses de búsqueda, mi madre encontró una casa antigua, que a mí no me atraía mucho, pero que a ella le encantaba. Era la única casa que de verdad le había gustado y, a fin de cuentas, ella la pagaría, así que acepté mudarme y bueno, ahí estábamos, llenas de cajas y muebles que ordenar, en una vieja casa que pedía a gritos una limpieza.

Se escuchaban los pasos de mi madre por toda la casa, probablemente estaba recorriendo, así que decidí acompañarla.

La casa (o casona mejor dicho), estaba conformada en total por una recepción, un salón, una cocina, una habitación de invitados y un baño en la planta baja. Además la escalera era como la de Harry Potter, con un pequeño escondrijo dentro de ella.

La segunda planta tenía tres habitaciones, con un baño compartido entre dos de ellas, otro baño y un balcón. También tenía una escalerilla que llevaba al techo.

En el techo había espacio suficiente para hacer una terraza, con varias sillas, una parrilla y una mesa en el centro. La vista que había desde allí era preciosa: se veía nuestro patio (en donde cabía perfectamente una piscina pequeña) y toda la ciudad, que en otoño, se teñía de rojos y amarillos, propios de la época.

Creo que iba a gustarme vivir allí.

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Hola! Bueno, esta es la segunda historia que tengo aquí (la otra está detenida), pero soy relativamente nueva en esto de escribir y que otros lo lean, así que me gustaría saber sus opiniones.

Voten si les gustó, comenten y sigan leyendo!

adiós pececillos

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